Historias
Hinchadas gallegas
¿Qué es la identidad? ¿Quién apunta con el dedo inquisidor repartiendo sentidos de pertenencia? Ese sentimiento cuasi tácito al cuál difícilmente logremos enmarcar en palabras, puntos y comas pero que basta sentarte con uno de los tuyos para no tener la necesidad de explicar nada.
Eso pasaba el 29 de diciembre de 2005 en las inmediaciones del estadio San Lázaro en Santiago de Compostela, Galicia. En unas cuantas horas allí se jugará un partido, pero mucho antes ya están todos festejando.
Adentro en los bares, la gente bebe, come y canta entre el humo de los cigarros: “ondiñas veñen e van, non te embarques rianxeira, que te vas a marear”. Una de las tantas canciones tradicionales gallegas. Gallegas de Galicia y no de España. Porque en un rato jugarán después de más de 60 años, su selección y la selección uruguaya; y muchos, quizás la mayoría de ellos, se sienten solo gallegos. Hablan de España como un lugar ajeno y lejano a sus sentimientos.
Afuera llueve y hace frío y en el bar la gente se chocas sus codos tratando de apurar una última cerveza. Algunos tienen la bufanda del Depor (Deportivo de La Coruña, para algún desprevenido), y otros llevan gorros del Celta. Los unos odian deportivamente a los otros, pero en este caso la ciudad de Santiago funciona como campo neutral para la paz. Entre ellos se miran de reojo; sobre todo los jóvenes, pero algunos viejos se hablan sin culpas. Todo en galego, ese idioma que es como un canto que se queda a la mitad del portugués y el español pero que nada que ver. Porque al fin y al cabo: “¡Somos galiza neno…sin mais!”.
Faltan pocos minutos para el partido y ya las tribunas están llenas. En el estadio, el Depor y el Celta ya están en un tercerísimo plano porque lo que afloran ahora son las banderas de la patria. Unas cuantas blancas con la franja celeste cruzada en diagonal y el escudo heráldico de Galicia en el medio. Pero también hay otras que son la abrumante mayoría, casi iguales pero en lugar del escudo una brillante estrella roja la destaca. Es la bandera que brama por el independentismo gallego y que las cámaras de la televisión intentan esquivar sin éxito. Y un grito se rompe en las gargantas: “GALIZA CEIBE…PODER POPULAR”. Más que un grito es un pedido, y más que un pedido es la exigencia de libertad que el pueblo puede aclamar después de décadas de represión y ocultamiento en un partido que el estado español tuvo que aceptar medio a regañadientes.
Los equipos salen a la cancha bajo una lluvia más típica que los chistes de gallegos y a eso se le suma la niebla que lentamente empieza a bajar. Todo el pueblo de pie porque el momento más sublime de la noche llegó. “Que dim os rumorosos da costa verdecente, ao raio transparente do prácido luar”, el himno de Galicia comenzó a sonar y la piel se le eriza hasta a las lombrices de la cancha y todos cantan. Por primera vez en muchos años, los Riazor Blues (hinchada del Depor) y los Celtarras (la hinchada del Celta) se unen en algo que los une y celebran juntos. “Nazon de Breogán… de Breogán, de Breogán”, la tierra tiembla con el final de la canción y ya nada más importa. Para cuando empezó el partido, la niebla ya había bajado por completo y era tan densa que no se veía el arco contrario, pero a nadie le interesaba esos 22 tipos corriendo atrás de una pelota. Lo importante ya había sucedido.
En Argentina, o en la mayoría de los otros países, es difícil entender si no se tiene información nutrida o un contacto más o menos fluido con la gente de allí, lo que se siente en Galicia con el tema casi tabú del independentismo. Será que los años de ostracismo tan ligados a la opresión por parte del dictador Francisco Franco, hicieron mella en el ánimo de una población históricamente más ligada al trabajo en el campo y en las aldeas que en las grandes ciudades; o que el Partido Popular español ocupó en Galicia el lugar que tomaron en otras comunidades las derechas nacionalistas, como en Catalunya; de ser un Partido paternalista velando por los intereses de los gallegos, con la diferencia sutil que en su ideario político no se encuentra la defensa de lo gallego como algo separado del estado español.
En este sentido el fútbol, a partir de los años ’80, fue el lugar donde los jóvenes empezaron a generar una necesidad de reivindicación de su patria y su idioma, y las gradas funcionaron como parlante fundamental para que el grito vuele más allá de las oscuras y secretas reuniones de los ínfimos grupos rebeldes que entendían que la lucha debía pasar por las armas.
En ese principio de los ’80, la democracia en el estado español era incipiente y los españoles empezaban a experimentar en todos los aspectos de la vida los beneficios de una sociedad más o menos libre. En Galicia, un nuevo bloque de partidos independentistas, el Bloque Nacionalista Gallego, nace y crece rápido debido al voto de los jóvenes y principalmente de la población de marcado carácter obrero de la ciudad de Vigo, por ser un partido nacionalista de izquierdas.
Todo éste cóctel se mezcló en los campos de fútbol. Principalmente en Coruña y en Vigo, y dio origen a los primeros grupos ultras de Galicia a mediados de los años ’80, que fue cuando se formaron las principales hinchadas de la región: Los Riazor Blues y los Celtarras. Un monstruo de dos cabezas con el mismo corazón, un corazón bien gallego.
La rivalidad
La rivalidad entre el Celta y el Deportivo se remite a los años ’40. Si bien el de Coruña nació en 1906 y el de Vigo en 1923, resulta difícil imaginar en un territorio meramente subdesarrollado, con caminos ríspidos y terrenos de difícil tránsito, donde el carro de tracción a sangre era el principal medio de locomoción, grandes traslados de hinchas preocupados por la actualidad del equipo de su provincia. Más bien, esa gente de gesto tosco y manos cuarteadas de tanto trabajar, estaba pensando más en cómo y cuándo subirse a un barco que en fútbol.
Por eso los primeros registros que existen de algún atisbo de rivalidad entre los dos principales clubes de Galicia data de mediados del Siglo XX. En esos años llevaba todo el día recorrer los 160 kilómetros que hay entre Vigo y la Coruña y se formaban grandes verbenas los días del clásico, y todo el mundo se juntaba en la calle de los vinos ya sea aquí o allá y bebían y comían juntos. Así funcionó siempre, y como nunca o casi nunca había pasado nada, durante años las tribunas no se dividían más que por su costo y comodidad.
Pero hubo un día en que todo cambió. El 6 de junio de 1987 jugaban los dos equipos más importantes en un encuentro de esos que definen futuros. Se enfrentaban en Coruña por los play off de ascenso a la primera división española con el agravante de que el que se llevara la serie tendría casi asegurado el ascenso.
Como era de esperar, los de Vigo se trasladaron a tierra enemiga en número cuantioso y se acercaron a comprar las entradas al estadio Riazor. La historia cuenta que la gran mayoría eligió la tribuna más barata, y esa era, claro, justo donde se ubicaban también las peñas más animadas pero inocentes hasta ese momento del Deportivo. Por esos años, del lado de los coruñeses había una proto hinchada llamada Peña Barrio Sésamo, que se destacaba por entrar a las tribunas del estadio con una cabra. Juntos y un poco mezclados, vieron como empezaba esa final.
El ambiente ya estaba caldeado desde el principio y en un momento esa combinación formada en la grada iba a tener efecto. Para colmo el partido se jugaba con pierna fuerte y se fue calentando a fuego lento. Una patada por acá, un empujón por allá, hasta que llegó el famoso penal de José Manuel Alvelo en favor de los visitantes dos metros afuera del área que encendió la mecha. Los locales cargaron contra los visitantes cegados por la impotencia y la injusticia, y la policía cargó contra todos.
El encuentro estuvo parado varios minutos, y cuando terminó había dejado al Celta el camino allanado para su regreso a primera división y al Deportivo siguiendo con su espera. Pero lo que más cambió ese día no tenía que ver con lo deportivo; a partir de ese lejano 1987 el llamado derbi gallego pasó a ser un verdadero clásico, con adrenalina y discordia. También con violencia porque además, en esos años, lo que antes eran pequeñas agrupaciones de cándidos hinchas que animaban en las tribunas, pasaron a organizarse de una manera más compleja impulsados por la coyuntura social española de esas épocas, dando paso al nacimiento de Riazor Blues y Celtarras.
Por aquel entonces, el panorama de la política española apenas comenzaba a ser cierto y una incipiente revolución cultural hacía que los jóvenes ganaran las calles lentamente con un creciente interés por las ideologías políticas y los movimientos contraculturales principalmente llegados de Inglaterra. El fútbol no era menos y los grupos ultra (hinchadas organizadas con ideales principalmente de derechas) florecían por todo el estado español. En Madrid, en Valencia, en Valladolid y por todas las autonomías. La mayoría eran grupos fascistas nacidos bajo la impronta de los hooligans ingleses, pero en Galicia habría otra historia con una semilla totalmente diferente a casi todas las demás.
Los azules de Riazor y los «etarras» de Vigo
Hay un dicho muy corriente en la región que dice que Vigo trabaja, Santiago reza y Coruña se divierte, y razón no le falta. Si en Vigo se trabaja, es porque la ciudad posee numerosas fábricas y es un polo obrero de los principales de España. Allí se encuentra además un famoso puerto con sus empresas navieras y astilleros. Por eso, por sus trabajadores de manos sucias y músculos cansados, es que los Celtarras nacen antes como un grupo más político que otra cosa. Obreros rojos castigados por las cíclicas crisis en la industria. Rojos y principalmente independentistas. Su lema era “polo celta, por Galiza” (Por el celta, por Galicia) y pretendían ser un apéndice futbolístico del independentismo gallego.
Mientras en Vigo tenían las cosas claras desde un principio, varios kilómetros más al norte la situación era totalmente distinta. Coruña era otro tipo de ciudad con otra composición social. Mas pretenciosa y señoritinga, en Coruña no había ruido a hierro retorciéndose sino más bien se oía música.
Coruña había sido a fines del Siglo XIX y principio del XX cuna de intelectuales y liberales, pero luego de la llegada al poder del general Franco, que había nacido muy cerca de allí, la ciudad mutó lentamente al conservadurismo españolizante. En esas épocas hablar gallego era primero subversivo y además, en una ciudad tan snob, la máxima expresión de la vulgaridad campesina en desmedro de lo moderno, y eso redujo el idioma hasta casi su desaparición.
Ya en democracia, los hijos coruñeses de la migración interna que llegaron a la ciudad desde las aldeas de toda Galicia nacidos en los barrios pobres, con el empuje de las nuevas corrientes políticas y culturales que reivindicaban todo lo referente al gallego encontraron en el fútbol un lugar para hacer germinar su identidad.
Para un miembro fundador de los Riazor Blues, la historia comenzó así: “Al principio, en el ’87, a la gente no le interesaba la política, la tribuna era una mezcla de todo. Mods, fachos, apolíticos, independentistas, red skin y punkis; y la idea solo era drogarse, emborracharse y alentar al Depor”.
Pero la situación fue cambiando. En un momento de esos primeros años, apareció un minúsculo grupo pretendiendo ser una escisión de los Ultra sur madrileños, y cuando aparecieron las banderas españolas y las botas y camperas típicas de los hinchas fascistas más comunes en el resto del país, no tardaron en expulsarlos de la grada.
Claramente, la tribuna se transformaba de a poco en un reducto de la izquierda independentista, quizás más por rebeldía juvenil que por una afianzada convicción, pero al fin y al cabo en el año ’90 ya los Riazor Blues eran una hinchada que tomó partido por una idea definida, y esa idea era muy parecida a la de sus enemigos del sur.
En los ’90 y por 15 años, el clásico fue un hervidero. Los partidos eran considerados de alto riesgo y los incidentes antes, durante y después de los partidos eran moneda corriente más allá de algún intento de pacto de no agresión entre los celtarras, de convicción roja más profunda y arraigada, y un grupo surgido de las entrañas de los Riazor Blues, los Grei Gentalha, quienes creían que los Blues eran demasiado blandos en su postura política y que la lucha era contra los usurpadores venidos desde la meseta.
Los Siareiros galegos
Como en la vida misma, el círculo en algún momento se cierra y la parábola hace que se vuelva al punto de partida. Quizás el punto de inflexión haya sido ese día de 2005 en Santiago de Compostela, y el fundador de los Riazor Blues es bastante gráfico en ese sentido: “Para ese partido y después de tanta lucha no podíamos quedar para el culo, por lo cual se llegó a un acuerdo para que no pase nada. Ni agresiones ni insultos a las respectivas ciudades, y este pacto se empieza a replicar en otros partidos de la selección, tanto es así que entonces se crean los Siareiros galegos”.
Los Siareiros galegos no son más que la mezcla de todos los hinchas independentistas que quieran adherirse y alentar a todo lo que en su camiseta lleve el escudo y los colores de la patria. La peña del país, una organización con sede en la capital, Santiago de Compostela, donde confluyen las peñas no solo de Vigo y Coruña, sino también de Lugo, Pontevedra, Ourense y las de cualquier ciudad donde haya un club de fútbol. Un colectivo que se encarga de organizar y dirigir el aliento por un sentimiento nacional que va tomando fuerza siempre a la sombra de sus vecinos catalanes y vascos.
Hace años que ya los derbis no son lo que eran, que el eje del mal se mudó de barrio y pasó a vestirse de rojo y gualdo. Hoy en día, antes de los partidos entre el Celta y el Depor todos cantan juntos eso de: “…gigante nuestra voz pregona, la redención de la buena nación de Breogán”.
Mucho más aún desde el asesinato por parte de los fascistas del Frente Atlético (ultras del Atlético Madrid) de Jimmy, uno de los miembros de los Blues que se dirigían al estadio Vicente Calderón a ver a su equipo y que, luego de una cobarde emboscada, se encontró tiritando sin ayuda y con un mortal golpe en la cabeza en el medio de un helado río Manzanares.
Ese hecho funcionó como imán que une a los opuestos, y esa unión tomó forma en una gran concentración en homenaje a Jimmy por parte de distintas peñas de todo el país en repudio al asesinato y en busca de justicia. Ese día, en la plaza de Portugal de Coruña y con otros grupos presentes, los Celtarras leyeron un emotivo comunicado y se produjo, a partir de allí, un cambio de paradigma en la relación entre las dos hinchadas más grandes de Galicia. Hoy los dos grupos, lejos de esgrimir amistad, mantienen un mutuo respeto. Y es que clásicos son clásicos y la pasión se impone, pero como en las familias, los trapos sucios se lavan en casa.
- AUTOR
- Horacio Ojeda
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