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Kanté, el centinela de la Francia finalista
Tan solo cinco años atrás, N´Golo Kanté jugaba en la segunda división francesa. El Caen era su sitio, pero un lustro fue suficiente para alcanzar el status de hoy, clave y factor diferencial en la Francia de Didier Deschamps. La llegada de Les Bleus a una nueva definición cumbre, luego de 12 años, se explica a partir de su talento ofensivo y los recursos que guarda una gran generación, pero de ninguna manera encontraría razón de ser sin su mediocentro. Desde el primer partido del Mundial, ante Australia, hasta el día de hoy en que anotó su nombre para jugar en el estadio Luzhniki el 15 de julio, Kante fue la gran figura colectiva.
Saltó de su país a la Premier League, se erigió en hombre fundamental para la histórica conquista del Leicester City y fue contratado por el Chelsea. En el medio, se ganó su lugar como titular en la selección que hace seis años comanda Deschamps. Si en un principio existía el riesgo del gran espacio que debería cubrir en solitario, rápidamente lo disipó por su inmensa capacidad para leer las acciones del juego y anticiparse, o bien robar una y otra vez para que su equipo inicie.
El entrenador francés ha querido que Kante replique, en la actual Francia, su labor en aquel campeón multiétnico de 1998. Este equipo tiene, como aquel, grandes raíces en la inmigración. N’Golo, de ascendencia maliense, es uno de tantos que explican también el éxito galo. Deschamps era un futbolista combativo, necesario para que las figuras se desplieguen. Un trabajo idéntico lleva a cabo hoy su volante central, aún con mayor implicancia en el robo y con más metros que recorrer.
Sería imposible ahondar en el estilo del conjunto sin él. Por su capacidad de recuperación y juego simple, esos pases cortos que comienzan a estabilizar a Francia, con los que empieza a juntarse. Sus pases disminuyen el riesgo, después de recuperar una y otra vez en la zona medular del campo. Durante la fase de grupos, la capacidad en transición ofensiva francesa le reclamó su mejor nivel, ese que mostró una y otra vez para que su equipo no se resienta en inferioridad numérica y vuelva a hallar espacios que atacar. Más allá de que las pérdidas representaban una estancia que cubrir, allí estaba el mediocentro, dispuesto a dar el paso correcto por su clarividencia. Con el paso de los partidos, la selección azul se fue transformando mayormente en una unidad, juega de forma más armónica. Y Kanté sigue destacando.
Sus esfuerzos parecen ser cortos, pero de una intensidad máxima. Anticipa, realiza coberturas y vuelve a su sitio. Un prodigio cuya trascendencia en el equipo ha ido en alza, capaz de hacerse con el balón en el triángulo que compone con los centrales Raphael Varane y Samuel Umtiti, o de realizar anticipos en tres cuartos de campo, impidiendo que el rival se lance a zonas descubiertas. Su rendimiento en el debut evidenció lo que podría llevar a cabo, algo que profundizó en la primera fase y, sobre todo, en el partido ante Argentina, cuando desactivó a Lionel Messi.
Frente a Bélgica, volvió a decir presente su capacidad de controlar el centro del territorio, barriendo, relevando y obstaculizando las intenciones de los dirigidos por Roberto Martínez. Fue el encargado de obturar los carriles centrales, ayudado en este caso por Paul Pogba, cuyo nivel ha ido in crescendo conforme al paso del Mundial. Actualmente, el espigado jugador actúa junto al del Chelsea y lo ayuda a cubrir espacios, una función que cumplía poco en los albores de la competencia. Pogba llega a la final habiendo crecido no solo en su interpretación defensiva, sino que sus zancadas largas y grandes dosis de talento han servido a Francia, con el encuentro ante Uruguay como gran ejemplo.
Los galos consiguieron desarticular a su adversario semifinalista con un bloque bajo que siempre se movió unido, compacto, en el que Antoine Griezmann, Olivier Giroud y Kilyan Mbappé eran la primera barrera para taponar pases entre líneas. Las ayudas por las bandas a los laterales abundaron y el camino que tomó Bélgica, tras 15 minutos de dominio ineficiente, fue el interno. Allí, Kanté, Pogba y Blaise Matuidi aguardaron listos para hacerse del balón y soltarlo de manera simple. Francia halló una y otra vez por detrás de los volantes belgas a Griezmann, y desde ese sector comenzó a tejer sus mejores jugadas. Ya en la segunda mitad, tras la ventaja alcanzada por un cabezazo de Samuel Umtiti en acción de pelota parada, el repliegue bajo de los de Deschamps no mostró fisura alguna. Y en su área, ante la lluvia de centros hacia Marouane Fellaini o Romelu Lukaku, ambos centrales se impusieron y despejaron los envíos con un acierto infinito.
Kanté ya había cumplido con su labor, evitando que De Bruyne se colase por dentro y que Eden Hazard, imperial por sus gambetas y conducción durante los 90 minutos, llevase a su equipo al tiempo extra. Kante, ese futbolista que fue rechazado en sus comienzos en la escuela Claire Fontaine que siempre nutrió al seleccionado, por su baja contextura física, replica a su entrenador y es el centinela de una Francia que no se explicaría sin él. Volvió a emerger en semifinales, en la San Petersburgo donde Les Bleus alcanzaron su propia revolución, allí donde confluyen el río Neva y el Mar Báltico, como confluyen las recuperaciones de Kante y el talento inacabable de un finalista de Rusia 2018.
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- AUTOR
- Nicolás Galliari
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