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Los amigos del campeón
Boca Juniors vivió una de esas semanas que dejan un revés. Nuevamente, dos compromisos claves que aparecieron en el camino de Guillermo Barros Schelotto y compañía dejan secuelas a partir de la derrotas. Es allí cuando la ambigüedad y la opinión cambiante encuentran su punto de partida para emitir un juicio de valor no tan fundamentalista.
«El fútbol son momentos», predican quienes algo conocen de este deporte. A la cuestión táctica, a los valores individuales, a la historia, a la gente, a la fortuna, a un todo, también puede sumársele el «momento». ¿A qué nos referimos con esto? Cuando hablamos de contagio, de compromiso, básicamente, cuando te salen todas o no te sale ninguna, ese también es un condimento que sazona, y de qué forma, a los intérpretes de este juego.
El torneo local es uno de los mejores aliados del elenco de la Ribera. Un mejor amigo que levanta la moral cuando la mano viene dura. A simple vista, identificando nombre por nombre, puesto por puesto, al Melli pareciera que le da de sobra para luchar, y por qué no, atrapar nuevamente la Superliga, si observamos la larga lista de nombres que integran a su grupo de trabajo. Porque Boca es campeón, mejor dicho, es bicampeón, y cuando un nubarrón aparece en el horizonte, este «amigo» se encarga de disipar esas nubes negras.
Esto podría haber pasado esta semana, pero no, porque hay caídas que duelen y la secuela no admite maquillaje. La victoria, cómoda, ante Colón el pasado domingo no cicatriza las heridas que dejaron los partidos perdidos ante River -en condición de local- y la eliminación temprana en la Copa Argentina, ante Gimnasia La Plata, elenco de muchísimo menor presupuesto, pero que se aprovechó del nerviosismo y la falta de memoria de un equipo que parecía acostumbrado a jugar instancias decisivas.
¿Es todo culpa del Guille? Para nada. El Xeneize carga con un viejo karma desde antes de la asunción de GBS en el banco de suplentes: las dos eliminaciones coperas ante su acérrimo rival. La Copa Sudamericana 2014 y la Libertadores 2015 quedarán para siempre marcadas en la memoria colectiva de bosteros y gallinas.
Los de la Banda aprendieron a jugar esos partidos que, anteriormente, se llevaban los de camiseta azul y oro, copiando y aplicando una fórmula ganadora que tuvo crianza e identificación en el barrio de La Boca, pero trasladada a Núñez. Claro, no todo es culpa de los propios. La culpa, o mejor dicho el mérito, recae en principal medida en el padre de la criatura: Marcelo Gallardo. Uno de los que, sin dudas, ya entró en el «hall of fame» de los técnicos riverplatenses.
Ese karma, esa situación límite parece haberse convertido en el peor enemigo para Boca. Repasemos: Desde la llegada de los mellizos al banco, quedó tres veces afuera del torneo más federal del país, dos veces en manos de Rosario Central y una en la del Lobo; sufrió la eliminación de la Libertadores ante Independiente del Valle; perdió la Superfinal con River y padeció ante su clásico rival en una faceta antes desconocida: salir derrotados en La Bombonera con una frecuencia importante.
«Los amigos del campeón», cuando Boca anda bien, los medios son aliados y hablan de un gran funcionamiento colectivo, de puntos altos que «merecen minutos en la próxima gira de nuestro seleccionado», candidatean a Guillermo para ser el próximo entrenador de la Argentina -nadie duda de sus credenciales como estratega- y lo colocan en el pedestal de instituciones próximas a coronarse a nivel continental. Cuando llega el golpe duro, la ambivalencia y doble moral se hace presente en la opinología, cuestionando un ciclo de dos años que incluye un par de ligas locales, haciendo hincapié en rendimientos bajos, apariciones de «conflictos internos» y un combinado que «perdió la memoria».
Algunos sentenciarán, «el problema es que tiene para armar tres equipos, pero no puede poner uno». ¿Podrá el elenco de la Ribera escaparle a los benditos «amigos del campeón» y sentar bases sólidas en sus pilares de confianza?
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- AUTOR
- Julián Barral
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