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Los Abuelos de la Nada
Durante las vísperas de las elecciones presidenciales estadounidenses de 1984, los medios de comunicación ponían cierto énfasis en un dato. De ser reelecto, Ronald Reagan sería el mandatario de mayor edad en asumir el cargo a desempeñar en la Casa Blanca. 73 años eran los que el ex gobernador de Texas tenía mientras aspiraba a un segundo mandato. El chiste común en aquel contexto era si imaginábamos a alguien con la edad de un anciano que extravía sus gafas en su habitación, al estar decidiendo en temáticas como una posible escalada nuclear en tiempos de Guerra Fría.
Reagan, con ese carisma ranchero con el que siempre supo escudar carencias, respondía las municiones sobre su vejez con chascarrillos: “Dicen que a mis años, la memoria comienza a fallar. Les respondería algo, pero olvidé lo que acabo de decir” decía, ente risas.
El septuagenario arrasó en los comicios, llevándose el 58% de los votos. Ganó en todos los Estados, a excepción de Minnesota y el Distrito de Columbia. Reagan ejerció la presidencia hasta el 20 de enero de 1989, cuando lo sucedió su vicepresidente, George Bush (padre). La contracara de las mieles de alcanzar el éxito en el ocaso de la expectativa de vida, es su posteriori. Una vez fuera del cargo, sus apariciones en el ojo público fueron cada vez más intermitentes y entorpecidas. En 1994 se confirmaría que el ex presidente estaba asumido en el Alzheimer. Algunos señalaron que dicho mal habría comenzado cuando aún ejercía la presidencia. La acusación jamás fue confirmada.
Veintidós años después, Donald Trump, a sus 70 años, venció a Hillary Clinton, de 69, y se convirtió en el mandamás de mayor edad en llegar al Despacho Oval. Amén de la realidad de un surgimiento, insurrección y sostén de movimientos juveniles y renovación de ciertas capas de la política con líderes de temprana edad, una de las potencias de este mundo optó por un sujeto de siete décadas para discernir sus destinos. En 2020, un Trump de 74 –o sea, mayor a Reagan en el ’84- buscará la reelección. Su adversario de la banda demócrata, aún a definirse en primarias, es muy probable que salga de Joe Biden o Bernie Sanders. El primero, de 76 años. El segundo, de 77.
No es potestad de los Estados Unidos los abuelos en el poder. Tabaré Vázquez, presidente del Uruguay, transita los 79 años. Su predecesor, José Mujica, contaba con 80 cuando le entregó los atributos. En las elecciones presidenciales de este año, competirá el ex presidente Julio María Sanguinetti, con 83 primaveras al hombro.
Arribando a la Argentina, muchos señalan al ex Ministro de Economía, Roberto Lavagna, como un potencial candidato para los comicios de este año. Son 77 recién cumplidos los años que él posee, defendiéndose, muchos de sus seguidores, en el dato de que el sudafricano Nelson Mandela alcanzó la presidencia de su país con 75.
“El tiempo hace que los amantes sientan que tienen algo, pero vos y yo sabemos que no tienen nada más que tiempo” cantaba Boy George & The Culture Club en su canción Time, aquella que sopesó en los ránkings musicales mientras Reagan buscaba sus gafas en la residencia presidencial. Las múltiples caras de este debate se dejan ver. Premiar la longevidad y la extensión de la vida útil para ejercer cargos de altísima presión en dicha etapa de la vida, o, por el contrario, cuestionar si traspasados los 70, la destreza física y –especialmente- mental, no será un obstáculo cuando las cosas comienzan a arder.
El ambiente político está analizando fuertemente este surgimiento de líderes de tamañas cronologías, siempre adhiriendo a la idea de que el mundo para alguien de esta edad no es el mismo que hace treinta años. La bendita lucidez es el recurso en juego aquí, en el siempre conmovedor acto de alcanzar el clímax de tu existencia cuando en el horizonte comenzaba a vislumbrarse el fin de los tiempos. Si cada día es un paso más hacia el cese definitivo, y el paso del tiempo implica la necesidad de más estímulos para “posponer” pensamientos concluyentes, estos sujetos han llevado dicha práctica al extremo.
Lejos de los flashes presidenciales, un ser que permanecía en el ostracismo hasta ayer logró notoriedad mundial cuando enviados del Guinness aterrizaron en Israel y enfilaron para la cancha del Maccabi Ironi, donde Itzhak Hayk se para, fin de semana de por medio, bajo los tres palos del conjunto local. ¿La particularidad? Este arquero de quinta división tiene 73 años. Habiendo hecho las verificaciones correspondientes, los administradores de récords le otorgaron una bella plaqueta adosándole el ser el jugador más longevo en disputar un partido oficial.
Hayk, quien cumple 74 en solo mes y medio, nació en 1945, con la Segunda Guerra Mundial aún transcurriendo. Hoy disfruta de las mieles de su constancia, no sin ver amenazada su posición por otros pares atravesando su séptima década. Colin Lee, de 79, es un portero británico que desde los ’50 despunta el vicio de la pelota. El hecho de, por ahora, estar involucrado en conjuntos aficionados del under de su país, hace que no califique para el Guinness. Eso, lejos de desmotivarlo, lo aproxima a aspirar a un auspicio profesional que le permita jugar siquiera un minuto profesional, y así ser noticia mundial mientras pisa los ochenta.
Siempre lo dije y hoy lo confirmo: los abuelos son lo máximo.
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- AUTOR
- Esteban Chiacchio
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