Historias
Mi único héroe en este lío
Las melodías de “Patricio Rey y sus redonditos de Ricota” vuelven a entremezclarse con los compases que dibuja el balón cuando deambula por el verde campo de juego. Miguel Ángel Perrichón, nombre propio un tanto ajeno por su poca resonancia en estas latitudes, llegó a calzarse el traje de superhéroe para guiar a su equipo hacia su primera gesta deportiva.
Oeiras, Lisboa, 22 de mayo de 1966. El “Estádio do Jamor” se convierte en el escenario propicio para una contienda futbolera. Una de esas que será definitoria, que hará que once jugadores se paseen por las calles de la ciudad en andas de sus seguidores y que una misma cantidad, pero del otro lado, se sumerja en la desazón de la derrota. Unos quedarán para el relato como «los buenos», otros, simplemente, por la desgracia, serán «los villanos».
El SC Braga y el Vitória de Setúbal pujan por proclamarse como campeones de la Copa de Portugal, torneo creado en la década del ’20 cuando todavía no existía la liga en ese país, y que era consecuente de la “Taca do Império”, competencia desarrollada entre 1912 y 1918, cuyas tres ediciones desarrolladas poseen un solo ganador: Benfica.
Allí estaba el Braga, protagonista principal de esta cronología que tiene tintes de historieta, pero es más que verosímil. Un pequeño elenco con fecha de natalicio el 19 de enero de 1921, de vasta trayectoria por el ascenso, que apenas dos años antes de la fecha ya mencionada conseguía su tan ansiado boleto a la primera división. Allí, durante ese tiempo espacio depositaba en su juego saborear por primera vez las mieles del éxito.
Dentro de toda la marejada compuesta por personajes principales (players y cuerpo técnico) y secundarios (reporteros e hinchas), había uno que resaltaba, o que iba a hacerlo, producto del gran protagonismo que adquirió durante los noventa minutos: Miguel Ángel Perrichon, o mejor conocido como el “herói do ‘66” según la fanaticada de “Os Arcebispos”, mote adquirido por el apodo que la ciudad homónima al club posee. Él se catapultaría como actor estelar en esta escena.
Perrichón, nacido en Córdoba, Argentina, el 20 de marzo de 1941, tenía un sueño: convertirse en futbolista. De inferiores en el club Talleres de esa ciudad, pasó sin mucho revuelo por el fútbol de su país –incursionó también en Olimpo de Bahía Blanca y Sporting Punta Alta- y tampoco destelló mucho en el Boavista Futebol Clube, antes de recaer en el elenco en donde conseguiría el papel principal de su obra-carrera.
A los 25 años, el centrodelantero se despojaría de sus ropas como jugador profesional para calzarse la capa que lo rotularía con el mote de ídolo, o simplemente héroe, siguiendo con la trama «hollywoodense». Con su tanto, el Braga gritaría campeón por primera vez en su historia, codeándose con los grandes de su nación, y gestionando así su primera incursión en competiciones europeas y el acceso a la consiguiente “Taca das Tacas”.
Pero, como todo, el pedestal de la fama es un tanto efímero. Un año más duró la estadía de nuestro homenajedo en el cuadro portugués antes de mudarse a México. Deportivo Oro, Irapuato (allí, le ganó 4-0 un amistoso al Brasil campeón mundial del ’70), Necaxa le abrieron sus puertas, una temporada cada uno, para que demuestre sus verdaderos dotes, algo que, lamentablemente, no pudo conseguir. Luego, Boavista, primero, los Toronto Blizzards de Estados Unidos y la União de Coimbra lo cobijaron entre sus filas, sin mayores actuaciones rimbombantes.
Pero hubo algo más. Perrichón no podría dejar las canchas sin regresar a su tan ansiado hogar. Aquel lugar en donde supo ser feliz y en donde todavía era un súperhombre para sus fieles. A diferencia de los rezos del “Indio”, esta vez, ocurrió algo más que sólo un buen gesto. Al menos, un mimo por demás que posibilitó a sus fanáticos volver a ver a su ídolo dentro del campo de juego durante los años 1973 y 1974.
En 1975 se apagaría la luz de un alma futbolera, una de esas que permanecen para siempre en la memoria de los hinchas. Cleveland Cobras, elenco ya extinto, fue el lugar en donde dio sus últimas zancadas en el campo de once, mientras que tuvo una breve incursión en el mundo del futsal en Los Ángeles Aztecs, un cuadro del que supieron ser parte George Best y Johan Cruyff.
Hoy, Perrichón es un mito. Una porción de la rica historia del equipo portugués. Un talento cordobés, que con sus armas en el cuarteto sacó a bailar a defensores rivales y con su fernet embriagó de pasión y algarabía a sus hinchas. Un futbolista destinado a la gloria. Perrichón, el único héroe del lío Braga.
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- AUTOR
- Julián Barral
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