América
La revolución roja
Hace casi diez años Marcelo Bielsa era anunciado como nuevo DT de la Selección chilena de fútbol. Desde ese momento que a la postre resultó fundacional Chile ha alcanzado logros deportivos, se ha erigido como potencia sudamericana y, lo que es más importante, cambió su radicalmente su identidad futbolística.
Cuando el Loco llegó al país trasandino sabía a lo que se enfrentaba: una nación con un fútbol alicaído, alejado de las grandes competencias (había jugado sólo uno de los últimos seis mundiales), algunos jugadores otrora gloriosos transitando los últimos años de sus carreras y una cultura de trabajo distante a la meticulosidad y profesionalismo que a él siempre lo caracterizaron.
En los cuatro años que duró su ciclo logró la clasificación de la Roja para el Mundial Sudáfrica 2010 y obtuvo algunas victorias todavía recordadas. Sin embargo la revolución del Loco fue mucho más profunda de lo que cualquier estadística pueda representar. El Bielsa de Chile no se pareció a ningún antecesor: una selección históricamente timorata, defensiva y con baja autoestima se convirtió en un equipo ofensivo, dinámico y que sostenía su idea sin importar el rival o las circunstancias. Los jugadores, en su mayoría parte del recambio propiciado por Marcelo, profesaban la filosofía y supieron de una vez y para siempre que podían jugarle de igual a igual a cualquier equipo del mundo.
En 2011, Bielsa renunció a su cargo por diferencias ideológicas con el presidente electo de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional de Chile, Sergio Jadue. Pero la llama ya estaba encendida y la revolución se profundizaría. Tras una fallida experiencia con Claudio Borghi el elegido para tomar las riendas fue Jorge Sampaoli, quien alguna vez nombró a Bielsa y a Pep Guardiola como sus principales referentes. Chile volvió al modelo iniciado por el Loco y Sampa tomó esa base para estampar su propio sello. Al buen funcionamiento colectivo se sumaron altísimos rendimientos individuales como los de Alexis Sánchez, Arturo Vidal, Charles Aránguiz, Gary Medel y Eduardo Vargas. Así llegaron la clasificación para Brasil 2014, la histórica victoria ante la España campeona de Vicente Del Bosque y la injusta derrota por penales en octavos ante el anfitrión. La decepción en el Mundial y el sempiterno resultadismo no lograron opacar la idea de que este Chile, que era capaz de someter a un campeón del mundo, era un equipo en serio y no tardaría en dar el gran salto.
Y el salto lo dio un año después, en la Copa América 2015 de la cual sería primero anfitrión y luego campeón. En el duelo final contra la Argentina, en una compulsa entre peso individual y funcionamiento colectivo, la Roja logró anular las virtudes de Lionel Messi y compañía y potenciar las propias. El partido terminaría empatado y los penales lo nombrarían ganador. Esa consagración, largamente merecida, fue la recompensa a años de trabajo respetando las ideas fundamentales de la refundación del fútbol chileno.
Hoy, 26 de junio de 2016, Chile enfrentará a Argentina en la reedición de la final de la Copa América pasada. La selección trasandina, desde la llegada de Juan Antonio Pizzi para ocupar el lugar de Sampaoli a principios de este año, ha transitado un camino irregular propio de la transición entre ciclos y la adquisición de una nueva idea de juego. Sin embargo en los últimos dos cotejos de la copa ha regalado momentos de fútbol de alto vuelo, mostrando indicios de lo que quiere el nuevo DT: un equipo con menos vértigo, que ataca y defiende en bloque, más dinámico y con mucha triangulación.
Cualquiera sea el resultado de la final, Chile no debe alejarse de las bases sentadas por Marcelo Bielsa. Actualmente ocupa el tercer lugar del ránking FIFA pero la verdadera importancia del cambio reside lejos de esos números fríos y duros. Lo relevante, lo esencial, es que juega con audacia, nobleza y valentía ante cualquier oponente. En ese escenario no hay derrota posible: se triunfa fiel a una idea o se cae siempre de pie.
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