América
Las desgracias de Rodulfo Manzo
21 de junio de 1978. Jorge Rafael Videla, presidente de facto de la República Argentina, ingresa al vestuario peruano en el estadio «Gigante de Arroyito» de Rosario. Juan Carlos Oblitas ni se inmuta, continúa cambiándose detrás de una pared y le es imposible tomar contacto visual con el mandatario. El resto escucha atenta y respetuosamente las sofisticadas frases del dictador. Al día de hoy, pocos creen que esas palabras fueron una advertencia, mucho menos una amenaza, sin embargo el clima era, por lo menos, raro. Minutos antes, el entrenador peruano Marcos Calderón daba el once inicial, sorpresivamente sin Teófilo Cubillas y con Rodulfo Manzo como central. De este último, es a quien luego se le apuntarían todos los cañones, tras el recordado desenlace de aquella noche.
Los primeros 20 minutos de aquel partido, aunque pocos lo recuerden, fueron un aluvión de los peruanos, quienes pudieron haberse puesto en ventaja en dos oportunidades. No obstante, ante el primer intento de amague de Mario Kempes cerca del área, el gran Rodulfo intenta ejecutar un quite poco ortodoxo, difícil de explicar. El Matador lo elude sin mayores complicaciones. Decir «elude» es darle un tinte emotivo y nacionalista a una acción que no lo merecía, sinceramente, porque Kempes pasó y Manzo, prácticamente, se corrió. Gol de Argentina. 1-0. El final ya lo conocemos todos.
Pero de cualquier modo, lo que no es conocido por todos es lo que sucedió con este central peruano, oriundo de un pueblo cercano a Lima, llamado San Vicente de Cañete. Allí ya no puede volver, las críticas y las amenazas terminaron por meterlo en el mundo de la adicción al alcohol. Se puede decir, sin temor a exagerar, que se trata del Moacir Barbosa peruano, el apuntado como responsable máximo de la catástrofe peruana del ’78.
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Lo cierto es que hasta el fatídico día en Rosario, Rodulfo venía disfrutando una vida futbolística sin mayores complicaciones. Había debutado en el Defensor de Lima en 1968 y, tan solo un año antes del Mundial, pasó a Deportivo Municipal. Gracias a sus buenos rendimientos en ambos equipos y además en las Eliminatorias compartiendo zaga con el gran Héctor Chumpitaz, es que Calderón se fijó en él para que formara parte del plantel de Perú. Si en aquel llamado, Manzo hubiese sabido tan solo el 1% de lo que vendría después, con seguridad no hubiese aceptado. Los seis meses posteriores al «escandaloso» partido fueron una película de terror, en su tierra natal era persona non grata y él debía dar un cierre de cuajo. Vélez Sarsfield apostó por él y, a inicios del ’79, Rodulfo arribaba a la entidad velezana.
El paso del defensor por Vélez fue tan corto como polémico. Los hinchas fortineros nunca aceptaron su arribo, no podían convivir con la idea de tener a un «vendido» en el plantel. Solo estuvo en la institución 15 días, suficiente tiempo como para desatar un revuelo mediático: en uno de los asados organizado por los referentes del plantel, Manzo contó que había recibido 50 mil dólares como soborno para dejarse ganar el partido con Argentina. Este sinceramiento, ahora conocido por Pedro Larraquy y el entrenador Antonio D’Accorso, trascendió por una nota que el mismo Manzo le otorgó a la revista «El Fortín de Vélez». Un poco inocente, un poco irresponsable, lo cierto es que Rodulfo fue obligado a dar una explicación en cadena nacional, presionado por la dirigencia de Vélez y -según cuentan las malas lenguas- por la mismísima Junta Militar. El mensaje consistió en una declaración, y básicamente la excusa fue que lo dijo en tono de broma en el asado de los jueves, nada más. De cualquier manera, el daño ya estaba hecho, y así fue como Manzo escapó del país en moto, dejando a su esposa y cinco hijos en el país sin dinero y con un saldo de tan solo tres partidos con la V azulada, uno de ellos ni siquiera completo.
Sorpresivamente, meses más tarde, el defensor central fue presentado en Emelec de Ecuador. Al día de hoy, se desconoce cómo llegó hasta allí, pero la opción de la moto atravesando todo Perú para no ser reconocido, tuvo una cuota de probabilidad. El desenlace de la carrera de este excéntrico jugador fue como se esperaba, sapeó en cada lugar donde recayó. Volvió a Perú, no le fue bien, probó suerte en el Deportivo Táchira de Venezuela, le fue tan mal como en Vélez y nuevamente se asentó en su país natal, esta vez para jugar en Torino Talara (sí, leyeron bien) para finalmente cerrar su «espectacular» carrera en Juventud La Palma, en 1986.
La vida luego de esos años no fue para nada sencilla, se trasladó a Milán a trabajar para cambiar su vida, pero no funcionó. En una entrevista en el programa «Las Voces del Fútbol» en Perú, admitió: «Nunca me llamó ni un dirigente ni compañero de equipo por todo lo que me pasó. Nadie se acordó de mí. Tuve muchos momentos en que quise tomar una decisión drástica con mi vida». Y, para cerrar, le tiró todo el barro posible a José Velásquez, otro de los integrantes del seleccionado peruano: «el único responsable de todo lo que sucedió en aquel Mundial es él. Es una basura». Creer o reventar, una historia digna de contar. Hoy, con 71 años, la herida no parece sanar.
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- AUTOR
- Juan Podestá
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