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La necesidad de existir
El fútbol escoces vagabundea por los bares humeantes y de toilettes sucios que yacen en la Europa oculta. Agarrándose de cierta mística y dignidad personal que acarrea dentro de su propio sistema, coquetea con el ostracismo sin lograr construir una identidad propia en la matriz futbolística del Viejo Continente. Es por eso que en este punto de encuentro virtual llamado Cultura Redonda, intentamos poner sobre la mesa los factores que atan al fútbol de Escocia a una oscuridad permanente, apocado por su vecino Inglaterra, ubicado a años luz de distancia en la materia que implica a la redonda.
Preparando este escrito, curiosamente, me topé en un apunte de la materia de Derecho con una frase que me pareció propicia para ilustrar el génesis de esta humilde crónica. La misma rezaba que “todo sistema que busque perdurar en el tiempo, debe renacer constantemente”. Amén de las palabras yaciendo algo borroneadas en un apretujado apunte universitario, es quizá en dicha oración donde encontramos el primer mal del fútbol escoces: La estabilidad en la no-proyección, en un sitio acostumbrado a un promedio usualmente medio-bajo en lo que es la espectacularidad, el negocio y los títulos de peso que los conjuntos de su liga obtienen. Y una manera interesante de transitar los vaivenes de este tópico, es no abordar únicamente a Escocia en cuanto a la porción netamente futbolística del asunto, sino posicionarnos en la crisis de soberanía que aquel país posee a nivel social y político. Estamos en días donde corrientemente se difunde en medios británicos el requerimiento de diferentes movimientos independentistas respecto a un (nuevo) referéndum que someta a consulta popular respecto a la soberanía de aquella nación. ¿Qué influencia tiene esto en las canchas de fútbol de aquel lar?
«¡Es una mier… ser escocés! Somos lo más bajo de entre lo más bajo, la escoria de la put… tierra, la basura más servil, miserable y más patética jamás salida del culo de la civilización. Algunos odian a los ingleses, ¡yo no!, ¡sólo son chupapij…! ¡Estamos colonizados por unos chupapij…! ¡Ni siquiera encontramos una cultura decente que nos colonice! ¡Estamos gobernados por unos pelotud…! ¡Esto es una grandísima mier…, y todo el aire puro del mundo no cambiará las put… cosas!». La voz ronca de no dormir se agudiza y el cuello pálido se torna tenso y venoso. Mark Renton, protagonista de Trainspotting –film escocés de culto de 1996, considerado una de las mejores realizaciones de la historia del cine- escupe su opera prima del ser, justamente, escocés. Como miembro de una pandilla que vive en una casa de paredes peladas, crujiente de porquerías y mugre, su única motivación al abrir sus ojos lagañosos es conseguir algo de heroína. ¿Qué significaba esta droga para el buen Mark? «Pensá en el mejor orgasmo que hayas tenido. Multiplicalo por mil. Y aún así no te vas a acercar a la sensación«.
Sería cometer un error el simplificar la multiplicidad de significados que puede llegar a tener el sentimiento proveniente de Escocia en las palabras arrojadas por aquel sujeto. Pero no podemos esquivar una aproximación a la idea que pareciera esbozar este país en tiempos de gobiernos que patean el tablero, improvisación política y elecciones impredecibles. La nación escocesa está opacada por la centralización de gobierno británico en Inglaterra, un país sin rumbo político claro tras el impredecible resultado del Brexit. No en vano, la salida de la Unión Europea significó la dimisión del ex Primer Ministro David Cameron. Y esto se conecta inevitablemente con las ansias independentistas escocesas, ya que previo al adiós a la UE que el electorado inglés propició en las urnas, Escocia había “revitalizado” su matrimonio con Gran Bretaña en un referéndum del año 2014, en donde a los votantes se les preguntaba si Escocia debía ser un país independiente, venciendo el No 55% a 44% contra el Sí.
Pero a mediados del 2016 los resultados del Brexit conmocionaban a Escocia, sitio donde había triunfado la opción afirmativa. El estar anexado al UK para cualquier horizonte político que buscase establecer –y con la dinamita económica que implicaba el despegarse de la Unión Europea- significó un peso que hizo que se levantasen nuevamente los requerimientos de un nuevo referéndum a por la independencia escocesa. Críticas feroces aterrizaron en el escritorio de activistas y políticos del país Scotch. Se necesitó el impredecible resultado final del mencionado referéndum para replantear los reclamos soberanos de Escocia, nuevo plano que nos grafica la dependencia sociopolítica de aquel país para con la centralización desgastada que propone el Reino Unido.
La condena del fútbol escoces comienza con su nula proyección internacional, situación que lo encierra en un aislamiento que limita tanto al aparato de su liga local como a su equipo nacional. Corrían la década del 80’ cuando –por vez última- un equipo de Escocia alzó un trofeo a nivel continental. Se trató del Aberdeen del legendario Alex Ferguson, campeón de la Supercopa de Europa en 1983, además de obtener la Recopa en el mismo año. En Liga de Campeones de UEFA su único título data del año 1967, bajo la órbita del Celtic, y después yace en la vitrina la Recopa europea 1971-1972, vitoreada por el Rangers Football Club. El resto son un miserable número de finales perdidas y una eternidad de silencio a causa de eliminaciones fugaces, ritmo mudo del desempeño de los equipos de Escocia fuera de su país.
Su Selección clasificó por última vez a una Copa del Mundo en 1998, en donde Francia fue testigo de su eliminación en Primera Ronda. Dicha performance la repitió en sus anteriores siete presentaciones, ininterrumpidamente entre Alemania 1974 e Italia 1990, Suiza 1954 y Suecia 1958. Por otro lado, la última vez que dijo presente en una Eurocopa fue en 1996. No asomó por fuera de la fase de grupos. Se encuentra, hoy por hoy, buceando en el puesto 67mo del ranking FIFA. La efectividad de los últimos entrenadores que comandaron su destino, todos locales a excepción del alemán Berti Vogts entre 2002 y 2004, es extremadamente baja.
En este panorama desalentador se propulsó aún más ante la caída en desgracia del Glasgow Rangers. La bancarrota de dicha institución en 2012 acabó con el derby que dicha escuadra componía con el Celtic recién hasta la actual temporada 2016-2017, tras iniciar su regreso a la primera plana partiendo desde la cuarta división. Aquel caso desnudó la fragilidad administrativa y la carencia en ganancias que la ausencia del máximo clásico de la nación disparó. El Diario Marca desenmascaró la crisis que padece la liga escocesa en números alarmantes. La ausencia del Celtic-Glasgow generó entre 2012 y 2015 pérdidas de 160 millones de euros. Otro parámetro que gráfica la situación es el hecho de que los derechos televisivos de la totalidad del campeonato escoces equivalen a lo mismo que tan solo dos partidos de la Premier League. El efecto dominó de las vulnerabilidades económicas se traduce en jugadores de talla menor envueltos en las casacas de los teams de dicho lugar, lo cual motiva una cada vez menor presencia de los aficionados en las gradas, otro cabo suelto en el sostén financiero de la competición. Son pocos, por no decir ninguno, los que van a Escocia para triunfar. No es terreno fértil para quienes ansían reconocimiento.
La monopolización de quien obtiene los trofeos a fin de temporada somete al fútbol escoces a una rutina desgastada y predecible. La última vez que un equipo que no fuese el Celtic o el Rangers saliera campeón del torneo local fue en 1985. Fuera de eso, el primero acumula 48 obtenciones y el segundo, 54. Desde el año 2012, el campeón ha sido ininterrumpidamente el conjunto de bastones verdes y blancos. Media década de un mismo ganador. Una radiografía de este dúo de equipos arroja escasos jugadores de peso internacional. Con 36 años a sus espaldas, el marfileño Kolo Touré forma parte de la defensa del Celtic, al igual que Cristian Gamboa, quien formó parte de la asombrosa Costa Rica en Brasil 2014. El croata, ex Tottenham, Niko Kranjcar y el mundialista portugués Bruno Alves dicen presente en Glasgow. Ambos superan los 30 años y se encuentran más cerca del ocaso que de la plenitud de sus trayectorias. No descubrimos nada al anunciar que Escocia no es atractivo para jugadores en plenitud.
La conclusión será el desafío propio que una posible independencia de Escocia pueda proponerle al fútbol de aquel sitio. La sombra inglesa –complementado con carencias propias- ha marchitado cualquier índole de pisar fuerte en Europa, y su liga se encuentra sumergida en una repetición carente de interés para propios, para patrocinadores y para demás actores que componen el elenco del fútbol en cuanto a negocios, mercado de pases y espectáculos. Esto no quita, sin embargo, la necesidad de aclarar que una salida del Reino Unido lejos está de significar un final feliz para el fútbol escocés, sino que será apenas el hipotético primer capítulo de una reforma mucho más profunda que dicho aparato debe afrontar. ¿O acaso alguna vez escuchaste hablar del campeonato de fútbol de Irlanda?
- AUTOR
- Esteban Chiacchio
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