#Rusia2018xCR
La mentalidad y el carácter, dones croatas
Extenuado luce Luka Modric sobre el césped del estadio Luzhniki. Agacha la cabeza, posa sus manos sobre sus rodillas, cambia el aire en esos escasos segundos de descanso y vuelve a arrancar. Es el tercer tiempo suplementario de Croacia en la Copa del Mundo, pero él emerge cuando parece que no le quedan fuerzas y vuelve a conducir. Toma la pelota y contagia a su equipo, lo lleva hacia arriba, una y otra vez desde diferentes sectores del campo. Los signos de cansancio son evidentes, pero el centrocampista de 32 años, que viene de regar con su talento otra temporada inconmensurable del Real Madrid, es el símbolo de la actual generación croata.
Así como su capitán, todo el equipo se lanza a por la gesta, esa épica que consiguió al asentarse en el partido cumbre de Rusia 2018. Los pronósticos ubicaban al seleccionado ajedrezado como un equipo con el que siempre tener cuidado, al que las virtudes de sus figuras de élite podían llevar a instancias insospechadas de la competencia. Pero estaba lejos de ser favorito a plantarse en el duelo decisivo. En el mismo día en que la nación conmemoraba con orgullo los 20 años del tercer puesto conseguido de la mano de Robert Prosinecki, Davor Suker o Zvonimir Boban en 1998, los dirigidos por Zlatko Dalic se plantaron en la gran final. Es decir, ya superaron aquel gran archivo histórico. Hoy, Suker, aquel gran goleador de la década del noventa, preside la federación, desde hace ya seis años.
“Quería cambiarlos, sustituirlos, pero ellos no querían salir. Esos son mis jugadores”, retrató la escena de la semifinal y la hidalguía de sus hombres el entrenador Dalic, al referirse al porqué de no haber hecho cambio alguno durante los 90 minutos. Pese a que Croacia había disputado 120 minutos en sus dos anteriores choques eliminatorios, y a que terminó jugando uno más que le confiere una totalidad agregada de otros 90 minutos a los seis encuentros jugados, los futbolistas se entregaron a la causa. El cansancio responde, muchas veces, más a la cabeza que al físico. Y en ese momento, luego del gol acrobático de Ivan Perisic, el colectivo croata no pensaba en otra cosa que no sea llevarse la semifinal.
Modric alza la cabeza y vuelve a comandar el ataque. Recupera energías por unos escasos segundos y se reinventa. También le quedan fuerzas para celebrar luego la conquista del pasaje a la final. Encuentra en Mario Mandzukic un compañero de estilo antagónico, contrario a su pausa e infinita elegancia, pero a ambos los une la historia. Mandzukic, ese centro delantero aguerrido, que siempre se muestra predispuesto a la presión y a colaborar con el conjunto, es el primer defensor. Pelea con cada central y nunca da pelota por perdida. Ese arisco atacante, que muchas veces puede parecer reacio y que fue poco dócil e intempestivo a las indicaciones en su momento de Josep Guardiola en Bayern Munich, no duda en erigirse en el mejor compañero dentro del campo.
A la experimentada Croacia le sobra compromiso holístico. Su arribo al gran partido del 15 de julio no es producto en sí mismo de un proyecto que lleve una década de trabajo, sino de cómo se ha sabido recuperar de las adversidades. Es que allí se encuentra el verdadero gen competitivo de esta selección. “Tenemos corazón, orgullo y carácter, y por eso jugaremos la final”, añadió el director técnico, que asumió en medio de urgencias durante el último octubre. Luego de dirigir en Emiratos Árabes Unidos, la federación le encomendó asegurar la clasificación al Mundial. Venció a Ucrania y después, en el repechaje, superó a Grecia.
El equipo balcánico logró rebelarse ante cada desventaja desde octavos de final en adelante. Fue primero Dinamarca, su gol tempranero y las atajadas de Peter Schmeichel (penal agónico a Modric incluido), a las que respondió un soberbio Danijel Subasic. Llegó a posteriori el turno de Rusia, que abrió el marcador y obligó a ir nuevamente a los penales con el empate en tiempo suplementario. Fue allí donde el arquero volvió a erigirse en figura, deteniendo un remate más desde los doce pasos y alcanzado la marca de Sergio Goycochea en 1990 y el alemán Harald Schumacher en 1982 y 1986: cuatro penales atajados en definiciones de mundiales. Es decir, el guardameta del Mónaco agrega a ese récord que, al igual que el argentino, logró hacerlo en un único Mundial. Ya en semifinales, la gran pegada de Kieran Trippier parecía penalizar a un combinado que acumuló minutos y más minutos, pero no estaba dicha la última palabra.
Sin haber desarrollado un juego muy fluido tras la fase de grupos, Croacia fue una unidad a la que le sobró carácter para superar cualquier contratiempo. Un equipo que respondió cuando el juego acumulado parecía asegurar un lógico desgaste. Más allá de que no tuvo la pulcritud de su fútbol entre líneas o el criterio en la presión adelantada de la primera fase, se renovó una y otra vez. Allí están Dejan Lovren y Domagoj Vida alejando el peligro, Sime Vrsaljko profundizando por la banda, Ivan Rakitic soltándose hacia tres cuartos cuando el ingreso de Marcelo Brozovic da aire al mediocampo, Perisic desbordando o Ante Rebic encarando y proponiendo duelos individuales de los que, en la mayoría de casos, sale victorioso. El extremo del Eintracht Frankfurt es una de las grandes revelaciones del certamen ruso.
También está Modric, que en cualquier escenario saca a relucir su talento y protege el balón como un prodigio. Son los hijos de la Guerra de los Balcanes los que dieron la cara por Croacia, el país de menor cantidad de habitantes en llegar a una final de Copa del Mundo tras Uruguay en 1930 y 1950. Sólo cuatro millones de personas habitan el país europeo, que logró independizarse en 1991. Por aquel entonces, Modric se refugió en un hotel junto a su familia, Mandzukic emigró con sus padres a Alemania tras esconderse de las balas bajo su cama, y Rakitic daba sus primeros pasos en Suiza después de que sus padres escaparan del conflicto bélico. Son ellos, actualmente, los encargados de devolverle la alegría al pueblo balcánico.
Artículo relacionado: El dúo que marca el ritmo de Croacia
Relacionado
- AUTOR
- Nicolás Galliari
Comentarios