Copas selecciones
Hoddle vs. Hoddle
No ser apreciado lo suficiente. Así podría caracterizarse el karma de Glenn Hoddle, volante inglés que durante los ’80 atravesó una de las crisis de personalidad más fuerte que jamás haya transitado en los vestuarios del fútbol inglés. Habitué del Tottenham Hotspur, se mantuvo en aquella escuadra desde su más temprana edad hasta sus 30 años. Entremedio, sus buenas actuaciones en la mitad de la cancha de los Spurs le valieron convocatorias a la Selección de Inglaterra, con la cual disputó las Copas del Mundo de 1982 y 1986. Fue considerado un verdadero artista de la redonda en aquellos tiempos y no tardó en aparecer un graffiti hijo de alguna trasnoche de parranda de un seguidor de su conjunto: «Hoddle es Dios«.
Y aquella austera descripción no pudo haberle calzado mejor a este futbolista de largo cabello oscuro y rostro serio. Porque Hoddle se sentía extraterrenal. Trascendían desde puertas adentro a su conjunto algunos fragmentos de largas charlas que él mantenía con el psicólogo de la institución. Una de ellas desembocó en la pregunta de éste a Hoddle respecto a cómo se percibía él mismo. «El rey de este feudo«, respondió Hoddle. «Que no es valorado lo suficiente«, sentenció.
Aquí se divide la corteza sobre la que se posa esta excentricidad, porque podría entenderse la postura de Hoddle ante la vida como una especie de egocentrismo surgido a partir del amor incondicional de los hinchas, los accesos ilimitados del ídolo y la fascinación que generaba cuando cazaba la pelota con sus botines. Pero también, podríamos interpretar su narcisismo como un mecanismo de defensa para la carencia de un mayor reconocimiento que él observaba hacia su figura. Como dichos estándares no le satisfacían, decidió inventar los propios. Alguna vez el periódico The Guardian intentó comprender el mensaje de Hoddle. «El mundo no me entiende«, en referencia al contraste de un fútbol propuesto por el protagonista de este post mucho más técnico y pausado que la destreza física y la rápidez intrépida que ofrecía el fútbol inglés de los ochenta. Arsene Wenger, entrenador suyo cuando él emigró al Monaco en 1987, al parecer descifró el mal de Hoddle: «Es un jugador brillante, uno de los mejores con los que me tocó trabajar. No puedo entender cómo no es más apreciado en Inglaterra. Quizás le tocó ser una estrella en el tiempo equivocado, estando adelantado a su tiempo«.
Pero un día, casi sin quererlo, Hoddle encontró finalmente la horma de su zapato. Mientras quemaba sus últimas naves en el Swidon Town, una vacante en el puesto de entrenador le valió en 1991 el ofrecimiento de ser jugador-técnico de aquel conjunto. GH al fin encontraba un rol en donde podía obtener doble ración de reconocimiento, quizá suficiente para saciar su sed de miradas. Ahora no solo dibujaría magia en el césped, sino también comandaría las tácticas. El resultado no pudo ser mejor, ya que agarró al equipo recién descendido y, a sus tempranos 36 años, lo devolvió a la máxima categoría del fútbol inglés en lo que era recién sus primeras armas como player-coach. La proyección de Hoddle en el banco de suplentes despertó interés de varios equipos de aquellos lares, siendo contratado por el Chelsea. Hizo buenas migas en aquel pago, válidas para recibir en 1996 un ofrecimiento que lo cambiaría todo: comandar a la Selección de Inglaterra. Y aquí es donde, amén del juego de palabras, la estrella olfateó el estrellato, pero se terminó estrellando.
Hoddle tomó a un equipo que venía de no clasificar a Estados Unidos 1994 y de finalizar tercero en la Eurocopa celebrada en su propio territorio. Rearmó una escuadra con nombres como David Seaman, Gary Neville, Graeme Le Saux, David Beckham, Paul Scholes, David Batty y Michael Owen, entre otros que se mezclaban con consagrados y figuras. Trazó una eliminatoria impecable en donde acumuló seis victorias, un empate y una derrota, ganando su grupo por encima de Italia, Polonia, Georgia y Moldavia. Pasaje directo a Francia 1998.
En vísperas del Mundial, Hoddle tomaría una de las decisiones más trascendentales en su suerte como seleccionador, prescindir del entrañable Paul Gascoigne en su plantel. Lo que era una elección excusada en la baja forma de dicho sujeto, terminó siendo el primer ladrillo en el muro que Hoddle empezó a construir entre él y sus jugadores. La forma en que eliminó a PG de sus planes fue recibida como ingrata por parte de los integrantes de la plantilla inglesa, generando un sentir tenso en los entrenamientos. Hay quienes dicen que Scholes y Beckham se negaron a entrenar. «El ambiente era terrible», confesaría sin tapujos el marido de Victoria mucho tiempo después y agregó: «había muchos que no estábamos satisfechos en cómo se trató a los muchachos que quedaron fuera de la convocatoria».
Y es que esto colisionaba con un Hoddle que creía hablarle a sus players como un padre que debe obrar justamente, pero que en realidad era visto como un conservador profesor de escuela católica que se aferraba a sus creencias aún cuando nadie era realmente feliz con ellas, y que de vez en cuando lanzaba algún chascarrillo anticuado para sentirse en onda con sus dirigidos. Chascarrillo que jamás era respondido. Hoddle entonces comenzó a aislarse.
Claro que aún contaba con la bendición de su campaña en el banco de suplentes durante la clasificación mundialista. Pero Hoddle no pudo con Hoddle. Durante los días de la máxima competición, el DT comenzó a escribir una crónica de lo que sucedía -a nivel fútbol y a nivel intimidad- en las entrañas del plantel inglés. Lo que parecía ser una humilde forma personal de inmortalizar su experiencia en la Copa del Mundo terminó tornándose lúgubre cuando Hoddle explicó que era material para un libro que publicaría a posteriori. El guardameta Seaman explicó a la prensa años más tarde de qué manera esto repercutió en la estabilidad de la concentración: «Nos pareció espantoso que nos usara como material para su libro. No estamos identificados en la forma en que nos describió, y cómo dejaba al descubierto nuestros puntos negativos. Fue letal para la moral».
Como si esto fuera poco, aún nos faltan las delicias que Hoddle tenía preparadas para las sesiones de relax que ofrecía su itinerario para sus muchachos. Un trabajo de reconocimiento en que cada futbolista debía tomar un bolígrafo, emplearlo como si fuese un micrófono y decir a viva voz sus sueños extrafutbolísticos. En fin, la personalidad del DT, que oscilaba entre un predicador enamorado de sí mismo, un terapéutico de dudosa base científica y un capitán aislado de todo y de todos -inclusive del sentido común-, hizo descender a la mente de la escuadra un deseo silencioso pero colectivo, tan extremista como urgente: ¿Cuándo se va de acá este sujeto?
Artículo relacionado: ¿Cómo fue el Inglaterra – Túnez de 1998?
El final de la historia es conocida. Un Carlos Roa iluminado desechó los sueños ingleses y en octavos de final la Argentina dejó a un lado a Inglaterra. Aún con tamaña desilusión, Hoddle fue invitado contra todos los pronósticos a continuar como seleccionador. No tuvo tiempo para diseñar de nuevo su lastimado ego tras la caída en Francia y rápidamente comenzó a alinear lo que sería el once titular que buscaría sitio en la Euro 2000. Pero algo había quedado dañado en Hoddle. Amén de sus excentricidades y errores en los albores del Mundial, una participación mucho más digna de Inglaterra en el ’98 hubiera sanado su perpetua sed de ser algo más reconocido. Su sistema había quedado perturbado, y cuando GH se asusta, no hace más que hundirse en sus extremismos. Y esta vez, no habría vuelta atrás.
En los primeros días de 1999, el DT concedió una entrevista a Matt Dickinson, encargado de los deportes en The Times. De un reportaje descontracturado surgió una terrible reflexión que marcaría a Hoddle de aquí en más. «Vos y yo hemos nacido con dos brazos, dos piernas y un cerebro más o menos decente. La gente que no ha nacido así es porque ha habido una razón. El karma viene de otra vida. No tengo nada que ocultar al respecto. Se cosecha lo que se ha cultivado».
No hubo marcha atrás. La condena pública de diferentes organizaciones en defensa de las personas con capacidades diferentes, personajes de la cultura británica, habitués del fútbol europeo e incluso del Primer Ministro, Tony Blair, le costaron no sólo su puesto de entrenador sino también una enorme parte de su reputación. Es difícil comprender cómo Hoddle pudo tener tan atroz pensamiento, pero sí quedó en claro que lo que eran caricaturescas rarezas que él exhibía en sus polémicas crónicas mundialistas o sus fríos recortes de plantel, pasaron a ser escalones en una subida hacia la pérdida total de la empatía por parte suya. Desterrado de la élite, intentó rearmar su carrera como técnico, sin jamás lograr recuperar el reconocimiento que supo tener aún cuando fue indultado tras un sinsabor mundialista. Game Over.
La pregunta final será si Hoddle sintió, en el momento que llegaba a su hogar tras ser despedido de Inglaterra, y mientras acumulaba repudios a toda hora en TV, que el problema no era que a él no lo valoraban demasiado, sino que él no valoraba demasiado a los demás. Y que tampoco valoró lo que construyó él mismo en estas extrañas pero vividas décadas donde se jactaba de ser un Dios sin apóstoles de su talla. Ahora es demasiado tarde, y no hay nada peor que un demasiado tarde.
- AUTOR
- Esteban Chiacchio
Comentarios