Copas europeas
Liverpool y la Champions, historia de un viejo amor
“Si necesitara amar a alguien, tú serías la única en quien pensaría…”. La letra de “If i needed someone”, del disco Rubber Soul perteneciente al mítico conjunto The Beatles, nos introduce en una crónica de viejos amoríos, atados a la memoria colectiva de todo un pueblo. Y es así, porque resulta imposible narrar las vivencias del Liverpool F.C. sin tocar un poco lo que la banda de origen en la ciudad homónima al club representa para el mismo, arraigada con la música interpretada por John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr.
‘Cariños de antaño’ sería la definición que engloba los lazos que unen a la entidad liverpuliana con la Champions League. Las décadas del ’70 y el ’80 simbolizan recuerdos dorados para la afición, al evocar momentos en que todo el continente estaba a sus pies, catapultándose como una de las instituciones que más bailaba con la que todos querían tener. Apenas una porción del nuevo milenio intentó asemejarse a lo ocurrido, encontrando como resultado escasos períodos de algarabía que bañan un presente distante al que fue.
El punto de partida de esta cronología debe estar en el arribo de Bill Shankly -entrenador con más partidos dirigidos en el banco Red-, que llegó en el frío diciembre de 1959, con el club en segunda división y la meta clara de obtener el ascenso de inmediato, objetivo que le tomó unos largos tres años. Trece vueltas al sol duró la estadía de Shankly por allí, donde pasó del rearmado de un equipo en el ascenso a disputarse palmo a palo el galardón local y la F.A Cup, sumando tres ligas al palmarés, dos copas y cuatro Community Shields, logros que resultaron de poco valor conforme pasaba el tiempo, entendiendo que era el momento del salto cualitativo.
Incursionando en 1970 –época de la beatlemanía-, Robert Paisley, futbolista entre 1939 y 1954 del club, asumía la dirección técnica con el fin de prolongar el legado devenido por Shankly y estar a la altura de las expectativas. Ray Clemence y Kevin Keegan eran los baluartes de esa escuadra que en la temporada 1976-1977 saboreó por primera vez el éxito continental. Trabzonspor, Saint-Étienne y Zúrich no fueron rivales para detener la avanzada hasta la final, en donde apareció el poderoso Borussia Mönchengladbach liderado por Berti Vogts, Ulrich Stielike y Jupp Heynckes. El Olímpico de Roma se vistió de anfitrión para cortejar la ceremonia y visualizar la primera orejona de los rojos, tras derrotar al elenco alemán por un tanteador de tres a uno, con tantos de Terry McDermott, Tommy Smith y Phil Neal, de penal.
El siguiente año sería vital para desenmascarar si el reinado era algo esporádico o había sustento para mantenerse en la élite del fútbol. La salida de Keegan representó un dolor de cabeza difícil de soportar, el cual intentaron apaciguar con las contrataciones de Graeme Souness y Kenny Dalglish. En la Liga de Campeones edición 1977-78, Dynamo Dresden, Benfica, el mismo Borussia y el Brujas en la final en Wembley, no fueron un inconveniente para lograr el consecutivo doblete y confirmar lo que ya era una innegable realidad.
Dos años se vio interrumpido el mandato del elenco oriundo del condado de Merseyside, producto de la aparición en escena del entrometido Nottingham Forest, que gobernó el viejo continente hasta la temporada 1980-81, donde los Reds volvieron a hacer de las suyas. Con Paisley en sus últimas funciones en el rol de deté, escalaron nuevamente hasta la cima, dejando en el camino al OPS Oulu, Aberdeen, CSKA Sofía y Bayern Munich hasta encontrarse en el mano a mano decisivo ante el gigante Real Madrid. París pasó a ser, al menos por una noche, el epicentro del balompié en el llamado primer mundo. Alan Kennedy, a ocho minutos del final, despojó a los españoles de la corona y facilitó la obtención de la tercera copa, todas con Bob en el banquillo.
En 1983, al estratega le pareció el momento propicio para decir adiós y dar paso a Joe Fagan, discípulo final de la dinastía que encontraría en el curso 1983-1984 el último eslabón de una cadena de éxitos, al menos con asiduidad. Ian Rush y Gleen Whelan personificaban los sustentos de base que podrían garantizar una nueva conquista. El Odense BK, Athletic Club, Benfica y Dinamo Bucarest pasaron sin pena ni gloria, mientras que la Roma aguardaba en la final, a disputarse en el Olímpico de aquella ciudad. Fue uno a uno en los noventa minutos, con tantos de Phil Neal para los ingleses y Roberto Pruzzo para los italianos, una igualdad que los llevó a la primera definición por penales en toda la historia de la copa. El 4-2, con el remate final de Allan Kennedy, hacía llegar el cuarto título –segundo en el Olímpico romano- con el mote de gigante bajo el brazo que ya estaba instalado.
Sin embargo, y pese al subcampeonato obtenido un año más tarde ante la Juventus, la pasta del campeón fue desapareciendo, sumergidos en campañas magras y con resultados pocos felices para los falangistas, escena en la que “Don’t Let Me Down” parecía ser el soundtrack perfecto que suene de fondo en Anfield Road.
Largas décadas debieron pasar para palpar un nuevo punto de inflexión. Para lo que acontecería entre junio del 2004 y mediados de 2005 –la Copa de Europa obtuvo el rótulo de Champions League en 1991- el español Rafael Benítez se hizo cargo de la función de cráneo idealista. El equipo del noroeste de Inglaterra debía volver a los primeros planos y contaba en su plantilla con Steven Gerrard como el ancho de espadas, secundado por nombres como Jamie Carragher, Xabi Alonso o Milan Baros.
Tras el segundo puesto atrapado en la clasificación de grupos detrás del Mónaco francés, desde octavos en adelante Bayer Leverkusen, Juventus y Chelsea pasaron a ser las víctimas, divisando en el último escalón al Milan de Carlo Ancelotti. La final sería una de las más recordadas, porque el elenco milanista se iba al entretiempo goleando tres a cero y las chances de revertirlo parecían mínimas. Gerrard, Vladimír Smicer y Xabi Alonso lo hicieron posible, llevando todo a definirlo a la suerte desde los doce pasos. Andriy Shevchenko falló para Il Rossonero, ante la presencia de Jerzy Dudek, en lo que materializó la última conquista europea para el Liverpool.
Hoy, trece años después, bajo las órdenes que imparte Jürgen Klopp volverá a intentar vivir un viejo idilio, amparándose en las mágicas letras de The Beatles, entendiendo que, “de todos estos amigos y amantes, no hay nadie que se compare contigo”, como reza “In my life”.
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- AUTOR
- Julián Barral
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