Bundesliga
La pelota (no) discrimina
El FC Hansa Rostock deambula en las tumultuosas aguas del ascenso alemán. Un elenco que, entrado el nuevo milenio, se hizo habitué en las categorías bajas del fútbol teutón. Tiene un nombre reconocido a lo largo del globo más por el comportamiento barbárico y la ideología que predican sus hinchas, que por los lauros obtenidos dentro del campo de juego.
Los títulos conquistados no hacen que destaque la historia del Hansa. Su palmarés, compuesto en su totalidad por ligas de menor calibre o ya extintas como la de la RDA, expone una cronología que cosecha en el último tiempo una gran cantidad de disgustos, mientras aún saborea las escasas mieles del éxito que supo probar hasta comienzos de la década del ‘90, cuando competía en la parte oriental de su país.
Sin embargo, el reinicio de la competencia para este elenco no es lo que nos trae hasta aquí. La vuelta al ruedo del balón en el tercer eslabón del balompié germano -aún envuelto en la pandemia provocada por el coronavirus- no invoca a que, desde otro continente, nos invada la curiosidad por conocer más sobre su génesis. Por el contrario, al menos en estas latitudes, lastimosamente, el discurso discriminatorio y el accionar de sus fanáticos sirven como disparador para abordar una temática que, a estas alturas, debería estar erradicada de las gradas.
El FCH nació en la homónima ciudad de Rostock, una porción geográfica de dispar situación económica, que significó una potente industria aeronáutica y naval que proveía de armamento al ejército nacional durante la Segunda Guerra Mundial. Se encuentra dentro del estado de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, región rural, cuya principal actividad es la ganadería.
Allí, un 28 de diciembre de 1965, nacía este cuadro ubicado en el lado de la República Democrática de Alemania, en momentos donde la nación europea fue dividida en el contexto de posguerra.
Hasta 1991, año en que aconteció la caída del muro de Berlín, el Rostock fue protagonista de la conferencia este. Cinco veces campeón en la élite, alcanzó el punto máximo de gloria a la par que se gestaba el Mauerfall, cuando dominó la Oberliga y la Copa de la Liga, antes de ser parte de la unificación –junto al Dynamo Dresden- y pasar a formar parte del certamen de primera división que conocemos hasta hoy en día.
Artículo relacionado: La falsa reunificación del fútbol alemán
Sin embargo, la fusión no inclinó la balanza para el lado favorable de la misma. Progresivamente, fue mutando en un elenco que se acostumbró a los vaivenes de la tabla de posiciones, hasta que en 2008 sufrió el descenso a la división de plata. Por si fuese poco, apenas 24 meses más tarde cayó al peldaño de bronce, en donde ocupa una plaza en la actualidad, mientras añora volver a codearse con los grandes y competir por el oro.
Lo llamativo de la crónica del día es que poco tiene que ver con cuestiones meramente deportivas, sino más bien con las ideas que pregonan los fanáticos de este cuadro. El germen del fascismo floreció en una porción de la hinchada que ocupa, domingo a domingo, las gradas del DKB-Arena. Y el clímax de esta radicalización tendría lugar, ¿cómo no?, en la década de los ’90, cuando los enfrentamientos frente los seguidores del St. Pauli –reconocidos por su lucha en materia de igualdad y derechos- se hicieron más frecuentes, exponiendo en varios niveles sus contrapuntos ideológicos.
Los enfrentamientos entre estos dos dan de qué hablar, tanto que hasta llegaron a pergeñar el esbozo del guión para la película Schicksalsspiel (“Partido de la fe”), cuya trama narra el romance entre un aficionado del St. Pauli y una camarera de Rostock con los incidentes entre ambos como telón de fondo.
Pese a la fuerte legislación que rige en aquella región sobre la exhibición de insignias nazis y la concientización sobre los hechos ocurridos hace más de siete décadas, este sentimiento discriminativo pareció ir acrecentándose, tomando una dirección opuesta a las políticas públicas instrumentadas.
Citemos algunos ejemplos. En 2006, el club fue aprehendido con una multa de 20.000 euros por la entonación de cantos racistas contra Gerald Asamoah, jugador ghanés, que en aquel entonces militaba en el Schalke 04.
En 2009, en el marco de un ¿clásico? ante los Piratas, Deniz Naki, futbolista de origen kurdo, celebró la victoria ante el Hansa dirigiéndose a la afición con el gesto de cortarles el cuello. La actitud le valió una dura respuesta: «Vamos a construir un tren de Sankt Pauli a Auschwitz», enfatizó la parcialidad.
Más acá en el tiempo, en 2011 la tensión en las gradas hizo que otro cotejo ante el cuadro de Hamburgo –vencedor por tres a uno- deba suspenderse durante más de diez minutos. El motivo fue que antes del silbato inicial, los seguidores del Rostock plagaron el campo de bananas y atacaron un cuartel policial.
Este último antecedente trajo consigo duras reprimendas que desembocaron en una crisis financiera. Una multa de 8.000 euros y la pérdida de su principal sponsor –“Los constantes disturbios no dañan solo la reputación del club, sino también la de los patrocinadores. Para nosotros, no es una situación tolerable”, señalaron los empresarios– llevaron a que la entidad salga a expender entradas para un partido sin público, con el único fin de recaudar fondos.
Todo esto nos lleva al siguiente interrogante: ¿Es este un problema institucional o de sus seguidores? El puntapié no parece darse en el Ostseestadion, por lo que habrá que buscar otro indicador. Cuenta de ello da que, según su página oficial, dentro del protocolo que debe seguirse para poder asistir a los encuentros, se hace especial énfasis en que “se pronuncia contra cualquier comportamiento degradante, discriminatorio o denigrante, en particular contra el racismo, la xenofobia, la glorificación de la violencia, el antisemitismo y las tendencias y comportamientos de extrema izquierda y derecha”, así como se prohíbe “comportarse políticamente, extremista, obscenamente ofensivo o provocativamente insultante”, según reza el artículo cuatro de este estatuto.
Además, el club dispone del interesante proyecto “Ostseestadion como lugar de aprendizaje”. Iniciado por la Fundación Robert Bosch en 2009 y en cooperación con Soziale Bildung eV, el designio tiene como objetivo abordar las problemáticas de violencia y discriminación en jóvenes y adultos, mediante un programa con cinco módulos de ejes temáticos especializados.
Das Fanprojekt Rostock simboliza otro espacio que toca estos tópicos, financiado, en este caso, por el estado de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, la Ciudad Hanseática de Rostock y la Asociación Alemana de Fútbol.
Entonces, ¿por qué se dan este tipo de comportamientos? Quizá, aún en el siglo XXI, deberemos escarbar aún más para divisar al fin las raíces de estas conductas, y erradicarlas, de una vez por todas, del deporte.
Relacionado
- AUTOR
- Julián Barral
Comentarios