México
Los ciclos de la vida y de la crítica
Decía Juan Manuel Lillo que las tragedias del hoy serán las anécdotas del mañana, y lo decía allá por 2006 cuando descendía con Dorados de Sinaloa en México. Lillo indudablemente que no dejó un gran sabor de boca entre el común de los hinchas mexicanos, muchos me atrevo a pensar, lo habrán olvidado. Sin embargo para otros, al pasar del tiempo aún nos seduce la idea de que fue en las inseguras y áridas tierras del norte de México donde Pep Guardiola terminó por converse que debía ser director técnico.
En el presente no son pocos los que se sorprenderían al descubrir que Guardiola militó en una escuadra del balompié azteca, su conspicua trayectoria nos lo hace ajeno; y más grande sería el asombro al saber que terminó su periplo como jugador en una escuadra endeble futbolísticamente y aún hoy once años más tarde, carente de una historia de grandes gestas y títulos significativos.
Debo confesar que en el tiempo que llevo mirando fútbol son apenas dos jugadores los que me han hecho pensar que su nivel no corresponde al de la liga mexicana, podrán satanizarme quienes crean que el francés André Pierre Gignac y el paraguayo José Saturnino Cardozo son deidades impropias para nuestra retina. Pero quizás porque en la actualidad es más fácil acceder prácticamente a cualquier fútbol del mundo lo del galo no me parece tan fascinante -que la está rompiendo es un hecho- y probablemente porque crecí viendo domingo a domingo las proezas del guaraní esto llegó a parecerme común, aunque hoy me parezca inverosímil que un jugador marque 29 goles en 17 fechas, ahora se gana el campeonato de goleo con ocho.
Decía que sólo dos jugadores me han provocado esa sensación indescriptible, esa etérea impresión, uno fue Rodrigo Millar en su primer partido con el Atlas, el verlo jugar me llevó a querer saber todo de él y me sorprendió descubrir que no jugó nunca en Europa, me extasié -lo confieso- con su gol a España en el Mundial de 2010 ese con el que «asomaban ilusiones en Pretoria». Evidentemente que no voy a hablar acá de mi fanatísmo por el chileno. El otro jugador ustedes supondrán fue Josep Guardiola, «era un ángel jugando al fútbol» diría una vez Matute Morales y es que el catalán es un jugador (fue) al cual me hubiese encantado ver en plenitud, en un Barcelona mucho menos mediático del que tiempo después sería el padre.
Todas éstas cavilaciones me hacen reflexionar sobre la importancia de no ser estáticos, de arriesgarse e intentar. Ser consecuentes con lo que pretendemos alcanzar y trabajar por ello. Si Guardiola aceptó en su momento ir a México a jugar con un equipo poco atractivo fue porque estaba en la búsqueda de algo: aprender de Juanma Lillo. Una vez cumplido el ciclo, estaba en mejor posición de afrontar la difícil carrera de entrenador.
Luego vendría el mejor Barcelona de todos los tiempos, el sextete, el deliquio y el marasmo. Todos ciclos breves pero intensos. ¿Estábamos en presencia del mejor entrenador de todos los tiempos? ¿Cuál era el siguiente paso? Ninguno de nosotros lo sabía. Entonces Pep quiso probarse a sí mismo en un contexto dispar, otra vez el riesgo, un nuevo ciclo comenzaba en el gigante bávaro. El continuo éxito (entiéndase éste como ser campeón) llevó al español a un lugar que ya jamás se abandona: el de la conflagración con el mundo del fútbol. Cualquier paso en falso del de Sant Dépor iba a ser enjuiciado de una manera rapaz, indolente, ferina. La crítica para él aparece constantemente, no se le deja ser, trabajar, lograr. Criticar hasta quebrantar.
En Alemania ganó todo, como el Bayern Munich lo reclama claro está. Le fue esquiva la Champions y tras su paso dejó un legado que hoy -aunque no lo digan- cosechan otros. Se marchó calladamente, entre opiniones divididas. Ahora, tras un año en el Manchester City si nos apegamos a lo que se entiende por éxito y fracaso, estamos en posición de afirmar que fracasó. Y lo hizo por la incorruptibilidad y la no destrucción de su naturaleza moral, en medio de la despiadada lucha en la Premier, donde no se trata el balón con prosapia y los periodistas -más que en ningún otro lado- asumen una actitud de permanente beligerancia.
Pero Guardiola no se inclina a la temerosidad, más bien se precipita a la acción y sin duda alguna que en éste primer año sentó las bases para un devenir mejor. No sé si le alcanzará para adornar las vitrinas del club, pero la probidad de su carácter sin duda dejará una herencia en un equipo que parece por todos lados artificial. Dados como somos a establecer las causas cuando ya conocemos los efectos, no sólo en el ámbito del fútbol, sino de la vida misma. Hacemos de las mejores virtudes los peores defectos, si algún técnico alcanza un campeonato en la lozanía decimos que lo logró por ser joven, pero si fracasa acusamos su falta de experiencia. De Guardiola se dice que se le da demasiado crédito por ser Guardiola, se lo ganó mi hermano que quieres que te diga. Pareciera una tragedia el hecho de que el Manchester City no ganara título alguno, un ciclo gris, lleno de críticas. Pero como apuntó Juan Manuel Lillo alguna vez «las tragedias del hoy, serán las anécdotas del mañana».
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- AUTOR
- Abda Barroso
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