Historias
Georgios Karaiskakis, semilla de la revolución griega
Situado en el sur de Grecia, el estadio Georgios Karaiskakis luce imponente. No es para menos: con capacidad para 33.334 espectadores, la casa del Olympiacos es una de las más reconocidas en el Viejo Continente. Ubicada a poco menos de 20 minutos (en tren) del centro de Atenas, en su nombre guarda un pedazo de historia de la Revolución griega.
¿El motivo? Simple: fue nombrada en honor a uno de los mayores jefes militares que lideraron la campaña iniciada en 1821 contra los turcos y albaneses que conduciría a la independencia una década después.
Nacido en Mavromati, en 1782, Georgios Karaiskakis tuvo orígenes bien humildes. Su padre murió a poco de su nacimiento y pasó la niñez en un ambiente de pobreza permanente. Los libros dicen que jamás fue a la escuela, que en ocasiones robaba para comer (común entre los más relegados de la Grecia del siglo XVIII y XIX) y que terminó por transformarse en el jefe de una banda juvenil.
Por aquellos años, el territorio estaba bajo el completo dominio turco. Los señores feudales dependientes del sultán de Estambul eran los dueños absolutos de las vidas de los griegos. Los pashas musulmanes (albaneses o turcos) tenían a los cristianos como sirvientes pero, como marca la historia, la servidumbre casi siempre lleva hacia la ebullición en pos de la libertad. En el caso de los griegos, el reloj marcaba finales del siglo XVIII cuando algunos se fueron al monte a vivir en libertad en las escarpadas montañas. Kleftes (ladrones) fue el nombre que recibieron. Inexpertos en el terreno de los bandidos, los señores feudales dieron vida a los armatoloi: soldados griegos a quienes se les dio el derecho a portar armas para vencer a los rebeldes.
Allí comenzó su historia militar Georgios Karaiskakis. Sí, como hombre de armas al servicio de los usurpadores turcos y albaneses. Cabe resaltar que por entonces era prisionero del pasha albanés Ali Pasha de Tepelen, lo cual de seguro motivó al joven griego a luchar contra los suyos. Su inteligencia y coraje para el combate le dieron un lugar en el ejército personal de Ali, donde el adolescente Karaiskakis aprendió a leer y a escribir.
Le lectura le abrió la mente. Casi tanto como los tratos que a diario veía soportar a sus hermanos griegos. En 1820 desertó de las filas del pasha y se volvió un kleftes más, un refugiado de las montañas, un bandido que asaltaba los convoyes de abastecimiento, atacaba patrullas turcas y saqueaba las propiedades de los representantes del régimen otomano. De sirviente a rebelde revolucionario, un camino de ida…
Para el 25 de marzo de 1821 se declara la revolución en el Peloponeso y toda la Grecia del sur se levanta en armas contra los turcos. Es en esos años que Karaiskakis despliega todo su conocimiento para el arte de la guerra, ganándose rápidamente el respeto del pueblo. Al mando de un grupo de marginados como él, guerreros profesionales, resistentes, acostumbrados a las fatigas, privaciones y técnicas de combate en montaña, consiguen numerosas victorias.
Ni siquiera una grave enfermedad frena su deseo de liberar a su pueblo. Tampoco una falsa acusación de traidor. Con su honor recuperado, se erige como principal referente militar de los griegos. Su estrategia, que consistía principalmente en aprovechar su vasto conocimiento del terreno, le otorga claros triunfos en el norte sobre los turcos.
Sabiéndose inferior en número, evita grandes enfrentamientos directos. Ataca los abastecimientos de los enemigos, dejándolos morir de hambre o debilitándolos para el combate. La barbarie de la época no escasea tampoco en Karaiskakis, que en 1826 mandó a cortar las cabezas de 1.500 invasores caídos y a construir un montículo con ellas a modo de cruel y mortal advertencia.
Sin embargo, la muerte lo encontró en batalla. Diseñada por colaboradores británicos, mal pensada según los historiadores, buscaba levantar el asedio de la Acrópolis de Atenas. En 1827, una bala extinguió para siempre su vida. Sus ideales lo acompañaron hasta el final: a su lecho de muerte hizo enviar a su hijo todas sus posesiones menos su dinero, el cual repartió entre los asistentes al funeral. Poco tiempo después, su amada Grecia respiró el dulce aire de la independencia…
Muerto el héroe, nació la leyenda. Y la de Georgios Karaiskakis llega hasta nuestros días. En 1895 uno de los estadios construidos para los primeros Juegos Olímpicos de la historia recibió su nombre, a pocos metros de donde, según los registros, cayó herido de muerte uno de los baluartes de la rebelión. Un general que nació en la pobreza de muchos, y que murió en la grandeza revolucionaria de unos pocos.
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- AUTOR
- Federico Leiva
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