Entrevistas
Llegar… Sin querer queriendo
“A los 12, 13 años arranqué en el atletismo pero solamente porque quería tener más condiciones para jugar al fútbol”.
Esa peculiar forma de correr… Inconfundible. Toda una técnica. No es trote pero mucho menos caminata. Esa disciplina que reniega la fase de vuelo y obliga a mantener siempre un pie apoyado en el suelo. Por eso el trabajo de piernas, por eso ese estilo tan poco ortodoxo, por eso la exigencia de ciertos músculos que no trabajan de tal manera en otras ramas del atletismo. Aunque para muchos puede ser “el deporte donde las personas corren raro”, se llama marcha atlética, y pese a no usar una pelota, se le permite con el gusto el ingreso a Cultura Redonda.
En un país donde casi todo chico recibe en sus primeros años un balón de fútbol, fomentar esta clase de disciplinas no es nada fácil. Si ya resulta complicado acercar a los más jóvenes al atletismo, imaginen el trabajo que debe realizar la marcha atlética para conseguir representantes nacionales.
Y Juan Manuel Cano Ceres no fue la excepción. En Termas de Río Hondo, provincia de Santiago del Estero, la realidad no es diferente a la de Buenos Aires, Córdoba, Jujuy o Tierra del Fuego, donde el fútbol se erige como el deporte favorito. Tampoco lo era a fines de la década del ’80 cuando Adrián Cano, su padre, también le obsequió esa cosa redonda, llena de aire, que hipnotiza los ojos ajenos como si se tratara de la fábula “El encantador de Serpientes”.
Con su figura fina y delgada más no espigada, comenzó a demostrar su pasión. Con amigos, en diferentes clubes, en ligas amateur. Donde hubiera tierra con un poquito de pasto y una número 5, allí estaba Cano, siempre como delantero, siempre por la banda aprovechando su velocidad.
“En el 2000, con 12 años, empecé a practicar atletismo. Pero arranqué porque quería tener más condiciones para jugar al fútbol».
“En el 2000, con 12 años, empecé a practicar atletismo. Pero arranqué porque quería tener más condiciones para jugar al fútbol. Quería ganar rapidez ya que siempre me ponían de 7, 9 u 11. Entonces quería sentirme más ágil…”, relata el santiagueño con la añoranza que uno habla de su primer amor.
Es que en realidad no era ni más ni menos que eso: un amor, una pasión. Tres veces por semana, al menos, allí estaba el hijo de Lidia, corriendo detrás de la pelota, mientras la mamá le repetía una y otra vez: “Yo solo quiero que estudies y te portes bien”.
Jugó en varios clubes pero siempre lejos del profesionalismo. Por eso, Sector El Alto, Herrera El Alto (NDR: Cumplio 57º años en octubre de 2016) y Centro Deportivo Termense nunca se presentaron como una verdadera posibilidad para lograr su objetivo, incluso en un chico que siempre fue aplicado y decidido para afrontar sus deseos.
“Al fútbol jugué hasta los 14 años -comenta el protagonista-. Y dejé de practicarlo porque hacía las dos cosas a la vez. Tres veces a la semana fútbol y tres veces atletismo, ahí en Deportivo Termense. Además, yo veía que estaba muy bien y el rendimiento de mis compañeros no era el mismo. El fútbol es totalmente diferente al atletismo en ese sentido, porque vos podés estar con todas las pilas pero si los demás no te ayudan, se complica”.
Pero como en casi toda historia, siempre hay un detonante, una situación o decisión, que termina encarrilando el desenlace final. El fastidio por el poco profesionalismo de sus compañeros pudo engrosar la lista pero no fue el centro del problema. “Lo que detonó que yo dejara de jugar fue una patada que me dejó rengo como seis días. Encima tenía un torneo de atletismo y por culpa de eso casi me lo pierdo. Finalmente competí pero no pude entrenar ni llegar bien al certamen. Estaba en Cadetes, era chico, pero casi me quedo sin nada. Ahí me empecé a dedicar de lleno al atletismo”, afirma hoy a los 29 años pero con la misma determinación que lo caracteriza desde los 14.
Y seguramente allí está una de las mayores complicaciones de los deportistas de alto rendimiento. El hecho de tener que tomar decisiones importantes, a una edad donde muchos están pensando a dónde irse de viaje de egresados, de qué color hacer el buzo, cómo conquistar a esa chica/chico del colegio o en qué casa juntarse para hacer torneos de Play.
“El tema del fútbol es que avanzaba todo muy lento”, describió Cano, tal como podrían hacerlo miles de chicos, quizá millones. Si de por sí ya es complicado probarse y quedar en un club, la situación en Termas de Río Hondo durante comienzos del milenio no facilitaba justamente estos procesos: “En su momento se perdieron las actividades deportivas con el fútbol y desaparecieron las ligas. Hoy la ciudad tiene todo de nuevo y te dan unas ganas terribles de volver a estar en una cancha”.
En cambio, en el atletismo sí aparecieron puertas dispuestas a ser abiertas y a partir de allí creció el interés de Cano con esta disciplina. El hecho de conocer nuevas ciudades y provincias, representar a Santiago del Estero por Argentina y la tranquilidad que significaba depender de sí mismo, permitieron una comunión entre el deportista y el deporte. La ayuda de Mario Messa, su entrenador en esos primeros años, también fue clave para el desarrollo de ese chico que llegaba con voluntad e intenciones, pero poquísima experiencia.
“Él quería que arranque directamente con marcha”, destacó en un primer momento. Y más tarde se explayó: “Esa era la idea porque un chico, dos años antes, había ganado la competencia de marcha y entonces querían que yo lo suplantara. Al comienzo hice varias pruebas de fondo porque no pintaba para ser alto ni fisicudo, como para la velocidad, ni grandote para los lanzamientos. Al poco tiempo representé a Santiago del Estero en los Juegos Interescolares de 2002”.
Pese a este cambio brusco, de fútbol a marcha, del deporte más popular del país a uno que la mayoría ni conoce, Lidia y sobre todo Adrián, siempre estuvieron a su lado. Aún con pensamientos diferentes, ayudaron con los calzados, la alimentación y los múltiples viajes que comenzaron a aparecer en la vida de Juan Manuel. “La vieja siempre repetía lo de estudiar y portarse bien porque nunca tuvo una formación deportiva”, criticó. Ya con 14 o 15 años, su hijo desnudaba el sueño de poder participar en un Juego Olímpico. Ese flaquito que hasta hace poco pateaba la pelota y ahora se divertía corriendo de una forma extraña lo terminaría logrando con solo 20 años, en Beijing 2008 (NdR: terminó 40º en los 20km).
«Ginóbili o Maradona hay uno solo».
Repetía mamá Lidia queriendo convencer al segundo de tres hermanos varones. Pero no pudo ante la voluntad, la vocación y el anhelo de ese adolescente. “Es difícil entender a un chico de 15 años que te dice que pronto va a ir a un Juego Olímpico”, detalló.
La ambición era muy grande. Por eso le pedía permiso a su padre para salir más temprano del colegio y así poder entrenar. Dos prácticas al día más la tarea correspondiente, ese era el trato. “Siempre aposté por mi, con compromiso y entusiasmo. Mi padre siempre me apoyó mucho más que mi madre. A ella no le gustaba y eso era todo un tema”, relató.
Y ya pasaron más de diez años… Tres Juegos Olímpicos, cuatro Mundiales, dos Panamericanos, otros tantos Juegos ODESUR y Grand Prix. Una firma como ADIDAS, sponsors y la respectiva Beca del ENARD, de carácter sudamericana (menos de $8000 por mes). La catalogada “Excelencia Sudamericana” proyecta buenos desempeños y posibilidad de medalla en los Juegos Sudamericanos de Cochabamba 2018 (Bolivia) y los Panamericanos de Lima 2019 (Perú).
Así y todo, su amor por el fútbol está intacto. Ahora desde afuera de la cancha y disfrutando por televisión. En su inconsciente, todavía están las ganas de querer formar parte, de levantar el griterío del público con un desborde o una recuperación exigida. Lejos está de arrepentirse de su elección: “El atletismo me dio todo y me lo sigue dando. Gracias a este deporte he logrado muchísimas cosas, no solo en lo profesional sino también en lo personal. Me ha dado el 90% de las satisfacciones de mi vida”.
“Noooooooo, ya no se jode”, se lo escucha a través del Whatsapp. En su vida no existe el “fútbol entre semana”, ni amigos, ni en una liga amateur. Nada. “Jugar un picadito es como comer todos los días milanesas con papas fritas. Jugás con tu hígado, con tu organismo y no estás bien para entrenar. Lo otro es igual pero con alguna lesión muscular y cosas así. No puedo pifiar en eso porque sería un error muy infantil y de poca madurez”, dejó en claro el hincha de River. Y luego explicó: “Un par de veces patee al arco con una pelota común y me quedó doliendo el empeine. Y es normal eso. Puedo estar 100% físicamente para correr todo el partido, pero quedé vírgen de algunos músculos, que se usan en fútbol y no en la marcha”.
Esta clase de cosas no solo le suceden con el fútbol. El santiagueño también utiliza el trote convencional como complemento, ya sea para entrar en calor o aflojar después del entrenamiento, y en algunas ocasiones, hasta se le han cargado los cuádriceps. “Si me pasa eso, corriendo un poco, imagínate si pateo una pelota o empiezo a hacer arranques, frenadas y gambetas… No me van a doler las piernas, sino varias partes más del cuerpo”, contó.
Aplicado como cuando arrancó en Deportivo Termense, Juan Manuel Cano no desvía la vista de su objetivo: el Mundial de Londres, que se disputará en agosto. Cierto es que antes competirá en algunas fechas del Grand Prix (en Portugal y España, por ejemplo) y en la Copa Panamericana de Perú, pero el plato fuerte de 2017 será la capital inglesa.
Por eso, a los 29 años continúa exigiéndose en el infierno santiagueño, donde las temperaturas superan los 37º durante el día, y hasta se animan a rozar los 40º. Arranca a las 6.30 de la mañana, con un turno de marcha. Después del almuerzo se dirige al gimnasio para hacer trabajos de fuerza y más tarde vuelve a las calles de Termas de Río Hondo, en busca de seguir sumando kilómetros. “Lo ideal es hacer 140km por semana”, comenta como si se tratara de cinco o seis cuadras.
Para poner en contexto, las competencias de marcha a nivel olímpico se dividen en 20km y 50km para la rama masculina (NdR: Las mujeres pueden correr solamente la menor distancia), es decir, que estaría entrenando una carrera entera por día. “Una semana de prácticas puede equivaler incluso a más de una competencia diaria pero cambia mucho la intensidad. Hay veces que el entrenamiento es más fuerte que un torneo, pero no superamos los 10 o 12 kilómetros. Y las carreras de marcha son 20km continuos, al máximo esfuerzo”, relató.
Terminó 51º en Río 2016, 22º en Londres 2012 y 40º en Beijing 2008. De hecho, en la capital inglesa logró nada más y nada menos que su mejor registro personal, con 1 hora, 22 minutos y 10 segundos. Además estuvo a menos de tres minutos y medio del ganador, el chino Ding Chen (1:18:46).
Este hombre es Juan Manuel Cano. Argentino, representante olímpico, hijo de Lidia y Adrián, hermano de Pablo (30 años) y Rafael (27), la máxima figura de la marcha atlética en nuestro país y un ferviente amante del fútbol.
Pero esa patada. Esa famosa patada. “Gracias pibe” podría ser el inicio de la conversación entre Cano y este otro futbolista amateur que cruzó a su rival más fuerte de lo necesario. Un detalle en medio de una historia de sueños, trabajo y exigencias diarias.
Ya habrá tiempo para volver a compartir un fulbito. Todavía tiene cuerda para el atletismo pero en algunos años correrá por la banda derecha, sacando ventaja de su físico trabajado. Seguramente las primeras veces le duelan las patas, tal vez necesite algún hielo o los “gelcitos” que se usan ahora. Pero allí estará, bajo el sol santiagueño, disfrutando de su otra pasión.
“¿Cuál es tu pierna hábil Juan? Yo soy diestro pero ojo, la manejo también con la zurda”.
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- Cultura Redonda
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