Historias
Jugadores Noventosos: Vincenzo Scifo
El fútbol europeo siempre tuvo en Alemania, Inglaterra, Francia, España o Italia a los principales proveedores de talento. No obstante, en los últimos años se dio la explosión de Bélgica, que en base a una camada de futbolistas se coloca como una de las potencias de la actualidad. Si desglozamos los equipos más importante del continente, cuentan con uno o dos futbolistas belgas. Desde un arquero con jerarquía como Thibaut Courtois, defensores como Toby Alderweireld y Jan Vertoghen, un mediocampista polivalente como Youri Tielemans o la experiencia de Axel Witsel y un ataque con el talento y la explosión de Eden Hazard, Romelu Lukaku y Dries Mertens. Pero antes de la aparición de estos, existían dos nombres que eran sinónimos del fútbol en Bélgica: Jean Marie Pfaff y Vincenzo Scifo. El primero, uno de los mejores arquero de su época, el segundo el volante más magnifico que dio La Louviere.
El personaje de esta historia, Scifo, nació el 19 de febrero de 1966 y ya desde sus comienzos estaba en la lupa como uno de los grandes proyectos. En el equipo de su ciudad, el RAA Louviéroise, marcó casi quinientos goles, por lo cual no solo se ganó el mote de «el pequeño Pelé», sino también el interés del Anderlecht, la institución más importante del país. En 1983, un año después de arribar al club y con apenas 17 años, tuvo su estreno en primera división. Durante cuatro años, ya instalado y con la «10» como dorsal característico, fue pieza fundamental de un elenco que ganó tres ligas y dos supercopas nacionales y que perdió la final de la UEFA ante Tottenham Hotspur, por penales. En 1986 fue parte del seleccionado que llegó hasta las semifinales del Mundial de México, donde Diego Maradona se convirtió en verdugo y puso fin al sueño de Scifo, Pfaff y Jan Ceulemans.
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Más allá de la desazón colectiva, el mediocampista fue premiado como el Mejor Jugador Joven del certamen. Con 21 años, los laureles a nivel internacional, casi doscientos partidos y cuarenta y seis goles, Enzo armó las valijas y se marchó a Italia para convertirse en nuevo jugador del Inter. El Neroazzurro se llevaba a uno de los juveniles más importantes del continente, con la intención de borrar rápidamente el tercer puesto de la temporada 1986/87 y pelear con los poderosos Milan, Juventus y el Napoli de Diego Maradona. El panorama no cambió para la 87/88, donde Inter terminó quinto y a trece puntos de su eterno rival. La situación de Scifo no fue muy distinta a la de su equipo. Si bien jugó varios partidos, le costó ganarse un lugar en el once de Giovanni Trapattoni.
Un año duró su aventura en el elenco milanés. La Ligue 1 fue el nuevo destino, esta vez para defender la camiseta del Girondins de Bordeaux. El belga llegó a un combinado que tenía una gran mezcla de experiencia con juventud. Dominique Dropsy, el danés Jesper Olsen y Jean Tigana eran los encargados de guiar a Bixente Lizarazu, Eric Cantona y Christophe Dugarry, además del recientemente llegado. Pero al igual que su paso por Inter, el oriundo de La Louviére no pudo establecerse, ya sea por lesiones o por conflictos con compañeros. En 1989, con el apoyo de Guy Roux y el posicionamiento como volante medular, Scifo se reencontró con la versión que lo catalogó como uno de los prospectos más interesantes del fútbol mundial. Antes de marcharse al Torino en 1991, en busca de revancha en suelo italiano, fue integrante del combinado de los «diablos rojos» que cayó en octavos de final del Mundial ’90. Esta vez Inglaterra, gracias a un gol de David Platt en tiempo suplementario, fue el encargado de mostrarle la puerta de salida a los dirigidos por Guy Thys. Poco a poco la camada que llevó a Bélgica a estar entre los cuatros mejores en México empezaba a extinguirse.
Ya en Torino, el «pequeño Pelé» continuó con la versión del Bourdeaux. En sus dos años en el Granata, el jugador belga fue crucial en la conquista de la Copa Italia 1992/93, el primer título desde la 1975/76. Después de alzarse con el trofeo, retornó a Francia para transformarse en nuevo jugador del Mónaco, que tenía entre sus filas a Youri Djorkaeff, los experimentados Jean-Luc Ettori y el alemán Jurgen Klinsmann, además de los juveniles Emmanuel Petit, Victor Ikpeba y Lilian Thuram. En el combinado del Principado, donde fue dirigido por Arséne Wenger y también coincidió con Thierry Henry y Fabien Barthez, conquistó la liga 96/97 y la Supercopa del ’97. Enzo combinó su madurez con su talento y se ganó el corazón de los hinchas monegascos, convirtiéndose en el amo y señor del mediocampo. Tiempo después, declararía que «empecé a vivir de verdad a los 30. A esa edad, ya se tienen argumentos suficientes para imponerse».
En 1997 tomó la decisión de volver al Anderlecht, donde salió campeón de la Jupiler Pro League de 1999/2000, aunque puso punto final a su carrera en el Royal Charleroi, en el 2001, a causa de una lesión en su cadera.
Curiosamente, el futbolista que disputó cuatro mundiales, marcó más de cien goles a pesar de ser mediocentro y enamoró con su versatilidad en época de grandes volantes, tuvo en sus manos a las estrellas que ilusionan a todo un país con levantar algún título a nivel selección. Dirigió las selecciones juveniles, desde la Sub 17 hasta la Sub 21, y declaró: «Si lo hacemos bien, el fútbol belga puede seguir así durante los próximos quince años». Sin dudas, algo entiende.
Aunque hoy los De Bryune, Hazard o alguna otra joyita sean el sinónimo de Bélgica, antes existió un volante que eclipsó a Maradona y tenía todo para situarse como uno de los mejores de aquellos años. Por una, u otra cosa, nunca terminó de colocarse en el podio de los que marcan una época. Sin embargo, Vincenzo Scifo se encargó de que su nombre sea el puntapié de una generación espléndida.
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- AUTOR
- Claudio González
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