América
Leónidas Da Silva, el primer ídolo del pueblo brasileño
Hasta 1938, Brasil estaba lejos de ser lo que es hoy en día. No tenia ningún título mundialista ni se destacaba por tener una estrella en su equipo. Incluso, en 1934 sólo jugó un partido, el cual perdió contra España por 3-1 sin siquiera exhibir su Jogo Bonito ante el público europeo. Sin embargo, Leónidas Da Silva fue el símbolo de la Brasil empobrecida, esa gente que era invisible ante el Estado y que pedía un reconocimiento como colectivo. Con su forma de jugar, mezclando el baile y la gambeta, ese desparpajo propio de las favelas, enamoró a todos y sembró la semilla de lo que el sociólogo y escritor brasileño Gilberto Freyre llamó Futebol Mulato.
Hasta 1938, Leónidas era un diamante en bruto. Con 25 años, ya había jugado para los tres grandes del fútbol carioca: Vasco Da Gama, Botafogo y Flamengo. En este último logró un promedio de un gol partido, con 89 goles en 88 encuentros. El Mundial de 1934 lo agarró muy joven y sin experiencia, pero cuatro años más tarde el certamen de Francia llegaría en su mejor momento.
Desde el inicio, el panorama se presentó dificultoso para Brasil. Ya en el primer partido protagonizó contra Polonia uno de los juegos más emotivos y con más goles de la historia de los mundiales. En Strasburgo, Leónidas sacó a relucir toda su magia en los primeros minutos. A tal punto que en 30 minutos iban ganando 3-1, todos goles suyos. Todo parecía bastante encaminado para la verdeamarelha, sin embargo una lluvia torrencial en el entretiempo convirtió la cancha en una piscina. Las condiciones climatológicas hicieron que Brasil pierda la pelota y el dominio del juego. Polonia llegó a empatarlo con dos goles de Williamowski, que competía con Leónidas por quién convertía más goles en ese partido. Perácio puso el cuarto para Brasil y, cuando parecía que todo terminaba, el delantero polaco volvió a igualar el partido. Pero las conquistas no acabaron ahí, porque en el alargue Leónidas convirtió un gol memorable para el publico ese día.
Lleno de barro hasta los tobillos, el «Diamante Negro» (como le apodaban) decidió sacarse los botines. El árbitro sueco Ivan Eklind lo obligó a ponérselos de nuevo, pero en una jugada los volvió a perder y siguió. Así fue cómo, después de regatear a un rival, convirtió el 5-4. Ese gol quedaría apodado como «El gol de la media». Después de un partido lleno de goles, Brasil ganó 6-5 en el alargue y pasó a cuartos de final.
En Burdeos se enfrentó a Checoslovaquia. Siendo dos equipos con buen pie, todos pensaban que verían un gran espectáculo de fútbol, sin embargo ocurrió todo lo contrario. La violencia y la rudeza primó en un partido donde Brasil acabó con nueve jugadores y Checoslovaquia con 10. Aún así, Leónidas se puso el equipo al hombro y convirtió el primer gol. Los brasileños aguantaron con uno menos todo el segundo tiempo, pero a los 20 minutos Oldrich Nejedly, la figura de los checos, empató el partido a uno. El alargue fue más de lo mismo y se debía jugar un desempate.
48 horas mas tarde, se volvieron a enfrentar, otra vez en Burdeos. Ambos equipos contaban con muchas bajas, incluso Leónidas hasta último momento estuvo en duda de integrar el 11 titular. Fue por eso que los DT de cada selección, Pimenta y Josef Meissner, hicieron un pacto para bajar la violencia del partido. Aún así, los dos debieron hacer varios cambios. Da Silva finalmente pudo jugar y, aún bastante dolorido, pudo convertir el gol del empate. Roberto, volante derecho suplente del equipo, sorprendió a todos anotando el gol de la victoria. Finalmente, después de tres batallas en cancha, Brasil llegaba a las semis contra Italia, quien había tenido una llave mucho más apacible.
Aquella semifinal estuvo llena de suspicacias y polémicas, sobretodo alrededor de Leónidas. La situación era compleja para Pimenta: el equipo llegaba exhausto, con muchos kilómetros encima y rezaba para que sus estrellas se repusieran lo mejor posible en solo 48 horas. Fue así que el DT tomó una decisión que aún hoy continua siendo polémica en Brasil: sacar a Leónidas y jugar con los titulares Domingos de Guía, Machado, Zezé, Martín, López, Perácio y Romeu.
Se dijo desde que no estaba lesionado hasta que se había vendido a Benito Mussolini para no jugar y que clasifique Italia. Años más tarde, el propio Leónidas confesó estar lesionado y que preferían conservarlo para una hipotética final. Mas allá de rumores y teorías conspirativas, Italia fue mejor durante todo el partido y, aunque le costó, acabó ganando 2-1 frente a una Brasil con talento pero sin aire para poder seguir en camino. Aún así, les esperaba Suecia en el partido por el tercer puesto.
Allí, «El Diamante Negro» reapareció y convirtió el 3-2 para dar vuelta el partido y quedarse con la medalla de bronce. Incluso, gracias a ese tanto se quedó con la bota de oro, siendo goleador del Mundial con ocho tantos. Después de que Italia ganase a Hungría por 4-2 y se coronase campeona mundial, muchos se preguntaron qué hubiese sido de aquel partido si el astro brasileño hubiese estado en cancha. Leónidas fue elegido mejor jugador de la competencia como premio consuelo, pero siempre le quedó la espina de jugar una final de Copa del Mundo.
La sorpresa fue cuando el plantel volvió a Brasil. Allí fue vitoreado por las masas y se convirtió en el primer ídolo popular del país. Esa forma de jugar, ese vivir el fútbol dentro de una cancha enamoró a todos y vieron en él un faro para marcar una impronta de cómo debía jugar la selección.
Da Silva siguió jugando un par de años más en San Pablo, donde conquistó cinco títulos estaduales y el amor del público paulista. Se retiró en 1950 y, tras ser comentador y DT, debió hacer reposo debido a un alzheimer y diabetes que afectaban su vida diaria. Finalmente murió en 2004 a causa de estas dos enfermedades, en soledad y apenas con el reconocimiento que deberían tener los mitos del fútbol. Dicen que cuando una persona muere, por su cabeza pasan todos los momentos vividos. Si así fuese, Leónidas habrá guardado aquel mágico recuerdo de cuando la gente coreaba su nombre y se rendía ante, nada mas ni nada menos, el primer ídolo del fútbol brasileño.
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- AUTOR
- Bruno Scavelli
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