Historias
La leyenda de Antonio Carbajal
Acercarse a la historia de Antonio Carbajal nos remite a un tiempo diferente del fútbol, seguramente mucho menos riguroso desde la planificación, pero probablemente mucho más romántico. Equipos armados por el amor propio y el sacrificio, sin el flujo económico que hoy en día rige las normas de este negocio deporte.
Ese mundo transitó el «Cinco Copas», apodo que logró debido a haber disputado los mundiales de Brasil ’50, Suiza ’54, Suecia ’58, Chile ’62 e Inglaterra ’66. Sus inicios no fueron sencillos, tanto a nivel humano como en el plano deportivo. Es que cuando apenas era un «chavo», su hermano murió atropellado en la calle, mientras jugaba a la pelota. Por eso, su padre le prohibió seguir con el fútbol al joven Carbajal.
Inquieta, la Tota no pudo con su genio, pero tuvo que readaptarse. De ser un delantero habilidoso pasó al que sería su lugar en el mundo: el arco. Ustedes se preguntarán qué tiene que ver esto con la prohibición que le había impuesto su papá. La respuesta está en que, desde el arco callejero, podía espiar la puerta de su casa para ver si se acercaba el padre, y en ese caso disimular como simple espectador.
Al ver cómo los rivales del barrio se le hacían cada vez más pequeños, Antonio tomó una decisión, terminar la secundaria y dedicarse de lleno al mundo del fútbol. Su padre fue claro: «o estudias o te vas». El «Cinco Copas» se armó su bolsito, y cargado de ilusiones se marchó en busca de su sueño.
Logró en un comienzo fichar por un club del barrio, el Oviedo. Tenía por delante, según cuentan, a un buen arquero llamado José Alfredo Jiménez, quien hizo la gran Julio Iglesias y pasó a dedicarse al canto, dándole la chance al joven Carbajal. Sus buenas actuaciones hicieron que el hoy desaparecido Club España se fijara en él. Tras pasar una dura prueba como las de Caruso, el precio de su pase fueron once pelotas. A los pocos días, debutó en la Primera División con 19 años, marca de crack.
Sin embargo, al poco tiempo el equipo desaparecería, por lo que Carbajal tuvo que nuevamente buscarse su destino, y vaya si lo encontró. Se sumó a las filas del León, club con el que seguiría jugando el resto de su carrera, hasta 1966. He aquí el momento en que llegamos al núcleo de esta historia, su período mundialista.
En la etapa previa al Mundial de 1950 (y una vez que Carbajal ya era consciente de la desaparición del España), se disputó una serie de encuentros amistosos con equipos del exterior. Allí se conjugaron dos cosas: por un lado, la Tota se destacó sobremanera, pero al mismo tiempo, quien venía siendo el titular del seleccionado (Raúl Córdoba) tuvo un flojo desempeño. Fue así que, cuando el plantel azteca arribó a tierras brasileñas, el técnico, Octavio Vial, le fue claro a Carbajal: «Vas a tapar».
El debut era un partido tranquilo: ante Brasil, en la apertura del Mundial y en el estreno del Maracaná, ante alrededor de 200 mil personas. El portero, que se había dedicado a ese oficio casi como única manera de jugar al fútbol, el que usaba una media blanca y una negra por debajo de las oficiales, el que también siempre vistió una remera verde debajo del buzo a manera de cábala (y que debía ser lavada con detergente para bebés), estaba frente a la culminación de sus anhelos.
Así fue que el 24 de junio de 1950 y con el arbitraje del inglés George Reader, Carbajal comenzó a escribir su leyenda. El resultado no fue el mejor pero sí el esperado: derrota 4-0 ante los máximos candidatos. «A mí siempre me gustó enfrentarme a los gallones. Con los equipos chicos, los modestos, como que no me daban ganas de jugar; pero con los gallones me crecía, me encantaba. ¡Quiénes son estos! Siempre me metían goles, verdad, jajajajajaja. Pero, bueno, me gustaba, y así fue como inauguramos el Maracaná. Doscientos mil espectadores, gritando ¡Brasil, Brasil!, con la algarabía que hacen gala ellos. “Brasil, Brasil”, y yo por mi fuero interno gritando ¡México y México”, hasta que Ademir me metió el primer gol y después vinieron tres goles más. Quedamos cuatro cero», explicó Carbajal.
Otras dos caídas (4-1 ante Yugoslavia y 2-1 ante Suiza) cerraron la que en verdad era la segunda representación que hacía Carbajal de los colores nacionales. Dos años antes, el arquero había estado en los Juegos Olímpicos de Londres y el resultado también fue malo, ya que fueron eliminados por Corea 5-3.
Seguiría trabajando duro el futuro hombre récord. Es que, según él, esa primera experiencia recibiendo tantos goles le hizo notar que aún tenía mucho por aprender. Llegó cuatro años más tarde su segunda Copa, ya como titular establecido tras el período de eliminatorias. El debut, otra vez, ante Brasil. Nuevamente, fue una boleta: 5-0 ganó el Scratch. Luego de la caída ante Francia por 3-2, los Aztecas se volvían a casa con las manos vacías. Hasta allí, cinco partidos y cinco derrotas para la Tota.
Como el fútbol siempre da revancha, nuevamente México y el ya histórico Carbajal llegaron cuatro años más tarde a Suecia para romper la maldición de las siete derrotas mundialistas en igual cantidad de presentaciones. Parece ser que en FIFA mucho peso el equipo no tenía, ya que este debut fue ante el local (y a la postre subcampeón) Suecia. Derrota 3-0 para empezar. Luego, México sumaría por primera vez: 1-1 ante Gales. Cerraron otro pálido Mundial sufriendo una nueva goleada, 4-0, ante Hungría que aún guardaba valores del equipazo del ’54 (Sandor e Hidekguti, por ejemplo).
Parece ser que algún sector de la prensa no estaba muy a gusto con las actuaciones mexicanas en los mundiales, por lo que al equipo le cupo el mote de los «Ratoncitos verdes». Carbajal hace el descargo: «En nuestra época era divino jugar. Llegabas con un entusiasmo desmedido a la concentración. Te ibas en camión de León al DF, como los muchachos de Guadalajara se iban en autobús. No pretendíamos más que poder jugar y ganar. Nunca exigimos hotel cinco estrellas, ni vuelos chárter; nunca hablábamos de premios, nunca hablábamos de nada. Queríamos jugar y defender a México. Si tú quieres, locos, bohemios, pero lo vivíamos muy intensamente y eso nos dejó muchas satisfacciones. Hasta la fecha nos da un gusto tremendo, aunque las comparaciones son odiosas, decir, ¡oye! mira todo lo que les pagan y están igual o peor que nosotros».
Sin embargo, en Chile 1962 sí el equipo mexicano daría un paso hacia adelante. Como siempre, las cosas no empezaron de la mejor manera para el Tri. ¿El debut? Sí, otra vez con Brasil, en Viña del Mar. Del otro lado, Pelé y Garrincha. Fue 4-0, pero Carbajal evitó lo que hubiera sido una goleada aún mayor. En la segunda jornada, el rival era España, que contaba con Paco Gento y Ferenc Puskas; la suerte no era muy generosa con el equipo norteamericano, estaba claro.
Venía de batacazo la cosa, pero en el final Gento bordó una gran maniobra y envió un centro. Carbajal le gritó a Cárdenas que la dejara, ya que el balón se perdía por la línea de fondo. Sin embargo, el defensor se equivocó y quiso despejar. La dejó servida en los pies de Rial, que fusiló a Carbajal para ganar el partido. Era el último minuto del partido.
El cierre del grupo tocaba con otro gran equipo: Checoslovaquia, que también sería subcampeón al final del certamen. Comienzo traumático, a los 15 segundos ya estaba adelante el conjunto europeo gracias a un gol de Václav Masek (esta marca sería superada por Hakan Sukur en el 2002). Sin embargo, con pasajes de muy buen fútbol y con apariciones estelares de Carbajal, México daría vuelta el resultado para imponerse por 3-1. Primera victoria en mundiales. Con los resultados finales, de no haber perdido ante España sobre la hora, México podría haber pasado de ronda.
Pese al sinsabor de la eliminación, el buen papel de los mexicanos fue reconocido primero por la gente chilena, y luego por la prensa, que nombró a Carbajal (junto al checoslovaco Viliam Schrojf) como el mejor arquero del certamen. Su figura no pasaba desapercibida.
Pero como todo héroe deportivo que se precie de tal, no estuvo exento de las declaraciones para la tribuna. Según explica, en su momento, rechazó una oferta del Real Madrid por amor a la camiseta: «He sido bueno o quizás tonto porque dije, si México me ha dado la oportunidad de defenderlo, de ir a un Mundial, de ir a una Olimpiada, pues le voy a dar mi futbol a México y me quedé, no fui».
En el León, era ídolo indiscutido. Sin embargo, para 1965 el argentino Luis Grill lo tenía relegado al banco y lo calificaba abiertamente de «viejo». Nuestro querido Carbajal ya evidenciaba 36 abriles. No obstante, ya había sido confirmado para el Mundial de 1966, por lo que sabía que sus últimos partidos del ´65 serían sus últimos como profesional (el Tri se preparó durante cinco meses para el certamen en Inglaterra).
Su deseo era irse de la mejor manera, y allí, el destino le hizo un guiño, ya que antes del último encuentro ante el encumbrado Toluca, el arquero titular se lesionó y él tuvo su chance. Así como Ubaldo Fillol en su despedida ante River, se comió la cancha. Sacó pelotas de todas lados y de muchas formas. Fue 0-0, y cuando se despedía, la gente lo ovacionó. En una muestra panquequista, el DT se le acercó y le dijo: «Siempre dije que vos eras el mejor arquero de México». La respuesta de Carbajal fue: «Y yo siempre supe que usted era un hijo de la Chingada». Con los gritos de «Tota, Tota», se fue del estadio envuelto por el cariño del público.
Llegaba entonces, Inglaterra 66. Ya no era titular Carbajal, pero aportaba experiencia en un plantel con valores como Salvador Reyes o Enrique Borja (el ídolo del Chavo y Quico). Así, en los primeros partidos, ante Francia (1-1) – en un juego en el que los Aztecas fueron claramente perjudicados por el árbitro- y, otra vez un local, Inglaterra (0-2), lo vio desde afuera. Sin embargo, tuvo su despedida de la mejor manera.
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Es que su sueño de jugar en Wembley lo pudo cumplir la noche del 19 de julio, en un empate ante Uruguay por 0-0. Luego de un error inicial, mostró todo su aplomo y sus compañeros estuvieron muy cerca de anotar el gol que le podría haber dado a México el pase a la siguiente instancia, ese que conseguirían recién en 1970, como locales, ya sin Carbajal, quien se despidió al aducir que ya no tenía nada más para darle al fútbol. Inició su periplo en mundiales en el Maracaná y lo cerró en Wembley.
Su marca de jugar en cinco mundiales apenas pudo ser igualada por tres jugadores: Lothar Matthaus, Gianluigi Buffon, y su compatriota Rafa Márquez. Luego, se dedicaría a la dirección técnica y, tras obtener un par de copas mexicanas con el León, logró otra marca: estuvo 10 años al frente del Morelia, de manera ininterrumpida.
Hoy, a los 89 años, está retirado de los grandes círculos, aunque se dedicó a la docencia de la pelota tiempo atrás. Un mito, el gigante, Antonio Carbajal.
- AUTOR
- Diego Huerta
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