Argentina
La Chilena es del Enzo
Hacía rato que el precio de la entrada que había sacado la gente para concurrir a ese encuentro ya estaba saldado por los protagonistas y con creces. Faltando 7 minutos para el final, el amistoso entre el River del Bambino Veira y la Selección polaca estaba 4-2 a favor de los europeos, y el partido había sido frenético entre dos equipos totalmente entregados al espectáculo. Uno, el local, llevaba 10 puntos de ventaja en un torneo que había sido cercenado a mitad de temporada, cuándo no en el fútbol argentino, y que puso lo mejor que tenía a su disposición, con nombres como Nery Pumpido, Oscar Ruggeri, Norberto Alonso, Américo Gallego y gran parte de la base con la que meses más tarde se consagraría como el mejor equipo del mundo, en 1986.
El otro, los polacos, también llevaron un conjunto ultra competitivo. Solo su arquero titular, quién no fue cedido por el Porto y su estrella Zbigniew Boniek, no concurrieron a Mar del Plata, pero el resto, la base que había salido tercera en el Mundial de España ’82 y que se preparaba para dar el salto en la Copa del Mundo de México de ese año, estaba en el campo de juego ese día.
El estadio estaba completo. En esa época, mediados de los ochenta, la copa de oro de Mar del Plata funcionaba no solo como una buena plataforma para encarar la temporada, sino también como una excusa para que la gente, mucha que no tenía la posibilidad de verlos domingo a domingo en el Monumental, pueda estar cerca de sus ídolos. Lejanos en todo sentido, porque no era tampoco una costumbre la televisación en vivo y en directo de la liga local. Pero el torneo de verano sí se televisaba a todo el país. Era un evento que convocaba a quienes estaban en la ciudad balnearia y a todos los que se posaban al frente del televisor. Y también a la prensa claro. Gozaba en aquellos tiempos de un prestigio hoy hecho trizas, e iban hinchas de todos los cuadros a ver todos los partidos que podían. Más con ese equipo de River que era un espectáculo y más aún, contra un seleccionado top de Europa.
El primer tiempo fue más o menos normal, había finalizado uno a cero con un gol del Beto Alonso a los 35 minutos. Pero en el segundo, el partido forjó una historia todavía recordada aún hoy. A los 3 minutos, Polonia lo empató con un tiro libre magistral y en seguida Enzo Francescoli dio inicio a una de sus clases de fútbol más lúcidas, porque volvió a poner en ventaja al Millonario 3 minutos después.
A los 10, a los 22 y a los 27 minutos, en una ráfaga goleadora, los europeos se pusieron al frente y el estadio los aplaudía en cada gol.
Francescoli ya estaba viviendo su momento más pletórico en el club. Luego de un comienzo en el que le costó tomar vuelo, ya venía descollado en el campeonato argentino hacía rato y ese torneo en particular lo vería goleador nada menos que con 25 goles. Ya era el ídolo que se iría en poco tiempo a Europa, pero mientras tanto el tercer gol de Enzo en ese amistoso fue una obra de arte del uruguayo y se gritó en el Minella como si fuese la final de la Copa Libertadores hasta ahí esquiva.
El otro fue de un debutante que también sería muy importante en los siguientes días. Ramón Centurión y partido empatado.
Hacélo, Enzo. Hacélo.
Diego Simeone escuchaba con atención la pregunta de un periodista español en la previa a los cuartos de final de la Europa league del 2018. El día anterior, Cristiano Ronaldo había marcado un auténtico golazo de chilena para el Real Madrid frente a la Juventus por los cuartos de la Champions y la prensa embelesada ante semejante demostración de destreza atlética no paraba de elevar la conversión del portugués a niveles celestiales. Pero el Cholo les paro el carro que iba a velocidad crucero con una repregunta: “¿Viste la chilena de Francescoli?”.
El periodista quedó totalmente en offside y Simeone volvió a la carga, esta vez con un consejo: “Andá a verla y después contáme, buscá. Gol de Francescoli a Polonia”, y mientras el Cholo hablaba, la prensa no podía entender que esa magistral definición de Cristiano no fuese el mejor gol de la vida.
En los periódicos y en la televisión española continuaron con el inflador mediático. Midieron el salto con modernos aparatos, el ángulo de torsión, y no se sabe cuántos métodos científicos más se usaron para justificar infructuosamente una realidad esquiva.
Así como la mano de Dios es de Diego, el muletazo es de Palermo, la pelota naranja es del Beto y la volea es de Zidane, desde el 8 de febrero de 1986, hace exactamente 34 años, la chilena es del Enzo. El paroxismo de la elegancia en la jugada más difícil y más linda del fútbol.
Hay goles emblemáticos que marcan un hito en la historia del fútbol y sobretodo en la memoria de quienes lo vieron en vivo o en directo, y la famosa pirueta del uruguayo es uno de esos.
El partido agonizaba y esa porción de Mar del Plata se revelaba ante el frescor de la noche costera con un volcán lleno de pasión. Más de 30 mil personas de pie vibraban con el final, pero ninguno de los que estaban ahí imaginó que iban a presenciar algo que les cambiaría la visión del juego para siempre. Es difícil describir la elegancia, el charme de una jugada que un tipo que de deshilachado parecía caerse con el viento del Atlántico, construyó una noche.
Alonso apuró un tiro libre pasando la mitad de la cancha y se la dio al Tolo Gallego, quien pivoteó corto con el Beto. Un minuto después del empate, a los 43 del segundo tiempo, el centro del mediocampista de River cae pasado para que Ruggeri haga lo que siempre hizo: cabecear una pelota que va hacia el centro del área pero en dirección contraria al arco.
En el trayecto y antes de que caiga, Enzo la para con el pecho, la acomoda a su mejor pierna y le da altura suficiente, todo en un mismo movimiento que es imposible de descifrar si no fuera por su genialidad como futbolista. Lo que sigue está codificado por pornográfico. El vuelo del príncipe, la pegada en el aire con las piernas bien estiradas en el movimiento más orgásmico que en el fútbol se pueda consumar. La estirada del arquero, el encuentro de la pelota con la red, la cara de los chicos alcanzapelotas, el grito furibundo de la gente en las tribunas y la famosa corrida de Francescoli hasta llegar a los brazos de Carlos Karabín, deberían ser piezas de museo. Pero no de un apurado museo del fútbol; del Louvre, o el del Prado o el del Vaticano. Debería estar ahí, bien cuidado para que la humanidad toda pueda contemplar que la belleza suprema también puede ser un flaco desgarbado haciendo un gol.
Nadie, absolutamente nadie de los que estuvieron ahí, podrá olvidar ese día en que no importó que el equipo fuera River si eras de Boca porque todos, absolutamente todos, quedaron en un limbo frotándose los ojos, incrédulos de lo que acababan de ver. La explosión del estadio se reprodujo en los medios al otro día. Y la noticia y las imágenes recorrieron América.
El propio arquero polaco de esa noche, Jozef Wandzik, confesaría años más tarde al diario La Capital de Mar del Plata que esa noche no pudo dormir. Y se acuerda muy bien de ese gol, a pesar que Wandzik consiguió ser el arquero más destacado de la historia de la Selección polaca, defendiendo su escudo por casi diez años.
Como si fuera poco y para los pobres incrédulos, en el año 2012 y con muchos más kilos encima, el Enzo dio su función final. Le regaló a todos aquellos que no pudieron vivenciar su momento cúlmine, una pizca más de su talento y repitió el gol en un partido homenaje a su amigo Ariel Ortega en San Juan.
Claro que no tuvo la magnificencia del de aquel joven Francescoli que todavía no había cruzado el océano. Pero fue una muestra dignísima de lo que fue aquella noche mágica de Mar del Plata. Los que no la habían visto pudieron apreciar la calidad inconmensurable de un jugador admirado por todos sin discusión. Los que sí estaban en la tierra aquella noche del 8 de febrero de 1986 solo atinaron a cerrar los ojos, para recrear en sus mentes aquel momento y seguramente también, para contener alguna lágrima.
- AUTOR
- Horacio Ojeda
Comentarios