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La última barricada del fútbol francés
Lejos de la Torre Eiffel, Champs Elysées o el Barrio Latino, allá en las afueras, cerca de los límites de la ciudad, París es pura nitroglicerina agitándose. Un combo siempre a punto de estallar. La cuestión del “ser francés”, muy en boga en los últimos años debido a la cantidad de inmigrantes que los barrios periféricos fueron acumulando década tras década, desde las viejas colonias de África principalmente, son un gran tema a resolver. Cuando un francés “de pura cepa” se mira al espejo para reconocerse a sí mismo, surgen como espectros los hijos de la Francia negra, la Francia árabe y musulmana y hasta la Francia creole.
Nadie es indiferente a ese menjunje racial, religioso y trasversal a la vida de cualquier parisino que se precie y claro, de algún lado hay que estar, porque como en todos lados, o casi todos, la mixtura genera rispideces y odios que, alimentados por la estupidez, generan la gran grieta de Europa. El fútbol, como no podía ser de otra manera, amplifica de forma particular esa dicotomía y le agrega sus propios condimentos. En Europa, como en ningún otro continente, se da el fenómeno que separa de forma visceral la columna idiosincrática de las instituciones. O se es de izquierda, o se es de derecha. Y esa diferencia no sólo está marcada por una cuestión de clase de sus hinchas más fanáticos, sino que abarca a los propios clubes y, en algunos casos, los hinchas marcan directamente las políticas de sus dirigentes, como por caso el Saint Pauli de Hamburgo.
Ese también es el caso de un pequeño club parisino nacido desde la imaginación de nada más ni nada menos que Jules Rimet. El mismísimo creador de la Copa de Mundo quién, junto a su hermano y a un selecto grupo de amigos fundó, el 21 de febrero de 1897 el Red Star F.C., en la mesa de un recoleto bar del centro de la ciudad. Aunque nada tiene que ver el nombre con una posición tomada por los hermanos Rimet, sino más bien con un homenaje que los mismos le hicieron a la criada que los atendió en su infancia y que viajaba desde el Reino Unido a Francia en los barcos de la empresa Red Star Line. Durante esos primeros años, el equipo jugaba en el mismo centro de París, y fue por lejos el primer club de fútbol de la ciudad. Pero su filosofía comenzó a amalgamarse ya muy temprano en el Siglo XX, cuando el crecimiento inmobiliario de la capital francesa los obligó a mudarse a las afueras.
Saint Ouen es una comuna al norte de la ciudad y uno de esos lugares donde la mezcla entra por partes iguales desde la paleta de razas de la pintura antropológica de la ciudad. No tan lejos de los distritos centrales y muy cerca de la autopista periférica que los rodea. Algo así como la General Paz de la glamorosa ciudad de las luces. Ahí, en ese contexto social, el club que aún hoy muy pocos conocen, encandilados por las luminarias de un marketinero pero efectivo rival como el PSG, fue tejiendo su riquísima y particular historia.
Es que en Saint Ouen también se instalaron las grandes fábricas que alimentaron la economía francesa durante la revolución industrial y después también. Martini, Alsthom, las automotrices Peugeot y Citroën, L’Oreal o Danone son algunas de las empresas que allí se radicaron y con ellas, los obreros. Entre fábricas y bloques de edificios se yergue el estadio Bauer, quizás el tesoro más grande que tengan los hinchas del Red Star. Un pequeño recinto para diez mil espectadores que se acomoda como puede, entre el crecimiento urbano sostenido que ha tenido el barrio en los últimos años, que tiene a los terrenos de su campo de fútbol como único espacio verde en varias cuadras a la redonda.
Tan insensato es el estadio para el aséptico fútbol moderno que ni siquiera puede ser utilizado en la segunda división de Francia. Por eso, mientras el equipo hace equilibrio para no descender a tercera, destino que parece inevitable, los hinchas no se hacen demasiado drama. Incluso la mayoría prefiere descender para volver a su amada casa porque para ellos, la verdadera mancha que no se borra es la indignidad de perder su esencia en desmedro del progreso que significaría entregarse a las mieles de pertenecer al sistema. Como tampoco festejaron mucho la obtención de campeonato en 2016, cuando el club pudo por fin ascender desde la tercera a un lugar donde por ejemplo, se iba a encontrar con su acérrimo rival, El Paris F.C., especie de hermano menor del PSG y en las antípodas geográficas e ideológicas del Red Star. Con el ascenso consumado y teniendo que viajar a otros estadios para jugar de local, los hinchas organizaron un boicot y poca, poquísima gente iba a la cancha cuando el equipo jugaba de local. En cambio, todo lo contrario sucedía cuando lo hacía de visitante.
De hecho, rechazaron de plano el proyecto del presidente Patrice Haddad de construir un estadio de 200 millones de euros y mudarse del barrio a un espacio más grande y prometedor. A lo sumo, algunos aceptan de mala gana una remodelación que amerite que el equipo siga jugando en el Bauer, aunque saben que será difícil sostenerlo mucho más en el tiempo ya que la zona figura en el proyecto de desarrollo para los Juegos Olímpicos de 2024 y necesita una lavada de cara. Las viejas empresas metalúrgicas que estaban afincadas en los años ’60 alrededor del estadio y desde cuyas ventanas cientos de trabajadores miraban los partidos del equipo en sus horas de descanso en las jornadas sabatinas, alimentando el fanatismo por el club, están mutando para satisfacer la demanda habitacional de la periferia parisina.
Ya varias veces intentaron enamorar a los hinchas con promesas de inversiones de millonarios extranjeros que venían como ángeles paganos a sacarlos del barroso Bauer, para sentarlos a la derecha del dios fútbol pero claro, a esos locos que cuelgan banderas del Che Guevara y cantan el Bella Chiao (canción de la resistencia de la Italia antifascista) nada que tenga que ver con la derecha les interesa.
El famoso lema “Más que un club” con el que el Barcelona sale a regodearse por Europa y el mundo parece una broma tonta para unos hinchas que convirtieron a su reducto realmente en algo mucho más interesante que un slogan. De cariz claramente antifascista e integratorio, tanto sus directivos como muchos de los que organizan las movidas culturales tratan de despegarse de la idea de izquierda y derecha, aunque son fáciles de reconocer en la primera fila de los enfrentamientos con la policía francesa en las huelgas y protestas sociales, la de los chalecos amarillos por caso. O en meter mano para ayudar a los refugiados que llegan de las zonas de conflicto en África y Medio Oriente.
El Red Star Lab es otro de los proyectos ambiciosos que involucra a todos los niños de las divisiones formativas del club quienes tienen la posibilidad de desarrollarse en otros aspectos de la vida lleguen a jugar profesionalmente o no. O por lo menos interesarse por otros temas ajenos al fútbol. Más allá de todo lo que tenga que ver con los entrenamientos de las divisiones inferiores, se programan para los horarios en que el músculo no ejercita, como así también es el período de vacaciones escolares, talleres donde los jóvenes desarrollan por ejemplo una revista que después venden en las tribunas. Desde la edición, la redacción y las fotos, hasta el diseño y la impresión, los chicos se encargan de todo y el dinero que se recauda por su venta a exiguos euros, se usa para un nuevo proyecto de taller. El Red Star Lab cuenta, por ejemplo, con una escuela de radio y una FM, una escuela de DJ, talleres de cocina, o un espacio donde los chicos diseñan las banderas o la coreografía con que el primer equipo será recibido en la cancha. O el laboratorio de música, o el de circo. Incluso, en la lista que figura en la Página Web donde se detallan los puestos y la gente que trabaja en el club, con diseño de créditos de una película, se destaca un Director Artístico y un jefe de desarrollo cultural y de educación.
En el Bauer los chicos no tienen forma de aburrirse en ningún momento y bajo el lema: “Nuestro club, nuestra cultura, nuestro futuro”, tejen un fuerte vínculo con la institución que será imposible deshacer y los acompañará para siempre durante su carrera y más allá; todo gracias a que Patrice Haddad, dueño y presidente, es un inquieto y millonario productor de cine y publicidad que amasó su fortuna con una productora que fundó hace cerca de 30 año, Premiere Heure, y tiene al club como su fetiche.
En los últimos años creció el colectivo feminista impulsado por el club, las Red Star Girls, y son famosas las fiestas que se organizan. Auténticos Sound System al estilo jamaiquino, en protesta de la represión policial y en contra del “fútbol moderno”. No es casualidad todo lo que pasa en Saint Ouen. La historia del Red Star tiene un mojón ineludible.
Entrando al estadio, ahí en el fondo, donde braman los hinchas, decenas de banderas lucen estoicas en el alambrado. Banderas jamaiquinas, banderas palestinas, banderas del S.H.A.R.P (colectivo de skinheads antifascistas) o banderas anarquistas, pero entre ellas hay un rostro varias veces repetido. Es el de Rino Della Negra. Un veloz y habilidoso futbolista de origen francoitaliano que en la temporada 42/43 se incorporó a las filas del conjunto parisino. Della Negra se crío entre las fábricas del barrio pateando una pelota sobre los adoquines, y allí forjó su ideología proletaria y comunista.
Solo unos meses después de su llegada y en medio de la ocupación nazi en París, el joven Della Negra se unió sin dudarlo a la resistencia francesa y formó parte del grupo de Missak Manouchian, un poeta y obrero francés que aglutinó a un gran número de hombres, en gran parte extranjeros, dispuestos a dar pelea hasta el final contra la locura nazi.
En noviembre de 1943, Della Negra cayó preso en una operación de la Gestapo y fue torturado durante varios meses antes de ser fusilado. Una vez en la cárcel y antes de su ejecución, Rino le escribió una carta a su hermano y en el último párrafo decía: “Besa a todos aquellos a quienes conocía bien. Ve al Argenteuillaise y abrázalos a todos, desde el más joven hasta el más viejo. Y envía una salutación y un adiós a todo el Red Star”, sellando para siempre su destino junto al club.
A partir de ese momento, nació la leyenda en el Bauer. Della Negra fue quién mejor representó el espíritu combativo y antirracista de su gente y quién enseño el camino que acompaña a Red Star hasta hoy. El de ser la última resistencia del fútbol francés.
- AUTOR
- Horacio Ojeda
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