Bundesliga
Mágico St Pauli
Uno suele acercarse a todo aquello por lo que tiene una preferencia, un gusto o un apego. Más tarde uno mismo empieza a descartar todo aquello por lo que no siente nada de eso. La vida es así: te une a lo que disfrutas. Sentirse cercano a un equipo de fútbol cuando es de tu barrio o de tu zona quizás sea algo bastante simple, pero si eso sucede con algo que está a 12 mil kilómetros distancia la cuestión cambia drásticamente, aunque hay experiencias que hacen que ciertas creencias solo aumenten ese amor o ese cariño que para muchos no tiene sentido. Pasen y espero que enamoren tanto como este servidor de la experiencia de un encuentro en Millerntor, un partido en la cancha del St Pauli.
Soy de los que cree que las fronteras son una gran estupidez, el origen del mundo no tenía esas líneas. Con furia era dividido por el agua, sin embargo el ser humano necesita ese orden para que todo no se desordene. Idioteces de la mente. Esos límites nos generan miedos y prejuicios. Vivimos atrapados en esas burbujas y eso muchas veces se traspasa a nuestros hijos. ¿Por qué hablo de los hijos? Porque toda esta narración tiene a un niño de casi dos años girando con sus padres. Sí, un pequeño en una cancha desconocida con un público desconocido.
Fue nuestra segunda vez en Hamburgo o más bien diría que era nuestra segunda vez en el barrio de Sankt Pauli, porque una cosa es la ciudad y otra muy muy distinta es el barrio. Hasta me atrevo a decir que es otro país, ya que nada tiene que ver Alemania con lo que sucede allí. Los que transitan o viven por esa zona tienen otras formas. Lejos queda el frío de su andar o su personalidad y sus formalidades. Un amigo me lo describió así: “¿Viste cuando vas a un recital y mal que mal todos estamos en la misma? Bueno eso es St Pauli. Podemos ser todos diferentes, pero pensamos y sentimos de la misma manera”. No le sacaría una palabra a su afirmación. Así se incrementa eso de que las fronteras no existen y para ratificarlo voy a hablar de Soren, un amigo alemán.
Lo conocimos en nuestra anterior visita y nos habló solo porque estábamos tomando mate, eso, como en Sudamérica, fue el inicio de una charla. Él visito Argentina y allí practicó su español. Una historia que hemos contado en CR. Al saber que íbamos a estar por sus pagos nuevamente, le preguntamos por alojamiento, nunca en forma de mangazo, sino todo lo contrario. ¿Qué hizo él? Nos dijo que nos alojaba en su “apartamento compartido”. Eso es St Pauli. Una persona que viste una vez en tu vida y que mantenes un contacto muy esporádico te ofrece su hogar sin problemas. Al arribar a su casa lo primero que hizo es ponerse a disposición y luego comenzó una charla con mate de por medio que terminó en el Fanladen, el sector/local que pertenece a los hinchas y que se encuentra en la mismísima cancha, con unas cervezas de por medio. Ahí el cansancio nos derrotó y hubo que ir a dormir, sobretodo porque al día siguiente estaba la parte más importante de nuestra estadía: el partido vs Arminia Bielefeld.
Los que tenemos hijos sabemos que ellos son los que controlan los tiempos. ¿A qué hora arrancas el día? ¿A qué hora salís para algún lado? Etc. De esta cuestión derivamos a nuestra llegada tarde a la famosa “previa”, a nuestro favor el encuentro era temprano (13 hs). A pesar de esto desde el primer momento todo el mundo, todos eh no solo los que nos acompañaban, se hicieron cargo del pequeño. Algunos jugando, otros mirando, otros conversando. El “enano” era uno más aunque entendiera poco de lo que pasaba. Cuando encaramos hacía la cancha, se rancha justo enfrente, el ambiente era el de una fiesta: mucha gente, muchas banderas y mucha cerveza. En medio de esto los hinchas visitantes paseaban con los distintivos de su club sin problemas por el medio los fanáticos locales. ¿Cómo explicarlo? Es para otras mil notas.
Éramos un grupo de siete u ocho personas que una vez en el estadio cada cual tomó su rumbo. No todos íbamos al mismo sector. Llegar a nuestro asiento fue sencillo, pero antes hubo que parar a recargar el vaso con birra. He ido a varios estadios, vi de todo, conocí de todo, viví de todo. Poco se compara al ambiente que vimos aquella jornada. Banderas gigantes, insignias por todos lados, gente alentando con su cerveza en la mano, adultos, jóvenes y cuando me quise acordar sonó Hells Bells de AC DC y se fue todo al carajo. El ambiente cambió, mutó en algo más áspero, más combativo. Admito que me perdí el pitazo inicial porque estaba mirando todo menos el terreno de juego. Todo me llamaba la atención y me sentí un nene. ¿Mi hijo? Igual que su padre. Todo lo asombraba, todo lo estimulaba. La tribuna tenía un imán. Te hipnotizaba.
Las labores de padres hicieron que haya que inventar formas de distraer al purrete. Recuerden que tiene dos años. No hay manera de que solo mirara el partido. Terminó pegando stickers en los asientos. No era vandalismo era todo lo que estaba bien, porque está lleno de ellos por todos lados. Él también se sintió parte a su forma. Pasó el primer tiempo entre charlas, comentarios y yendo a buscar otra pinta. Cuando comenzó la segunda parte, el enano ya estaba dormido. Hay ciertos idiomas que se entienden sin decir una palabra. Todos los que pasaban y lo veían se asombraban de verlo dormido a pesar del bullicio. Un hombre a lo lejos me hizo señas, se rió, me dio su aval, por así decirlo, y me dijo que tenía tres hijos. Estábamos lejos pero cerca en el sentimiento.
A pesar de los dos goles del St Pauli, el niño jamás se despertó. Grite menos solo porque no lo quería despertar, aunque siento sinceros fue una gran estupidez mi idea, porque gritos había y cada más, sobre todo cuando descontó la visita. Esto derivó en un aliento constante de los cuatro costados. Solo atiné a cantar lo que me salió en un alemán improvisadisimo y terminó por ser el hit por un momento. Ganó el marrón y blanco. Podíamos regresar a casa sin problemas y volver sin que nos tildaran de mufas. Sin saberlo comenzó nuestro segundo tiempo, primero en el Fanlanden, donde nos fundimos en un abrazo con Soren, segundo en Domschänke, un bar bien al estilo del barrio, y por último en, de pie, Jolly Roger, un lugar mágico que es difícil de explicar y fácil de disfrutar. Sí todos eran bares, pero no piensen mal de estos padres, porque siempre nos quedamos afuera, allá se puede fumar dentro de los establecimientos, y ahí es donde nos encontramos que el partido seguía aunque a la manera de los hinchas. Todo seguía igual, seguíamos en la misma sintonía. Sin quererlo el día nos pasó por arriba y hubo que darle un punto final, más que nada porque había que respetar el pequeño y su cansancio. Me fui feliz, me fui pensando en las fronteras, me fui pensando en que mi hijo no las tenga y me fui muy enamorado del mágico St Pauli.
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- AUTOR
- Facundo Mirata
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