Bundesliga
Günter Netzer, el chico malo del fútbol
El año 1970 nos regalaría, no solo el inicio de una nueva década en el Siglo XX, sino también distintas reformas en todos los ámbitos de aquellos vivientes, que vivieron al compás del rock and roll y vibraron con los distintos intérpretes que transitaron en ese período, para hacerlos deleitar, ya sea con su música, actuación o por su buen manejo del balón. Nos remontamos unos años más atrás, para dale comienzo a esta historia de individualismo que reinó y contuvo a la pelota en los pies de uno de los más grandes futbolistas de la historia alemana.
En 1944, más precisamente en un 14 de septiembre, la ciudad de Mönchengladbach acobijó a uno de los tantos niños prodigios que llenaría con gambetas y grandes jugadas a los ojos de los miles de espectadores de este fantástico deporte. Günter Netzer se hacía presente en vida y, sin saberlo ni él, ni ninguno de los familiares y amigos que lo rodeaban, sería uno de los más grandes jugadores que le daría alegrías a la selección teutona.
Criado y fomentado en la ciudad del estado federal de Renania del Norte-Westfalia, dio sus primeros pasos en el equipo de barrio a los ocho años de edad, hasta que en 1963 decidió pasar al Gladbach, que lo acobijaría hasta su debut en la Primera División.
Talento puro en sus piernas, era un enganche definido al que no le pesaba usar el número diez en la espalda. Caracterizado por su gran porte muscular y por la particularidad de calzar un número 47 en sus botines, desde chico desparramó rivales por el campo de juego, para que su nombre pase a ser voz populi entre los aficionados. En 1964, con 20 años de edad, y luego de haberse recibido como perito mercantil, dio sus primeros toques, en un encuentro que disputó ante el Altona 93, en donde el cotejo, fue para el elenco rival, por 2-1. Desde un primer momento, demostró sus cualidades, las que le hicieron valer un lugar en el primer equipo y un legado que llegaría más adelante.
Con una personalidad arrolladora, lucía su larga y abundante cabellera color oro, convertido por la prensa como un “individualista” que vivió como quiso, disfrutó de una vida de lujos y no hacía ningún intento de esconder su amor por los coches rápidos, reconocido como un «admirador de Ferrari» y las bellas mujeres. Una forma, al mejor estilo de Robert De Niro en sus actuaciones, con personajes conflictivos, pero que no sólo hablaba fuera del verde césped, sino callaba aún más bocas, dentro del mismo.
Pero, por el contrario a lo que sucede hoy en día, en donde las redes sociales agudizan y escandalizan cada hecho que sucede en la vida privada de los futbolistas, desdramatizó su actuar en su época como profesional y, fiel a su estilo, sentenció: «Vivíamos de otra forma el fútbol, que por entonces no tenía tanta presencia y visibilidad en los medios de comunicación. Las tonterías que hacíamos se nos perdonaban más rápido, y a veces ni siquiera salían a la luz. Llevábamos una vida más tranquila. Hoy todo sale en la prensa enseguida».
En su época en el Borussia, en donde estuvo diez años, nada más y nada menos, se mostró decidido, junto a sus grandes compañeros como Berti Vogts y Jupp Heynckes, a hacerle frente al todopoderoso Bayern München, que resurgía de las cenizas en búsqueda de quedarse con todos los trofeos, luego de una década en donde los galardones quedaron repartidos.
Con su categoría y estilismo para enfrentar a cada uno de los equipos, fue la manija de aquel recordado equipo, en donde conquistó dos Bundesligas, en las temporadas 1969/1970 y 1970/1971 y una Copa de Alemania en 1973. Un hito realmente para una institución que años atrás venía de ascender y que sólo poseía un título en sus vitrinas, cuando en 1959/1960, se hizo con la DFB Pokal. A partir de allí, llegarían los años dorados para esta institución, con tres ligas consecutivas de 1974 a 1977, pero de las cuales este fenómeno del fútbol, no sería partícipe, ya que decidió, años atrás, cambiar de aires.
En 1973, un horizonte repleto de nuevas expectativas, un porvenir promisorio y la confirmación del mote de “bad boy”, llegarían a su vida. En España, por aquel año, la federación de fútbol de ese país, abrió el mercado de pases, pero con una nueva salvedad: a partir de ese momento, los equipos del estado lindero con Francia, podrían llevar a sus filas a extranjeros. El Real Madrid, equipo especializado en contratar a las figuras del momento, para poder potenciar al máximo su plantilla, no dudó en depositar sus ojos en el astro teutón y lo incorporó, convirtiéndose en el primer alemán en llegar al club blanco.
Pero más allá de lo extravagante que resultó el fichaje, la prensa de aquel entonces, no reparó mucho tiempo en armar una rivalidad, como en estos tiempos sucede con Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. Y es que el Barcelona, para esa misma temporada, logró la incorporación de Johan Cruyff, con lo cual el torneo español, sería el epicentro de los espectáculos cuando el derby se lleve a cabo.
En la Casa Blanca, apareció con 28 años de edad y once meses, en el encuentro perteneciente ante el C.D Castellón, que culminó igualado en cero. Desde ese día, formó una relación con los Merengues, que duró tres temporadas. El agite que causó su llegada, se debió al revuelo que generó con su compañero Paul Breitner, quien impresionaron a todos, con sus alocados cortes de cabello.
En los tres años que estuvo en la capital española, conquistó dos Copas del Rey y dos ligas locales, ganándole, claramente, el duelo a su rival mediático, durante su estancia en aquel país: el siempre recordado Cruyff. A nivel clubes, y luego de su paso por el elenco blanco, decidió cambiar de aires y se trasladó al Grasshoppers, una institución menor en el fútbol suizo, en donde dejó las últimas huellas con los tapones de su botín, en un campo de juego.
Hasta aquí, la descripción de su carrera a nivel clubes. Pero el mayor espectáculo lo dejó, sin ningún tipo de dudas, en la selección de su nación. Las mejores funciones de su vida y muestras de rebeldía, prefirió guardarlas para impresionar a los fanáticos alemanes, que se enamoraron de él, a primera vista.
Con una carrera laureada en las distintas instituciones por donde pasó, la absoluta no fue menos y le regaló dos títulos más para incluir en su palmarés. En 1972, levantaría el primer trofeo, con el número insignia en su espalda, cuando en Bélgica, obtuvo en la Eurocopa, tras vencer en la final a la Unión Soviética, por 3-0.
Con un equipo plagado de estrellas, entre los que podemos nombrar a Gerd Müller, el mismo Netzer, Franz Beckenbauer, entre otros, se dieron máxima cita, en la parte oriental, para el mundial, disputado en 1974. Tras duros encuentros, lograron llegar a la final, que disputarían nada más y nada menos, que ante la Naranja Mecánica, elenco que deslumbró a propios y extraños, con favoritismo entre los aficionados, y el agregado de un nuevo cruce ente los rivales: Cruyff y Netzer, volvían a verse las caras, esta vez, para definir al campeón del certamen máximo.
La Alemana Federal, le ganó a su rival en el Estadio Olímpico de Múnich, por 2-1, y atrapó el primer trofeo de estas características en su historia. Una vez más la historia, la escribió Netzer y relegó a Cruyff y a su seleccionado, que igualmente fueron recordados por las generaciones posteriores, como uno de los mejores equipos. Siete títulos a nivel clubes, dos –los más importantes- con el seleccionado y una carrera repleta de excesos y lujos, llevó este galáctico comparado con el mítico jugador británico George Best, caracterizados por su afán por los autos veloces y las bellas mujeres, a convertirse en uno de los mejores intérpretes de este deporte y a plasmarse en la memoria de todos, tras convertirse en mundilista.
«Me siento un auténtico privilegiado por la vida que he tenido y que tengo hoy en día. Intento vivirla con la humildad y el agradecimiento necesarios. Es algo fantástico que no habría soñado ni en el mejor de mis sueños». Netzer, el chico malo dentro del fútbol, quien logró destacarse en este deporte, no sólo por su parte extravagante fuera de los estadios, sino también por todo lo que hizo en cancha, en una década en donde los futbolistas de nombre, afloraban.
- AUTOR
- Julián Barral
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