Argentina
“Los clubes no forman chicos para fuera del fútbol”
Recorre diferentes ciudades cercanas a Rosario presentando su libro. Siente que así se acerca más a la gente. Comparte una mesa de bar junto a interesados en su obra y su historia de vida. Lee diferentes extractos, propios y ajenos, en un ambiente informal. Opina, debate, ríe y recuerda con mayor nostalgia aquello que le dio el fútbol de pueblo por encima del deporte profesional. Kurt Lutman debutó en Newell’s en 1995 y jugó en el seleccionado Sub 17, aunque su carrera sólo duró cinco años. Se sentía incómodo, harto, y optó por explorar nuevos horizontes.
Llegó a Roldán (localidad de Santa Fe) en colectivo, desde la gran ciudad ubicada a 30 kilómetros. En un bar que antiguamente fuera el bodegón del pueblo y recientemente ha sido modernizado, exhibe su segundo libro de cuentos e historias futboleras, denominado Semillas para barriletes. Habla sobre cuándo comenzó su idilio con la literatura, se refiere a su militancia en búsqueda de justicia social y analiza al club donde hizo sus primeras armas y se presentó. Entre frases de distintas personalidades históricas del pueblo, pintadas en letra negra sobre paredes blancas, da rienda suelta a sus pasiones.
– ¿Cómo empezó la idea de comenzar a escribir? ¿Desde qué momento te relacionas con la literatura?
– Comenzó tarde. Tenía 28 años, dejé de jugar y empecé a repartir el diario El Eslabón, de unos compañeros de Comunicación Social de Rosario que lo armaron en 1999. Los pibes me dijeron ‘¿por qué no empezás a colar una nota de opinión de fútbol?’. Sobre cualquier tema. ‘Hay que llenar el diario y meter algo’, agregaban. Primero me pareció una locura, dado que por jugar al fútbol no sabía si podía escribir del tema. Después, fue sentido común y hoy creo mucho en eso: cualquiera puede escribir, cantar, hacer lo que se le cante con el arte. Recién subíamos la escalera y estaba la frase de “La magia y el arte, adentro nuestro”, y me identificó mucho. Así arranqué, en el 2001, a escribir muy tibiamente, con muy poca autoridad que yo mismo me daba. Mis compañeros me agitaban todo el tiempo para que siga escribiendo. Creo que obedece a creer en estándares y varas que son dañinas, porque hacen que mucha gente que necesita escribir o realizar algo con lo que le pasa, sienta que no está tan preparado. De a poquito me fui animando.
– Podés acercar una visión diferente de la que puede brindar un escritor puro. Otra perspectiva, influir desde otro lado.
– Escribir desde uno, creo que cualquiera de nosotros puede hacerlo. El tema es cuando quiero hacerlo como el otro. Empecé a leer a Osvaldo Soriano y pensé ‘no puede escribir nada’. Me estaba confundiendo, porque creía que tenía que realizar algo similar a él, y es inigualable. Fue muy loco, porque empecé a escribir y un compañero me dice ‘fijate que ya tenés un libro con todas las crónicas’. Las empecé a rever y sí, eso se convirtió en El Agua y el Pez, mi primer libro. Todo fue casi casual.
– Hace un tiempo hablamos con Ezequiel Fernández Moores, y él sostenía que el deporte es un teatro perfecto para contar historias. ¿Coincidís desde tu punto de vista?
– Sí, absolutamente. Y admiro a Fernández Moores. Es re sorianesco, en todas las historias que cuenta, pero tiene mucho de sí mismo. Tuve la suerte de conocerlo con el proyecto del libro Pelota de Papel, y quedé fascinado pese a dialogar muy poco. Me pasó al revés, primero hablé con él y luego fui a Google para ver la que trayectoria que tenía. Ahí encontré su dimensión, en la humildad, el cero chapeo y en estar todo el tiempo al servicio de lo que necesitemos los jugadores que estábamos escribiendo para la publicación.
«Cualquiera de nosotros puede escribir desde uno y hacer lo que se le cante con el arte. El tema es cuando quiero hacerlo como el otro»
– ¿Tenés la idea de continuar con la literatura deportiva o comenzarás a dedicarte a otra cosa?
– La verdad es que no sé qué haré. Me gusta el juego de escribir y siento que voy a seguir ahondando en ello. Pero aprendí a no dar por ciertas algunas cuestiones que tienen que ver con el mañana. Uno nunca sabe con qué se va a encontrar, capaz que me pinta hacer otra cosa. Soy un bicho bastante inquieto, y no me voy a quedar estático en un lugar. Últimamente me está llamando mucho la atención ver obras de teatro. ¿Será con el fútbol como herramienta? Puede ser, conozco mucho el fútbol, es el lugar seguro, aunque también uno puede vivir escribiendo de otras cosas.
– Has dicho en otras oportunidades que el circo fue la plataforma de base para comenzar a escribir.
– Fue “la” plataforma. Una mezcla muy rara. La disciplina, la improvisación del fútbol… Como decía Fernández Moores, el fútbol es un escenario perfecto. Y pasar por la escuela de circo me permitió conocer a docentes o maestros que me ayudaron a pulir el cómo quiero contar una historia. No era ya el propósito de contarla, sino ‘mirá que hay miles de formas’. Empecé a buscar la manera en que quería comunicar, me pareció alucinante y muy rico. Lo fui haciendo porque ellos me habilitaron y gracias a que lo observé en otros compañeros de circo. Hay muchos matices. Conocí chicos de Chile que vinieron a la escuela de arte urbana de Rosario, eran unos animales y estaban muy teñidos por la idiosincracia chilena. También brasileños, venezolanos, pibes de acá. Había un aporte muy vasto de la manera de plantear una mirada artística.
Luego de su único gol en Primera División, Lutman se quitó la camiseta y enseñó una remera con la leyenda “Cárcel a Videla y a todos los milicos asesinos”. Tiempo después, arrancaría a militar. Fue en Mendoza cuando, en medio de una marcha de Madres de Plaza de Mayo, comenzó a adentrarse. Tiempo después, se afilió a la organización HIJOS (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio). Acompañó espacios de lucha social por justicia y llegó a agarrarse a golpes de puño con un exrepresor en Rosario. Además, siempre se muestra activo con la intención de continuar recuperando identidades perdidas en la última dictadura.
– Por haber salido del fútbol, muchas veces habrás sentido que te trataron como un bicho raro. ¿Cómo te relacionas en ese ámbito?
– En su momento creí que la militancia era lo llamado militancia orgánica, que pasa por participar de una organización política. Con el tiempo, lo veo distinto. Todos somos militantes de lo que elegimos ser, de un ideal, de cuidar un jardín, cualquier cosa. Conozco gente que se dedica eso, viejos que están dedicados a sus plantas. Tiene que ver con dónde pone uno el amor. Luego hay formatos; el fútbol no solo es el profesional que vemos por televisión. Hay miles de formas, tantas como espacios. La liga cañadense (competencia regional santafecina), por ejemplo. Y así la militancia, existen las que uno sienta. Fui sectario, hoy lo veo desde otro lado.
– ¿Decidiste dejar el fútbol por esta ambición de la justicia social o porque buscabas un lugar ajeno después de tantos años?
– Creí que lo estaba dejando porque no bancaba algunas cosas que pasaban dentro del fútbol profesional. Fue mi primera mirada. Posteriormente entendí que estaba harto del fútbol y que necesitaba cambiar. No tenía que ver con una cuestión moral, sino con volver a encontrar algo que me entusiasme realmente. No abandoné el fútbol porque era mejor persona que los que se quedaron, sentí que hacía 25 años que me dedicaba a lo mismo. Necesitaba girar para un lugar nuevo. Mi primer laburo tras esto fue como albañil, estaba feliz y mis amigos me querían matar. Me miraban como queriendo tirarme un ladrillazo por la cabeza. Era cambiar, descubrir otra cosa. Me llevó al circo, algo que me explotó la cabeza, y empecé a ver las cosas totalmente diferentes.
«Estaba harto del fútbol y necesitaba cambiar. Tenía que ver con encontrar algo que me entusiasme realmente. Girar para otro lado, descubrir otra cosa»
– Es difícil que protagonistas del fútbol se involucren en otros ámbitos.
– Sí. Jugué en Primera hace 17 años, y en esa época no era fácil ver a alguien militar orgánicamente en una organización de derechos humanos. Tampoco siento que fui maltratado. Creo que debe haber sido similar a cuando (Fernando) Pandolfi se retiró de Vélez y se puso a tocar la guitarra, o el Lobo (Carlos) Cordone. Todos aquellos que se alejaron del fútbol y comenzaron a hacer otra cosa… El mismo Juan Vojvoda, quien dirigió interinamente a NOB, hizo una carrera de medicina y éramos nosotros quienes lo mirábamos como un bicho raro. Fueron muy pocos los que siguieron una carrera universitaria, por aquella época se dimensionaba al fútbol como algo mucho más importante que otra cosa. Hoy eso está en discusión: hay jugadores que escriben, tienen otras disciplinas incluso vinculadas al arte para relajar. Luego, lógicamente te encontras con Nacional B, B Metro o torneos Federales y el futbolista, además de jugar, tiene que tener otro laburo. Es una mirada que se empieza a romper, cada vez más gente hace más cosas. Ya la pregunta no es “¿qué vas a hacer en un futuro?”, sino poder elegir y ser cuántas cosas como uno quiera.
– Tiene que ver con qué sucede luego del retiro como futbolista. Para el jugador parece ser siempre complicado encontrar nuevos rumbos. ¿Son necesarios otros aprendizajes?
– Ahí aparece otra discusión, relacionada a que los clubes no forman chicos que se sepan defender por fuera del fútbol. Los traen de sus pueblos o ciudades y los alojan en la pensión, aunque no les dan el servicio de formación para que el día de mañana puedan elegir una carrera. Uno que llega a los últimos momentos de su trayectoria no sabe para dónde disparar. Eso es casi un delito, porque la institución sabe que de 100 jóvenes, van a llegar tres, y que todo el resto va a pasar tiempo mirando un futuro que luego le quitarán. Tiene que haber otras cosas, a los chicos hay que darle una caja de herramientas; lleguen a la élite o no, tienen que tener muchos más recursos de los que disponían cuando llegaron. Los clubes no invierten y ven esto como un gasto. Posteriormente, mandan el telegrama de despido y se desvinculan de qué pasa con ese porvenir. Es casi un crimen. La gran mayoría de chicos que no llegan después de haber dedicado una vida han quedado muy lastimados. También, con una sensación de fracaso, algo que inventaron (Fernando) Niembro y todos sus secuaces.
En su época como jugador, Kurt Lutman confrontó con Eduardo López, quien fuera presidente de Newell’s desde 1994 a 2008. A partir de su espíritu solidario, elegía no cobrar su sueldo si sus compañeros no lo hacían. Decidió cambiar de rumbo, salió hacia otros destinos futbolísticos, aunque su esencia nunca cambió. La relación entre ambos no mejoró, incluso cuando retornó de diferentes sesiones por Huracán de Corrientes o Godoy Cruz de Mendoza y la idea de abandonar el fútbol ya rondaba por su cabeza.
– ¿Cómo fue esa discusión con López, aquella pelea dialéctica por la política del club? ¿Cómo ves al club hoy con la presidencia de Eduardo Bermúdez?
– A Newell’s hoy lo veo como en aquella época con López. Bermúdez es un tipo canchero, soberbio, al que no le interesa si un laburante del club de portería o lavandería tiene inseguridad para llegar a fin de mes. Él genera esa incertidumbre, ha dicho más de una vez que se va a ir resolviendo sobre la marcha y que no puede dar respuestas automáticas. Es la misma distancia que establecía López, relacionada a la frialdad frente a la situación de los trabajadores. Son muy parecidos, me da mucho temer la persona que hoy conduce la institución. Por otro lado, a López lo confrontó un montón de gente. Estuve entre ellos, pero muchas personas debieron irse del club y se plantaron frente a un proyecto de club que excluía. Se cerraban espacios de deporte amateur, de intercambio generacional entre niños, jóvenes, padres y abuelos. Todo se empezó a reducir y Newell’s casi se vació. Entonces, la gente que combatió con el ex presidente fue mucha, no sólo yo. Fui parte de un grupo que le dijo que no y siempre me sentí acompañado.
– En 2009, pudieron desarrollarse las elecciones tras años de imposibilidad y Guillermo Lorente venció a López. ¿Fue allí que se cambió el rumbo?
– Hubo un quiebre. Después, todo puede discutirse y hay distintas miradas. Entraron organizaciones a meter mano. La pensión que se inauguró en 2012 fue otra. Yo viví en la anterior y casi no había para comer. Actualmente, los chicos están contenidos. No es que lo nuevo se generó a partir de Lorente, sino que hubo un auge y participación de los socios que hizo que ayudasen aquellos que iban ingresando. De hecho, Lorente fue quien encabezó una lista, pero hubo gran volumen de militancia. La gente salía de laburar e iba a pintar la cancha ad honorem, hacían rifas con el fin de juntar plata para los pibes. No lo hizo solo el presidente.
– Con respecto al juego, ¿cuál es tu mirada? ¿Sos de analizar a Newell’s?
– Entro en una dualidad. Por momentos lo analizo desde una perspectiva crítica futbolísticamente hablando. Por otro lado, tengo una nueva mirada de que se vuelva a jugar al fútbol, dejar de comprimir tanto en la búsqueda de resultados. Posibilitar que se desarrolle. Estoy en esa batalla interna. Me crié en el club con la meta de llegar a los resultados, era efectividad pura. En una época en inferiores salíamos campeones todos los años. Se nos formó para consagrarnos. Asimismo, la idea de fútbol amateur me ha hecho conocer otra gente. Mi paso por Campaña (equipo de Caracarañá, ciudad de Santa Fe, años después de dejar el fútbol y trabajar como albañil o kioskero) fue una experiencia que nada tuvo que ver con lo que venía haciendo dentro del fútbol. Fui a jugar al campo. Tiene que ver con la valentía de construir un equipo que se respete.
«En Rosario, los clubes de barrio están haciendo un laburo profundo de inclusión. Hay espacios de resistencia, y eso ya es un campeonato»
– ¿Qué encontraste en el fútbol de pueblo? ¿Mayor tranquilidad?
– Resalta otras cosas, lo que no quiere decir que se deje de lado la ambición por querer salir a ganar. Resguarda otros valores. Hoy, el fútbol profesional se convirtió en una máquina picadora de técnicos y jugadores. Hace dos años que tenemos un torneo en Primera División de 30 equipos, y en la primera edición hubo 24 despidos. Terminaron solo seis. Es imposible que el jugador no sienta que, si comete errores, hay un costo altísimo. En ese marco, es muy difícil que se regale un espectáculo.
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– ¿Cómo ves a Rosario hoy? Anteriormente existían mayores espacios para jóvenes, y la ciudad actualmente está un tanto contaminada. ¿Crees que hay posibilidad de que los chicos sigan creciendo con una pelota?
– Los barrios están atestados de droga. La oferta de droga y armas es mucho más accesible que un libro o una pelota. Se está yendo a contracorriente. Los clubes de barrio están haciendo un laburo hermoso y profundo de inclusión. Lo tendría que hacer el Estado y, sin embargo, no lo hace. Ni el municipal, ni el provincial, ni el nacional. Entonces los vecinos, ad honorem, llevan adelante todo, tratando de insertar en cada equipo a la mayor cantidad de pibes para que no estén en la esquina. Al mismo tiempo, hay una contradicción porque los chicos lleguen a Primera, entonces estamos en ese lío. Hay espacios de resistencia, clubes que tienen muy en claro su función, y eso ya es un campeonato.
- AUTOR
- Nicolás Galliari
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