Argentina
México 1986, el Mundial de un Maradona legendario
“Tengo unas ganas de hacerle un gol de esos a los ingleses…”. Según Roberto Mariani, uno de los ayudantes de Carlos Bilardo, esa fue una de las principales frases dichas por Diego Armando Maradona la mañana del 22 de junio de 1986. Su palabra la recoge el fenomenal libro El Partido, de Andrés Burgo. Horas antes a uno de los partidos más trascendentales de la historia del seleccionado argentino, el ‘10’ transmitía un sueño que luego se haría realidad. Se refería a una jugada en la que dejaba a varios rivales en el camino y definía al segundo palo. Más allá de diversos matices en la jugada, Diego llevó a la realidad aquello que aparecía en su imaginación. Y su gol fue el mejor de los mundiales.
Condujo con tal habilidad que se deshizo de seis marcadores y eludió a Peter Shilton, el arquero que, minutos antes, había quedado estupefacto ante su salto y la apertura del marcador con la mano izquierda. En cuestión de minutos, la figura argentina había convertido dos goles icónicos que daban una ventaja sustancial. Inglaterra logró descontar y, si no fuera por la milagrosa salvada de Julio Olarticoechea, habría llegado a la igualdad. Pero el Vasco despejó la pelota sobre la línea y agigantó la leyenda del triunfo.
Con Maradona en estado de gracia, Argentina dio el paso más grande hacia el título. Fue uno de sus mejores partidos con la camiseta albiceleste, aunque su rendimiento frente a Bélgica en el partido siguiente discute el primer sitio del podio. Si ya en fase de grupos su juego estuvo a tono con su jerarquía, desde octavos de final en adelante fue la razón principal del título. La Selección dirigida por Bilardo fue de menor a mayor en la competencia, y tuvo en su as de espadas una de las prestaciones más soberbias de todos los tiempos. El hombre insignia se transformó en el faro de un país que gritó campeón por segunda vez, y fue condecorado como el mejor jugador de la Copa del Mundo de México 1986.
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El juego agresivo de Corea del Sur no había podido frenarlo en la presentación. Argentina comenzaba un certamen al que había clasificado in extremis en el Monumental, con aquel gol agónico de Ricardo Gareca ante Perú. Lo hacía con un triunfo y recibía a posteriori a la Italia campeona del mundo cuatro años antes. Un toque de magia engañó a Giuseppe Galli, el portero que lo había sufrido tiempo atrás defendiendo el arco del Milan frente al Napoli. Maradona dibujó un toque sútil con su zurda que alejó la pelota de Galli, mientras éste sólo atinó a mirar la parábola del balón que iba directo y en total armonía al segundo palo. La igualdad ante los transalpinos y la victoria ante Bulgaria terminó por depositar a la albiceleste en las rondas de eliminación directa. Contrariamente a lo que se pensaba en un principio, la Selección comenzaba a construir un camino de candidato.
Argentina abandonó el aeropuerto rumbo a México en soledad. Pocas personas despidieron a un conjunto vilipendiado por la sociedad, que no causaba expectativa alguna para la Copa a realizarse en tierras mexicanas. De hecho, fue uno de los combinados que más temprano arribó al Distrito Federal, dado que el entrenador y su cuerpo técnico deseaban alejarse cuanto antes de un clima poco auspicioso para sus dirigidos. Los malos resultados, la clasificación en los últimos minutos y un pobre rendimiento general agudizaban las críticas. El equipo apareció en la fase de grupos y evolucionó conforme al paso de los partidos. Siempre fue a más.
Hospedado en un lugar de comodidades básicas, como expresa Víctor Hugo Morales en la serie/documental “La Historia detrás de la Copa”, el equipo comenzó a hacerse. Vivieron durante el mes de desarrollo de la Copa en la concentración del América, en cuyas canchas se desarrolló aquella histórica producción de fotos de El Gráfico con Diego y Daniel Passarella vestidos con ropa del seleccionado y sombreros mexicanos. El capitán del conjunto que se consagró en 1978 no pudo jugar un minuto en México, a causa de una intoxicación previa al debut en una comida de bienvenida. Tiempo antes de que la pelota comenzara a rodar, la nación norteamaricana había sufrido un terremoto que puso en duda la realización del torneo, hecho que llevó a la delegación argentina a llevar su propia mercadería en cantidad para evitar consumir agua y comida que pudiesen estar contaminadas.
El gol de Pedro Pablo Pasculli hizo que la Argentina se imponga en octavos de final en el clásico del Río de La Plata, ante Uruguay. Un día antes del juego ante los ingleses, entraron en escena las históricas camisetas azules que Argentina utilizó para el encuentro de cuartos de final. A causa del enfado de Bilardo por la tecnología de transpiración de las casacas azules usadas ante Enzo Francescoli & Cía, los utileros debieron buscar por el Distrito Federal indumentaria azul de la marca que vestía al seleccionado. La consiguieron y fueron las empleadas de la concentración quienes bordaron un escudo de AFA sin los laureles clásicos. Con esa camiseta, Diego se erigió en leyenda, mediante “La Mano de Dios” y una obra antológica.
De cualquier modo, el encuentro ante Bélgica fue el epicentro del talento maradoniano, su súmmum. Volvió a convertir un doblete, esta vez con una sutileza desde su botín izquierdo que hizo estéril la salida de Jean Marie Pfaff y un golazo que recordó al que había anotado días antes. Tomó la pelota en tres cuartos de cancha, gambeteó a tres futbolistas belgas y definió con calidad. Aquel equipo europeo, dirigido por Guy Thys, se había internado entre los 16 como uno de los mejores terceros, sin grandes resultados; pero a partir de octavos se convirtió en una gran amenaza. Apoyado por el liderazgo de su arquero y el talento de jugadores como Enzo Scifo o Jan Ceulemans, puso en aprietos a Argentina después de un gran inicio, aunque poco efectivo, del equipo sudamericano. No obstante, el desequilibrio del ‘10’ y su inspiración resultaron ser un adversario ante el que no existió antídoto.
La asistencia a Jorge Burruchaga en los instantes de cierre del partido decisivo fue la manera de cerrar su obra maestra. No precisó jugar una gran final frente a Alemania para ser absolutamente decisivo. Maradona fue el hombre más importante en un equipo que tuvo además muy buenos valores. De hecho, la simbiosis que alcanzó con Burru significó un punto de partida desde el que la Selección se sostuvo. Incluso, cuando uno de ellos no aparecía en escena, el otro decía presente y se llevaba todos los flashes.
Por aquella época, la discusión menottistas vs bilardistas llevaba poco tiempo de vida y daba el puntapié inicial para una batalla dialéctica que aún hoy continúa. Pero el de Bilardo fue un colectivo flexible, con diversas variantes tácticas y sociedades que se profundizaron durante el Mundial. Se alejó desde el primer partido de etiquetas que nada tenían que ver con el juego que demostraría. Su equipo sacaba la pelota jugada desde atrás, contaba con mediocampistas de mucha técnica y una movilidad en ofensiva que siempre quitaba referencias a los marcadores. Se sostenía en la firmeza de Oscar Ruggeri, la polivalencia de José Luis Cuciuffo, la finura de Sergio Batista. Jorge Valdano, Burruchaga y Maradona podían aparecer por todo el frente de ataque.
Roberto Saporiti, quien fuera ayudante de César Luis Menotti durante el campeonato del ‘78, expresó que las antinomias entre ambos entrenadores fueron llevadas a un lugar ajeno al juego y explicó su visión en entrevista con Cultura Redonda: “Se dice que trababajan cinco horas de pelota parada, y casi quedamos fuera porque nos hicieron goles de esa manera. Argentina brilló con pelota en movimiento, a través de los jugadores que tenía, como (Ricardo) Giusti, el Negro (Héctor) Enrique, Burruchaga, Valdano y, por supuesto, Maradona. Respeto otras opiniones, pero no las comparto”.
“Mis compañeros sabían que me la podían dar a mí, y sabían que era la primera opción, estuviera donde estuviera y frente a quien sea”, asevera Diego en el libro ‘México ‘86, mi Mundial, mi verdad’. Otras palabras, extraídas del documental “Un campeón imposible”, atestiguan la evolución del equipo y la figura del crack. “Muchos dicen que el equipo argentino era solo Diego Maradona, que era un equipo de un solo jugador. Un disparate. En ese equipo había muy buenos jugadores”, sentenciaba el inglés Gary Lineker. Valdano expresó que “éramos diez jugadores que formábamos parte de un esquema muy estricto, y había un genio que nos elevaba”. Diego cierra: “Yo juego para el equipo y el equipo juega para mí. No puedo dejar de hacerlo si veo que todos corren, todos se sacrifican y luchan para ganar el partido”.
Diego Armando se encumbró y modificó todas las perspectivas que auguraban un pronto retorno. Dentro de una Copa del Mundo plagada de grandes cracks como Michel Platini, Karl Heinz Rummenige, Zico, Sócrates o Michael Laudrup, se hizo omnipresente y apareció en todo su esplendor.
- AUTOR
- Nicolás Galliari
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