América
Moreno de piel celeste y blanca
El comienzo de esta crónica nos sitúa en Angola. Región ubicada al sur del continente africano, lindante con Namibia y la República Democrática del Congo, cuya porción de tierra posee la significación de una fuerte lucha, ante el sometimiento de los países desarrollados del Viejo Continente, colonia en gran parte de su larga historia y con deseos de revolución constante. Entrados en el Siglo XX, los angoleños atravesaban una de sus peores y más cruentas guerras por lograr la independencia de los dominios portugueses y lograr la tan anhelada autonomía socio-política.
El apabullar del pueblo de Mbunda y el secuestro del rey Mwene Mbandu Kapova I, desplegaban ríos de sangres por el suelo del calor y, los que podían, en una especie de suerte de “sálvese quien pueda”, buscaban una mejor calidad de vida en otro continente, en otros estados, en otras ciudades.
Todo este encuadre de conflictos armados y desesperaciones para encontrar el lado bueno de una moneda que no paraba de girar, llevaron a que una pareja –como tantas- decidiera nadar en pos de situarse en el barco, con destino a vaya saber quién a donde, pero con arribo que, seguramente, representara una tranquilidad inteligible, dejando atrás el pasado oscuro y sangriento de colonización. El matrimonio, en fin, logró subirse al barco del oportunismo, escapar al infierno que los perseguía y caer –de forma premeditada o no- en Argentina, más precisamente en la provincia de Entre Ríos, luego de la travesía por el océano atlántico.
Así comienza nuestra historia. Un 17 de mayo de 1902, en la ciudad de Paraná, nace Alejandro De los Santos, de padres inmigrantes, encadenados al suelo gobernado por Bartolomé Mitre y con toda una cronología ligada al balompié que recién estaba en pañales. Los inicios de este joven no fueron del mayor agrado. Ante la prematura muerte de sus procreadores, debió probar suerte en Buenos Aires, asentándose en Boedo, donde empezó a despuntar el vicio del fútbol en el club Oriente del Sud.
Su misión era clara. Bombardear los arcos rivales, era la meta de este joven de raíces africanas, con el afán de intentar triunfar en el mundo del fóbal. Su espera hasta llegar a las grandes ligas no demoró mucho, por su carácter de goleador y de gran productividad para sacarse rivales de encima, ya que en 1921 San Lorenzo fichó al joven talento, otorgándole la oportunidad de escalar hasta la cima de una actividad pre-profesional, pero con el amateurismo a flor de piel. El 22 de mayo de aquel año debutó en el elenco azulgrana, con una victoria ante Banfield, por 2-0. Parecía ser el comienzo de una historia de amor ligada a los Cuervos, aunque pasó más pálidas que buenas, ya que apenas consumó un corto puñado de ocho cotejos, y optó por trasladarse de la Ciudad Autónoma al conurbano sur de la provincia de Buenos Aires.
Dock Sud, barrio y club, lo esperaba con los brazos abiertos para saciar su sed de ascender en el escalafón categórico y llegar a la élite. Allí, destacó a fuerza de conquistas y logró una admiración propicia de un ídolo de la casa, tal como cuenta Esteban Bekerman, en una entrevista que otorgó con TyC Sports: “El equipo logró ese año el ascenso a Primera con tres goles de él. Venció en la final a un Liniers que no es el mismo Liniers que el actual, aunque no conquistó, como se piensa, también el título de campeón de Intermedia (segunda categoría) de 1921 de la Asociación Argentina, que se lo llevó luego el club Alvear venciendo en una final a la reserva de Huracán».
Su condición de artillero lo catapultó a su primera citación a la Selección, en 1922. El combinado local cayó ante Uruguay en Montevideo, por la Copa de Honor Uruguayo que estaba en juego, en lo que significó su bautismo con la albiceleste, convirtiéndose en el primer jugador afroargentino en vestir los colores de la Mayor. Su campaña con el Docke acarreó la posibilidad de una asiduidad cada vez más notoria en las diversas citaciones, como en la revancha ante los de la Banda Oriental, o en los enfrentamientos ante Paraguay, en el marco de la Copa Chevallier Boutell.
El mote de estrella, en el mundo de los partidos de los sábados, lo llevó a cambiar de escuadra, pero no de localidad. Avellaneda continuaría en su rol de anfitrión, albergando el talento innato del Negro, esta vez en El Porvenir, de corazón dividido entre Lanús y Gerli, que lo esperaba para concretar el sueño de campeón, en 1925. En el Porve le costó poco meterse de lleno en los rincones más profundos de la hinchada. Junto a Manuel Seoane en la vanguardia, rompieron cuantas redes haya por delante, conquistando un tercer puesto en la máxima categoría –mejor ubicación histórica del aurinegro– y con esta dupla como la designada para representar a Argentina en el Campeonato Sudamericano de aquel año.
Con la Chancha arriba, eran los encargados de atrapar la victoria para la albiceleste que ofició de local, en la novena edición del torneo, hoy llamado Copa América. Apenas tres selecciones participaron del mismo, con el dueño de casa, Brasil y Paraguay, debido a que Chile no estaba presente por flojas participaciones anteriores y Uruguay se mantuvo al margen por sus conflictos políticos internos.
Una especie de fase de grupos, con todos contra todos como modalidad y partidos ida y vuelta, determinando un total de seis cotejos, divididos entre los estadios de Ministro Brin y Senguel y el de Sportivo Barracas, exponía la metodología del torneo. Pese a no anotar ningún gol, fue clave para la obtención del galardón, con un Seoane como mejor jugador y goleador. De los Santos fue parte de la onceava titular en la última disputa ante la verdeamarelha, siendo el único futbolista de raza negra en toda la competición, ya que el scratch poseía en sus filas hombres blancos o mulatos.
Gerli será siempre el pueblo de su amor. Con la institución de génesis en el barrio avellanedense, marcó 80 tantos en 139 enfrentamientos, convirtiéndose en el segundo máximo anotador de la historia. Quedará en el anecdotario, según cuentan los historiadores, el relato de Carlos Gardel, aquel mítico tanguero de alma dividida en dos naciones que, aparentemente, no logró esconder su furia con De los Santos, mientras miraba a Racing Club caer por uno a cero. “¿Quién es el Negro éste? ¿Nadie lo puede parar…?”.
El momento de mayor conflictividad de su carrera ocurrió en 1930. La primera Copa del Mundo estaba lista para dar rienda suelta a la pasión, y Argentina estaba en el bombo de quienes querían apoderarse del máximo certamen de fútbol. A priori, parecía claro que, como en el ‘25, Alejandro sería parte de la nómina que cruce el Río de La Plata para lograr la proeza. Sin embargo, contra todo pronóstico, quedó afuera y las distintas versiones sobre destratos empezaron a surgir.
«De los Santos sufrió muchos actos de discriminación, pero en los clubes fue aceptado porque era un jugadorazo. Lo de su ausencia por motivos raciales en el ‘30 me lo contó su familia, pero no hay un hecho que lo certifique, sobre todo por la buena delantera que tenía Argentina. Igual creo que es algo que puede tener veracidad, porque también el país estaba en un momento político en el que era fácil criticar a alguien por su color de piel”, sostuvo Guido Guichenduc, historiador de El Porvenir. Del otro lado, Aníbal López Guerra, conocedor de la trayectoria del club amarillo y negro, argumentó: “Lo de la discriminación es una leyenda urbana que circuló durante mucho tiempo, pero no encontré evidencias en los diarios de la época”.
En 1931 volvió a la capital para pasar a las filas de Huracán, rival de toda la vida del elenco que le dio la chance de pertenecer a este redondo planeta. En el Globo brindó sus últimos destellos ligados a la pelota, hasta 1934, con 88 cotejos en su haber y 25 conquistas. Allí persistió luego de su retiro como profesional, ocupando diversos cargos en la entidad de Parque Patricios, entre ellos el de director técnico, comandando los destinos de un joven Alfredo Di Stéfano, quien apenas asomaba con sus dotes de crack y empezaba a darle forma al apodo de Saeta Rubia.
El 16 de febrero de 1982 se apagó su luz, pero su vivencia quedará marcada a fuego en el Docke y el Porve, como así también en el universo del revisionismo constante, por convertirse en la oveja negra cubierta de un manto celeste y blanco, ocupando su lugar como histórico y en el tintero de la curiosidad por su leyenda no tan contada.
- AUTOR
- Julián Barral
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