América
José Amalfitani: un superhéroe sin capa
Hablar de superhéroes nos lleva al imaginario colectivo de aquel personaje musculoso, con atribuciones fuera de serie para un humano corriente, en pos de ayudar al prójimo o salvar el mundo, bajo el icónico atuendo que finaliza con una capa que recorre el largo del cuerpo, hasta llegar a los tobillos. Pero no cualquier caso es de la misma manera. Y esa frase tan cotidiana como “no todos los héroes llevan capa”, toma fuerza cuando la figura en cuestión dejó todo por el simple hecho de la pasión.
¿Por qué tenemos esa necesidad de dar una mano al resto? El altruismo define a la biología del ser. Todos, por algún motivo u otro, por sentirnos bien con nosotros mismos, ya sea por una cuenta pendiente, o simplemente de forma desinteresada, como es en este caso, sentimos ese cosquilleo de ser solidarios cuando la cosa se pone difícil. Aquello que los especialistas denominan como “altruismo biológico”, es una de las características preponderantes en este individuo que, lejos de tener súper poderes o cualidades no terrenales, logró salvar al planeta de unos cuantos hinchas.
Corría el año 1894 en Argentina. Corrientes y Callao serían las avenidas testigos del nacimiento del actor principal en esta película de suspenso, pero con un final feliz. Don Luis y Doña Fortunata, inmigrantes italianos que llegaron en busca de una mejor calidad de vida al cono sur de América, decidieron en aquel entonces protagonizar el génesis de la que sería su numerosa familia. El 16 de junio de ese año, nació Don José, el mayor de once hermanos, a quienes de pequeños sus padres le inculcaron la cultura del trabajo y el sacrificio.
A temprana edad, él junto a su familia, decidieron mudarse al barrio de San José de Flores, en donde su padre vendía arena, ladrillos y vigas a los recién llegados. Con la ilusión de la casa propia edificaron esos hogares típicos de una planta con jardín adelante y una pieza arriba, para que un inquilino cubriera en el futuro el equivalente a una jubilación.
Por aquel entonces, en el oeste de Buenos Aires, más precisamente en el barrio de Floresta, aparecía un nuevo club de fútbol en la Argentina. Argentinos de Vélez Sarsfield, que tuvo su puesta en escena en 1910. Tres años más tarde, en la Asamblea del 7 de febrero de 1913, se inscribieron diez nuevos socios. Uno de ellos era José Amalfitani, que se enamoró de los colores de la institución “fortinera” a primera vista.
Durante esos años, “Don Pepe”, como era conocido por sus amigos y allegados, realizaba diversas actividades en materia laboral: cronista del diario “La Prensa”, abocado a la construcción, actor y mesero en una cafetería, serían sus funciones antes de desembarcar de lleno en la vida política del club del cual era hincha.
Tras una larga campaña, luego de acercarse de forma activa con la promesa de la construcción del nuevo estadio, gana las elecciones en 1923, convirtiéndose en Presidente de la institución. Luego de algunas discusiones con miembros de su comisión, por no seguir los pasos que él había marcado, y a causa del casamiento con su mujer Cristina Imbert, en 1926 decide dejar de ser el mandamás de la entidad futbolística.
Años posteriores, entrando a la década de los cuarenta, Vélez vive el peor momento tanto financiero como deportivo de su historia. En 1940, los de la “V azulada” consumaron el que sería su primer y único descenso, luego de un dudoso encuentro en donde Atlanta derrotó a Independiente por seis a cuatro –ya en el primer tiempo el “bohemio” ganaba seis a cero- y decretó así su participación en la segunda categoría del fútbol argentino. Por aquel entonces, el recuerdo vivo de “Pepe” y su diálogo con afines, luego de la tragedia futbolera.
– ¿Qué le pasa, Don José? – le preguntaron.
– Estoy mal. Perdimos, descendimos y nos quedamos sin cancha. Ahora necesitamos plata. ¿Ustedes son socios?
– No – respondieron.
– ¿No? Mañana mismo les voy a traer unas solicitudes para que se hagan socios y ayuden al club.
Ante la magra coyuntura de su historia, vecinos, socios e hinchas decidieron ir a buscarlo para que vuelva a conducir los destinos de su amado club. El pueblo volvía a pedir por su héroe y este, lejos de darles la espalda, en un heroico acto de valentía, decidió luchar contra el problema.
Precisamente, el 26 de enero de 1941 salió victorioso en la contienda electoral y pidió a los miembros de la comisión directiva acompañar el aval por las deudas para frenar el remate del club. En principio sólo él decidió responsabilizarse con su patrimonio personal, y posteriormente se fueron acoplando otros integrantes de la comisión como Antonio Marín Moreno.
Su nuevo enemigo, a quien debía derrotar a toda costa, estaba armado con un pasivo que rondaba los 40.000 pesos, embargos por otros 100.000 y un juicio por desalojo del terreno en donde por aquel entonces tenían su estadio. Fue entonces que José decidió responder con sus bienes, tal y como manifiesta el acta firmada el 1° de noviembre de 1941: “El señor José Amalfitani se constituye como fiador, en carácter solidario, como principal pagador, de todas las obligaciones del Club Vélez Sarsfield desde la firma del presente convenio, entendiéndose expresamente que el incumplimiento de una sola, cualquiera de las cláusulas de éste, autoriza a los acreedores a exigir el total de la deuda».
Es entonces que con la tenacidad, carácter, capacidad ahorrativa e inteligencia del mandamás velezano, comenzó de cero la reconstrucción. En ese mismo año, consigue una superficie pantanosa en Liniers, a orillas del Arroyo Maldonado, la cual rellenaron con residuos y material de demolición para comenzar las obras del nuevo estadio: “Cada centavo era un ladrillo o bolsa de cemento”, sostenía. El reclutar, pedir, ayudar y colaborar fueron las premisas de la campaña para poder llevar adelante el sueño de todos los fortineros.
“Y vos, ¿qué hacés acá? ¡Andá y párate en esa esquina, otario!”; “¡apurate que se nos escapan los camiones, carajo!”. Una vez que frenaban un furgón con tierra, convencían al transportista para que dejara la carga en el club. Cuando alguno de los choferes reclamaba algo de dinero, llenaba a las personas con calma: “Mirá, estamos haciendo la nueva cancha de Vélez. Vos vas a tener platea gratis para toda tu familia, ¿cómo te llamás?”.
El film cambia de escenario y una institución endeudada, en segunda división y sin cancha, pasa a tener su campo de juego terminado para 1943 y el consecuente ascenso a primera, éxito deportivo que trajo calma por aquel entonces. Pero como en todo ámbito de la vida, uno siempre quiere más. La gesta institucional y el salto de categoría –motivos prioritarios antes que lo deportivo- no conformaron del todo a los hinchas que exigían un galardón para tener en sus vitrinas. “¡Si quieren campeonatos, háganse de Boca o de River!”, “los ladrillos son más importantes que las copas”, eran las marcas registradas de Amalfitani cuando de torneos ganados se hablaba.
Estaba claro. Su filosofía y antelación iban por otro lado. El mantenerse de pie, lograr estabilidad en la élite del fútbol y cancelar las deudas eran los atenuantes primordiales, antes de ponerse a pensar en algún título. Aunque no iba para atrás y afirmaba: “si nosotros decidiéramos salir campeones, podríamos hacerlo, pero jamás tendríamos el estadio que actualmente disfrutamos”.
Sin embargo llegó. El año 1968 sería testigo de momentos memoriosos, nostálgicos y que quedarán grabados en la retina de los ojos de aquellos que fueron testigos. Vitalicios, hinchas y futuras generaciones tendrán presentes los días 7 y 29 de diciembre de aquel año. Fue entonces cuando el estadio ubicado en Avenida Juan B. Justo al 9200 recibiría el nombre de José Amalfitani, en homenaje a los años de lucha que propició. Veintidós días más tarde, lograrían su primer campeonato en la jet del fútbol doméstico, bajo la conducción técnica de Manuel Giúdice, y la deuda del título quedaría saldada.
Seis meses después, un 14 de mayo de 1969, falleció el héroe. Aquel que peleó y venció a todos sus rivales: saldó la deuda, construyó el estadio y protagonizó el primer grito de campeón, junto a su gente. Justo, trabajador y perseverante son los adjetivos con los cuales calificar a este hombre sin manto que llegó para salvar a su mundo, al que decidió pertenecer, al mundo del Club Atlético Vélez Sarsfield. Quedó inmortalizado junto a su fecha de deceso con el «día del dirigente deportivo», en conmemoración a sus más de 30 años de gestión.
El recuerdo de un superhéroe, que logró que su apellido sea sinónimo de la institución que durante varios años fue modelo de comparación para sus pares en el deporte argentino, en tiempos en donde los directivos actúan como si fuesen del bando de los villanos.
- AUTOR
- Julián Barral
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