Bundesliga
La ideología no se negocia
Dentro de la órbita que denominamos «fútbol», el título que rubrica a esta crónica parece ser una máxima inquebrantable para muchos de sus artífices. Directores técnicos y jugadores toman como mandamiento que, amén del resultado, los modos son los que priman a la hora de saltar hacia el verde césped. Pero, ¿qué sucede cuando factores externos salpican dicha afirmación? ¿Aplica esto para cualquier orden de la vida?
El balompié y la política van de la mano, no hay con qué darle. Desde la presencia de un presidente de un club envuelto en la toma de decisiones, o con injerencia a nivel país (caso Hugo Moyano en Independiente, o Mauricio Macri que saltó de Boca a sentarse en el sillón de la Casa Rosada), hasta la idiosincrasia más pura y extremista, defendida a diestra y siniestra por sus fanáticos, como la rama fascista presente en las gradas del club Lazio, o la hinchada del St. Pauli y su militancia social, son moneda corriente fin de semana tras fin de semana.
¿Qué es la ideología? «Conjunto de ideas que caracterizan a una persona, escuela, colectividad, movimiento cultural, religioso, político, etc», sentencia el diccionario. Porque sí, todos por naturaleza somos seres políticos y sostenemos una premisa de esa índole. Ya sea por herencia familiar, por las vivencias de nuestros amigos, por una charla de café, por lo que nos dejan los escritos en un libro o por lo que nos informan (y lo que no también) los medios de comunicación, todos argumentamos, debatimos y refutamos. Y esto, no escapa a nuestro personaje del día.
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Deniz Naki, hombre nacionalizado alemán, pero con natalicio en la región kurdo-iraquí, despuntó el vicio de pegarle a la redonda como muchos de nosotros soñamos hacer. Pero aquí no da a lugar su paso por el Bayer Leverkusen, su estadía en el St. Pauli, o sus performances en la Selección de Alemania Sub 19, en donde fue campeón durante el Europeo del 2018, en República Checa. Aquí, su historia personal por fuera de la verdusca forma geométrica delimitada por tablones de cemento, es lo que nos importa. Sus goles y actuaciones, probablemente, no lo sacarían del ostracismo en esta parte del continente, pero la lucha que lleva adelante por su pueblo lo catapultó a la popularidad.
¿A qué denominamos kurdo? Es el gentilicio de las personas nacidas en Kurdistán, un pequeño territorio reclamado por su etnia, pero sin escuchar su viva voz aún, dividido en cuatro regiones: Turquía, Irán, Irak y Siria, con poco más de 26 millones de habitantes en total.
Hijo de inmigrantes, nació en el país teutón, dado que sus progenitores tomaron la decisión de trasladarse allí durante la década del ’70. De pequeño, quedó marcado a fuego por su impronta familiar. Sus padres eran militantes sindicales en Turquía y adeptos al movimiento independentista kurdo. Además son alevíes -grupo etnorreligioso Islámico heterodoxo -, una rama del islám chiita que tiene el 15 por ciento de adeptos sobre un total de 1.600 millones.
El hombre de los tatuajes icónicos, tiene estampado un retrato del Che Guevara y la frase «Dersim 62», antiguo nombre de Tunceli, la región de la que proviene su familia. El número hace referencia a las patentes de los autos de la región y es el que supo llevar en su camiseta durante su etapa como profesional. Mostró algunos destellos que hicieron que su carrera saliese a la luz, amén de su compromiso social.
Por ejemplo, jugando para el ya mencionado St. Pauli, tuvo su actuación estelar ante el Hansa Rostock, elenco que ostenta ser el último campeón de la vieja República Democrática de Alemania, y que destaca por la clara inclinación de sus fanáticos hacia la derecha. En un cotejo caliente, estampó el 2-0 definitivo y, durante sus festejos, enfiló hacia las gradas del elenco anfitrión, para pasarse el dedo índice por el cuello en señal de degüello. Envuelto en el regocijo de la victoria, todavía en el campo tomó una bandera que le arrojaron desde la tribuna y la clavó en el césped, señalando la “conquista” del territorio enemigo.
Claro, esta actuación tuvo sus reprimendas. Sancionado por cuatro partidos, en lugar de reflexionar sobre sus actos, demostró su alegría y orgullo ante los medios de comunicación : «He recibido insultos racistas durante todo el partido. Con el Hansa siempre pasa. Pero la sanción me la llevo yo”. “Defender esta camiseta es defender unos valores”, sentenció.
El comienzo del fin fue cuando fichó por Gençlerbirligi, en un momento en donde el Estado Islámico azotaba la región de Siria y el gobierno de Turquía se mantenía al margen, reprimiendo contra aquellos pertenecientes a la región kurda que intentaba traspasar las fronteras. Un cóctel nocivo y explosivo que no tardó en detonar dentro de las entrañas del joven delantero, en el que primó más su razón que la profesión. Esto le valió que la sociedad le diera la espalda, empiece a ser mirado de reojo y sea el blanco para los violentos.
“Salí a comprar comida y me reconocieron. Eran tres. Me empezaron a insultar. Se preguntaban si yo era Naki, si era ‘ese sucio kurdo’. Me dijeron que no me querían en su país, que me largara. Luego uno me pegó un puñetazo. Cuando me escapé escuché cómo me decían que aquello era solo una advertencia”, enfatizó luego de protagonizar este conflicto en la calle, tras proclamarse en contra de los bombardeos del EI.
Regresó en 2015, fichó por el Amed SK, bautizado en un principio como Diyarbakirspor, pero el municipio, donde desde 1999 gobiernan los partidos pro-kurdos, cambió el nombre, haciendo alusión a la ciudad Amed, y con los colores de la bandera kurda (rojo, blanco y verde) como uniforme. En ese lugar se desempeñó hasta el 2018.
En enero de este año casi encuentra el final del camino. Durante una visita a sus padres en Alemania, fue atacado por una cruenta balacera. “Podría haber muerto, faltó poco. Siempre he sabido que esto podía ocurrir, pero no que me pase algo así acá», señaló el profesional de 2018. Muy a su pesar, otro golpe, esta vez a nivel profesional, estaba por sacudirlo.
La Federación Turca de Fútbol lo sancionó de por vida por haber apoyado una protesta en contra del gobierno de esa región por sus acciones en el norte de África. Esto, sin embargo, no lo detuvo y su vida dio un giro inesperado por mantener viva su causa. En abril, comenzó una huelga de hambre frente a la embajada de las Naciones Unidas en Suiza. «Pedimos que el ejército turco y sus aliados islamistas se retiren de Afrin y acaben con esta guerra de agresión», comentó al medio Die Welt.
Hoy está más firme que nunca, apoyando al partido PKK -considerado terrorista por el gobierno turco, Estados Unidos y la Unión Europea- y sus cimientos fundamentalistas. Pese a las suspensiones, los malos tratos y las balas, no parecen haberlo quebrantado. Para él, dentro y fuera de la cancha, la ideología es algo que no se negocia.
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- AUTOR
- Julián Barral
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