América
Guernica
Un cachivache hace un escándalo frente a las cámaras y dice: “Nosotros perdemos guita si no van al Mundial”. El zapping entrega a otro columnista, que en algún momento fue señalado como experto en fútbol internacional y que despectivamente pregunta dónde juega Philippe Coutinho. Un afamado conductor hace un editorial de 20 minutos para después ponerse a hablar del partido (al menos un rato) con una mesa de economistas, políticos y filósofos de derecha. Las redes sociales lapidan y encuentran culpables a los cuales pasar por armas.
Un rato antes, Argentina había sido humillada en el Mineirao. Fue 3-0 pero la diferencia en el resultado no reflejó lo que ocurrió especialmente en el complemento, cuando ya no hubo partido y Brasil se floreó. Un equipo contra un grupo de almas errantes sin rumbo y con el espíritu por el quinto subsuelo.
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El entrenador Edgardo Bauza, que había dado rimbombantes declaraciones antes del viaje a Belo Horizonte, espera a los jugadores al costado del campo y ensaya un saludo de ocasión que los futbolistas apenas advierten. El seleccionador, ya sin el saco y corbata con los que había comenzado la noche, deberá pasar por la rueda de prensa. Allí llegarán las preguntas de ocasión, sin cuestionamiento mediante explica (o al menos eso intenta) porqué quitó a Enzo Pérez cuando era de lo mejor de un pálido once. Casi que se exculpó solo a sabiendas del error que había cometido.
Bauza dirá que tiene fuerzas, declarará hacia el afuera que está firme, y que hay cosas para corregir. La imagen que entregó en ese recinto, en el cual Luiz Felipe Scolari hace dos años debía ponerle la cara al 7-1 ante Alemania, lejos estaba de esa que dio ante un resucitado formador de opinión semanas antes cuando afirmó que se veía ganando el Mundial en Rusia.
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Año 2006. Los focos de atención puestos en el Mundial de Alemania en el cual Argentina no partía entre los favoritos. No serían los cambios de José Pekermán, el papelito de Jens Lehmann o la lesión de Roberto Abbondanzieri los que marcarían el futuro albicelesete, no. Sino que un grupo de rusos, la cabeza de la dictatorial de la AFA y algún que otro vivillo. La selección rusa no participaría de la cita. Pero Renova, una firma a nombre de Viktor Velksberg (uno de los tantos nuevos ricos surgidos en la era post soviética de Boris Yeltsin), se aseguraba a días de la Copa del Mundo el derecho de organizar los encuentros de la Selección.
AFA perdería así soberanía deportiva. El contrato incluía un listado de futbolistas a ser citados (un mínimo de 11 sobre una lista de 30) y otras cláusulas insólitas acerca de la posibilidad de miembros de Renova de estar en concentraciones. El vínculo que finalizaba en 2011 terminó en 2009 y World Eleven tomó la posta para quedarse con la labor.
Una Federación que iba camino al desastre, ese que explotaría tras la muerte del vetusto presidente, además le soltaba un negocio fantástico a un privado. Es que en las filas albicelestes juega un tal Lionel Messi y lo que en 2006 o incluso en 2009 podía ser un buen dinero, años más adelante serían chirolas teniendo en cuenta la explosión del rosarino como figura global. En 2015 Gerardo Martino afirma públicamente que se le adeuda a él y su cuerpo técnico cerca de medio año de salario.
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Toni Kroos se equivoca y juega un pase atrás que deja a Gonzalo Higuaín de cara al arco de Manuel Neuer. Partido 0-0 y parejo en la final del Mundo. El delantero del Napoli se apresura y se ciega. Define pésimo y pierde el gol. Quizás ese sea el momento de quiebre de esta generación, el punto bisagra, ese que hubiera dado vuelta la taba. O tal vez el penal que Nicola Rizzoli no le sanciona a Argentina por la infracción que el propio Higuaín recibe de Neuer o el gol que pierde Messi, o Palacio…
A pesar de la amargura, el equipo comandado por Alejandro Sabella fue recibido con honores y dejó una grata sensación general. Se había vuelto a ser protagonista en la cita máxima a nivel selecciones luego de 24 años y en la final se pudo haber ganado de no ser por detalles. Poco importaba cómo había sido el proceso de una y otra federación para arribar allí. Mientras que los europeos coronaban un proyecto que había llevado más de 10 años de preparación (y que a nivel conjunto llevaba una serie de frustraciones en fila), el periplo de la Selección venía siendo rocambolesco y encontró algo de paz de la mano firme y clara de Sabella.
Tras Brasil pasarían las dos ediciones de la Copa América perdidas por tiros desde el punto del penal ante Chile. Otra vez detalles, sumados a malos planteos y una mochila que se iba acumulando. Porque increíblemente esos muchachos que hace dos años eran héroes nacionales pasaron a ser resistidos. Ganar ya no era un objetivo sino una obligación. Peculiar vara para una selección que en los últimos 56 años solo fue campeón de este certamen en dos oportunidades (1991 y 1993), en el medio de ese período de estabilidad de los entrenadores y con procesos completos de trabajo. Fue allí cuando además se consiguieron los únicos dos campeonatos del Mundo y en el cierre de esa etapa de 31 años, Argentina se subió a lo más alto del fútbol olímpico por primera vez en la historia. Para completar la escena, los seleccionados juveniles se cansaban de dar vueltas olímpicas y ganar los títulos de Fair Play, esos que años después serían bastardeados por un entrenador que se iría en primera ronda de un Mundial Sub 20 en una zona compartida con Panamá, Ghana y Austria.
Mientras Alemania a dos años de Brasil alcanza el triunfo 95 bajo la dirección de Joachim Low (lo que lo convirtió en el más ganador de la historia de la Mannschaft), Argentina ve tambalear a quien es el séptimo seleccionador desde 2004. El promedio marca menos de dos años en el cargo. Entre 1973 y 2004 pasaron apenas cinco, a razón de poco más de 6 años en la función.
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El invierno se hace sentir en Buenos Aires a mediados de este año. En un consultorio de la ciudad de Buenos Aires un kinesiólogo recibe un mensaje desde Estados Unidos. Es un futbolista de la selección que le consulta acerca de qué ejercicios realizar para la recuperación de una lesión. El especialista se sorprende ya que con un soporte técnico elemental, la evolución debería avanzar sin mayores problemas. El jugador le cuenta que AFA no llevó esos equipos. La Selección está a la deriva y solo los de adentro saben hasta qué punto llega el caos organizativo.
Para el afuera el grupo se muestra unido en torno al objetivo máximo. La espada de Damocles pende sobre el plantel. Lejos de exponer las miserias de las cabezas que (des)manejan la AFA, eligen el silencio. Apenas un tuit de Messi en la previa de la final. Por no llorar, asumen todas las responsabilidades. Los famosos códigos una vez más presentes. Tras la tercera final perdida en fila, el capitán renuncia ante los medios, medida de la que se arrepentiría unas semanas después.
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Es viernes y mientras la caída en Belo Horizonte aún sigue latente, los que ayer rompían filas en la defensa de Bauza como nuevo entrenador de la Selección, hoy le sueltan la mano. Aquellos que tras el escueto 1-0 sobre Uruguay (aquel en el que Lucas Alario terminó jugando de volante por derecha), ya hablaban del título del Mundo hoy se esconden en la tapera.
Es cierto que tras el encuentro, las declaraciones de Messi terminaron de poner en jaque al seleccionador. Al bochorno del trámite, el cambio inexplicable de Sergio Agüero por Pérez y las decisiones polémicas en el armado del banco (Ezequiel Lavezzi sí, Fernando Belluschi y Marcos Acuña no), se le sumó el kerosene que echó el “10” del Barcelona. En su tono medido, sin estridencias, pero con un mensaje claro. “No sabemos a qué jugamos”, fue la lapidaria sentencia del rosarino. Eso en la boca de un periodista puede ser una frase más. En la de un protagonista es importante. En la del mejor jugador del Mundo tiene otra potencia.
Colombia aparece en el futuro cercano y las incógnitas se reproducen. ¿Qué hará el entrenador? ¿Cuál será la respuesta anímica de los jugadores? ¿Un mal resultado marca el fin de ciclo? Y quizás la más importante: ¿Por dónde está la salida?
Argentina ahora sí está en riesgo de cara a Rusia 2018. No es catastrófica (en lo numérico) la situación. Pero sí hay una crisis marcada que, además, abarca demasiadas aristas. Se generó un microclima de crisis terminal cuando este grupo volvió a ser protagonista a nivel mundial y continental al alcanzar dos finales y marchaba primero en las Eliminatorias. ¿Si ese momento era crítico, qué le queda a este entonces? Mientras al momento del debut, Bauza tenía al equipo en los principales puestos de la clasificación, Tite agarraba a un Brasil afuera de la zona de repechaje. Hoy los roles se invirtieron.
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Así como se puso en duda en su día a Messi, hoy otros muy buenos futbolistas son ubicados en el banquillo de los acusados. Una generación brillante (la ‘87/’88) probablemente termine yéndose por la puerta de atrás cuando fue la mejor en años. Mientras tanto, se llora con lágrimas de cocodrilo por Gabriel Batistuta, Hernán Crespo u otros que en el 2002 también fueron carne de cañón del entorno y que, en algunos casos, consiguieron bastante menos que estos.
Seguirán rindiendo en el exterior, continuarán siendo figuras en el más alto rendimiento, se destacarán en la creme mundial, rodeados de grupos y metodologías de trabajo de vanguardia. Quizás el tiempo termine poniendo las cosas en su lugar y el análisis se centre más en torno a quiénes tuvieron las riendas del seleccionado en este tiempo.
En el ámbito del fútbol, el realismo mágico aún sigue sobrevolando en el aire. Al menos en estas latitudes. Los que toman las decisiones de fondo poseen un desconocimiento mayúsculo del juego y del deporte. Los que forman opinión e influyen en los anteriores o no saben o tienen intereses de por medio (salvo contadas excepciones) y los protagonistas también se entregan al azar, la casualidad y la fe, como escudo protector ante un entorno nocivo.
A problemas complejos, soluciones de igual calibre. Si se simplifica la ecuación y se lleva cualquier explicación al terreno de lo monocausal, la respuesta será sencilla. E ineficiente. “Faltan huevos”, “no son ganadores”, “necesitan un motivador”, “con x jugador se arregla”, y un sinfín de perogrulladas que jamás podrían explicar per sé absolutamente nada resonarán en estas horas. Para cada uno de latiguillos hay un antídoto instantáneo, la clave es acertar en el diagnóstico. Sino el paciente se convertirá en terminal mientras recibe analgésicos como placebo.
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- Cultura Redonda
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