Historias
La Mano de Moon
Un salón gigantesco de paredes blancas y techo vidriado acobija a un incontable número de dúos. Ellos, visten smoking con flores artificiales a la altura del pectoral izquierdo. Ellas, vestido color crema largo hasta besar el piso. Son cientos. Circulan parejas caucásicas, otras asiáticas, también mixtas. Es una especie de mayorista nupcial. Varios fotógrafos se pasean acechando con sus lentes, que no dan abasto ante la multitud. Es día de bodas en la iglesia, y el Reverendo Moon, achicado por el paso del tiempo, se reza a él mismo para que sus ancianas rodillas le permitan estar de pie durante toda la masiva ceremonia.
Antes de que Tinder fuera siquiera un concepto, Sun Myung Moon ya podía jactarse de haber matcheado a un enorme número de parejas, compuestas por miembros del movimiento que él lideraba: la Iglesia de la Unificación, también conocida, simplemente, como la Secta Moon.
Surcoreano de origen, y sumamente influenciado en su temprana adultez por los conflictos de la guerra fría, el trasfondo bélico de la península coreana y un ferviente desapego al comunismo, Moon comenzó a predicar su palabra y a despuntar un peligroso talento para interpelar cognoscitivamente a quien se aproximaba a escucharlo. Superficialmente, podía verse una estructura tan simple como nociva para la ingenuidad ajena: respuestas simples a preguntas complejas. Este modus operandi engrosó sus expectativas y, lejos de naufragar en la trasnoche de un canal de aire, lo catapultó como un hombre de fe cuya iglesia se engrosaba cada vez más, traspasando las fronteras de su Corea del Sur natal, y comenzando sumar devotos de diferentes puntos de Eurasia.
Entre los ’70 y los ’80, la secta comenzó a ser recurrente en el diseño de misiones que hicieran pie en América del Sur. En el organismo de la secta que comenzó a operar en nuestro continente, sujetos autodefinidos como discípulos del enviado de Dios a la tierra -el mesías Moon- se aproximaban a jóvenes en puntos públicos de las grandes ciudades. El lavado de cerebro tan potente como contagioso que articulaban los miembros de la iglesia les hizo ganar algunos seguidores en la región, curiosos de saber más sobre la salvación eterna que auspiciaba el movimiento.
Afianzado el vínculo, la rutina continuaba en una movilización coordinada hacia algún precario complejo de viviendas al costado de las rutas que transitaban las entrañas de la Provincia de Buenos Aires. Convivencia en constante honradez hacia el líder, alimentación basada en una insuficiente ración de avena, interminables jornadas de meditación y estricto celibato, itinerario que lentamente aplacaba la racionalidad de la víctima, escenario descrito magistralmente por el periodista Alfredo Silletta en su libro “La Secta”, una crónica de sus días como infiltrado entre moonies.
En la cúspide de la jerarquía de la Iglesia de la Unificación, el predicador Moon lejos estaba de seguir las cotidianeidades de sus seguidores novatos. Concurría a enormes banquetes con empresarios, políticos y pares religiosos, se hospedaba en lujosos hoteles y procreó a dieciséis hijos. En algún momento de su biografía, que bien podría titularse Haz lo que yo digo y no lo que yo hago, vislumbró que, para pisar fuerte en Latinoamérica, la avena, la lejanía y las prohibiciones sexuales no alcanzaban. Hacía falta hablar un idioma mucho más subjetivo. El que se juega con veintidós jugadores en cancha y una pelota.
El ferviente anticomunismo que exponía Moon en sus fundamentos aceitó una buena llegada a los círculos de poder militares que acechaban a Latinoamérica en los ’70. No era novedad que el surcoreano comulgaba con parte del pensamiento de los genocidas respecto a acabar con la “amenaza roja”. Con el restablecimiento de la democracia, el supuesto mesías requirió mayor cautela para hacer buenas migas con líderes del cono sur. Carlos Menem lo recibió en Olivos en 1995, meeting que fue desmentido urgentemente por el riojano. Sin embargo, el equipo de prensa de la Iglesia supo exhibir fotografías a la prensa que confirmaban el encuentro. El contenido de la reunión, sumado a cualquier reencuentro entre el poder ejecutivo argentino y el religioso asiático, se mantuvo en el mayor de los secretos.
Diferente fue la relación con Mauricio Macri, con quien comenzó a entenderse mediante el fútbol, al menos en lo visible. Amén de ciertas migas con diputados del peronismo de vuelo bajo, Moon logró con quien era en aquel entonces aspirante a Jefe de Gobierno lo que no había logrado anteriormente con ningún dirigente argentino: un partido de fútbol con figuras de peso. El 27 de julio de 2005, Boca Juniors venció en un amistoso por 2-1 al Seúl FC, con goles de Rodrigo Palacio y Daniel Bilos. El team asiático tenía como uno de sus popes al autoproclamado salvador de la humanidad.
Los planes con Macri, sin embargo, desaparecieron del ojo público a medida que éste escaló puestos en la jerarquía política nacional. Moon, en efecto, patrulló a la Argentina con un revitalizado interés a comienzos del Siglo XXI. Compró terrenos en Corrientes auspiciando la construcción de un complejo de iglesias para una potencial radicación de fieles, así como también optó por alquilar en 2005 al Hotel Sheraton, para una conferencia que creía que iba a aproximarlo al público argentino. La escena local, aún reponiéndose de la crisis del 2001 y reencontrándose con las políticas de centroizquierda que la invitaban a involucrarse en un cambio de eje sociopolítico, fue reacia al fundamentalismo moonie. El impacto fue minúsculo.
La última aventura de nexo directo con la política que propició Moon en nuestro país fue nombrar a Juan Carlos Blumberg -padre de Axel, asesinado a manos de sus secuestradores en 2004 y referente en la lucha por justicia en tiempo posterior al caso- como “embajador de la paz”, visibilizando el vínculo del activista con la Iglesia. La imagen de Blumberg, sin embargo, se fue desdibujando con el paso del tiempo, defendiendo casos de gatillo fácil, violencia policial y alegando un título de ingeniero, el cual desposeía. En 2007, dentro de una campaña hundida en el olvido, Blumberg fue candidato a gobernador de Buenos Aires. Solo sacó el 1,2%. Al parecer, en Argentina, Dios le dio la espalda a su supuesto enviado.
El clima en el municipio de Jardim se arrimaba a los treinta y cinco centígrados y Juka, acostumbrada a la helada matutina eslovaca, buscaba sombra en algún rincón del baldío. Su largo y delgado pelo rubio se mezclaba con los bloques de paja a sus espaldas. La túnica blanca que usaba tenía la medida justa para no mancharse con las salpicaduras del barro en el que se hundían sus pies descalzos. Lee, su esposo en una unión nupcial ordenada por el superior de su congregación, le había prohibido la ropa interior y el calzado. Con la angustia contenida por las mieles de las promesas de la Iglesia que integraba, Juka simplemente se dedicó a observar el horizonte. Su marido juntaba a un puñado de pares asiáticos y se ponía de frente a un grupo de brasileños, seguidores recién llegados, curiosos de saber qué se traía entre manos ese conjunto de seres cosmopolitas. Empezó, entonces, un partido de fútbol. Un Corea del Sur vs. Brasil dentro del precario universo de los esclavos de Moon. Corría el año 1999 y el éxito de los torneos improvisados entre enviados moonies y nuevos fieles llegó a los oídos del líder, quien envío a suelo carioca una gran suma de dinero para potenciar al nuevo descubrimiento.
La aventura de Moon en Brasil tuvo su sede en las profundidades de la liga brasileña. En vísperas del 2000, fundó el Clube Esportivo Nova Esperança, que en su génesis comenzó a fichar a feligreses y a propios miembros de la secta direccionados a Brasil. Logró un éxito relativo dentro de la liga local de Mato Grosso, llegando a disputar la Serie D del campeonato brasileño y la Copa do Brasil.
Durante aquellos años, sus inferiores tuvieron a Keirrison, delantero que en 2009 fue transferido al Barcelona tras una magistral temporada en Palmeiras. En el Viejo Continente no lograría repetir su repertorio goleador desplegado en suelo local. Cuando la prensa se enteró del peculiar origen del conjunto, una de las preguntas que brotó era si para ser jugador del Nova, era necesario ser seguidor de Moon. Miembros del plantel, en su mayoría evangelistas, desbarataron dicho rumor.
En el CENE, el proyecto moonie desarrolló escuelas de fútbol infantiles y complejos polideportivos, creando un impacto significativo en la comunidad. El club, sin embargo, no arribó nunca a la cúpula del fútbol brasileño y lentamente fue desapegándose de sus objetivos iniciales. La ruptura definitiva con las bases iniciales del equipo se dio cuando, el 3 de septiembre del 2012, Sun Myung Moon falleció a los 92 años. El financiamiento se vio desde entonces obstaculizado y el vínculo con la cúpula de la secta se mantuvo cercenado, para desgracia del team brasileño.
La crisis, en efecto, englobó al emprendimiento. Rápidamente, debió desprenderse de sus posesiones edilicias para juntar algo de dinero a fin de sanear su economía. De cara al 2016, abandonó sus redes sociales y convocatorias. Últimamente, se atascó en el limbo institucional al intentar una mudanza a otro estado, sin resultados fructíferos.
Fue en el 2000 que Moon también encargó la adquisición de un club con cierto trasfondo histórico en el césped para ganar aún más terreno en sus proyectos en suelo carioca. El Club Atlético Sorocaba, de San Pablo, jugaba en la Serie A3, tercera categoría en el torneo de San Pablo. Bajo la administración de los embajadores de la secta, el equipo trepó hasta la Serie A1 y alzó la Copa Paulista en 2008. Pero lo más significativo que ocurrió bajo la tutela de los Moon fue jugar un partido amistoso contra ¡Corea del Norte!.
Amén de ser un mundialmente reconocido anticomunista, Sun Myung Moon fue un defensor de la unidad de las dos Coreas, motivo que articuló cierta cordialidad con el régimen dictatorial norcoreano. En 2009, como galardón por la clasificación al Mundial de Sudáfrica 2010, el surcoreano financió un viaje de su Sorocaba a Pyongyang, en donde el conjunto del deep brazuca se midió con el seleccionado local. El capital financiero y político de Moon permitió dinamizar la inserción de un equipo del ascenso brasileño a las profundidades de uno de los sitios más misteriosos del planeta.
En un partido surrealista, el empate en cero fue un dato menor. Lo interesante fue el hecho de que ¡más de 70.000 personas! concurrieron al cotejo en el corazón de Corea del Norte. Políticos de primer nivel y figuras de peso de la sociedad norcoreana observaron los noventa minutos de juego con atención. ¿La explicación? Cuenta el sitio Sputnik News que la prensa local presentó al partido como un choque entre el combinado nacional y… la Selección de Brasil. El color amarillento de la casaca de la visita fomentó dicho humo, que ninguno de los integrantes del plantel extranjero osó desmentir. En 2010, se dio la revancha, con victoria por la mínima de los mundialistas. Pero las sonrisas fueron mucho más pequeñas. Moon se estaba muriendo.
Consumado el fallecimiento del líder espiritual, el presente del Sorocaba se fue descomponiendo penosamente con el paso de los años, hasta perder su licencia para competir profesionalmente. Actualmente, la dirigencia del equipo se encuentra resolviendo qué hacer sin la línea directa con Moon, la cual auspiciaba proyectos y permitía giras internacionales. Mientras tanto, actualmente, el equipo está perdido en el ostracismo.
Los proyectos futbolísticos de la Iglesia de la Unificación continúan en una nebulosa hasta entonces. El monopolio de La Mano de Dios continúa inquebrantable.
- AUTOR
- Esteban Chiacchio
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