América
No se burlen de Honduras
Cualquier similitud con la realidad actual es mera coincidencia. Corría el año 2001 y Colombia se preparaba para albergar una nueva Copa América, también envuelta en un conflicto social que cada día ponía más en peligro su realización. El presidente Andrés Pastrana se encontraba atado de pies y manos ya que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia arremetían contra la organización con tal de desestabilizar su gobierno. Distintos atentados se sucedían en diferentes zonas estratégicas en donde se disputaría el certamen y Conmebol comenzaba a preocuparse, pues no vería con buenos ojos perder un negocio millonario como lo es este torneo continental. El siempre cuestionado Nicolás Leoz, presidente de Conmebol en aquel momento, se comunicó con Pastrana y llegaron a un acuerdo: “Se juega”. Ante esa noticia, Julio Humberto Grondona avisó a Marcelo Bielsa y sus dirigidos que la selección nacional no participaría, alegando motivos de “seguridad”. Quedaban poco más de tres días para el inicio de la Copa, y Conmebol tiró el manotazo de ahogado final para salvar sus intereses. La noche anterior a la inauguración, informaron: “Honduras se sumará como reemplazo de Argentina”. 20 años después, aunque con otro tipo de conflicto social, la historia cambia y Colombia se queda sin organización. En definitiva, ¿quién puede quitarles lo bailado a los hondureños?
El entrenador Ramón Maradiaga hizo malabares y pudo juntar lo mejorcito que tenía, le suspendió las vacaciones a todo el plantel y en un vuelo chárter dispuesto por la Fuerza Aérea Colombiana arribó a aquel país la noche anterior al primer partido. Todo muy Conmebol. Así, sin preparación, Honduras se encolumnó con la sencillez que siempre lo caracterizó, no tenían nada que perder, pero sí un amor propio que sacar a relucir, ya sea con Costa Rica, Uruguay o Bolivia (sus rivales de grupo), como con cualquiera que se les pusiera en frente. Eran unos desfachatados que venían de prepo a ocupar una plaza sin siquiera haber hecho mérito alguno por adjudicársela. No obstante, no era su culpa, nadie de Honduras presionó para estar allí, de hecho todo lo contrario, a nadie se le ocurriría abandonar las playas caribeñas paradisíacas para viajar en un avión militar vaya a saber uno a qué ciudad y bajo qué control de seguridad. Pero allí estaban, concentrados, dispuestos a quedar en la historia. Maradiaga entendió el contexto mejor que ninguno y llamó a sus 22 más fieles. ¿Por qué remarcar esto? Básicamente, porque en un futuro cercano el destino los pondría en frente de la mejor selección del mundo: la brasileña, que no contaba con ninguna de sus figuras en el plantel.
Entre los héroes catrachos, estaba el gran Noel Valladares, arquero emblema que luego sería el único en participar en la Copa América 2001 y los mundiales de Sudáfrica 2010 y Brasil 2014 (en 2010, FIFA eligió una atajada suya a Waldo Ponce como la mejor de la Copa del Mundo); el inolvidable capitán Amado Guevara, gran figura en esa Copa y también citado en la nómina del 2010, en aquel momento desfilando por el Zacatepec de México; Samuel Caballero, lateral del Udinese, y el delantero David Suazo, quien también tendría el premio del Mundial 2010 nueve años más tarde y jugaba en el Cagliari (aunque tuvo la particularidad de ser el futbolista citado que menos minutos jugó, con tan solo 14′, por la lesión que sufrió en el debut ante Costa Rica). El resto del plantel lo conformaban futbolistas del medio local, que a pesar de denotar un nivel más bajo que el resto de sus compañeros y obviamente que de sus competidores, estuvieron a la altura de lo que se vendría. Por ejemplo, uno de los que más minutos tuvo en aquella copa fue el defensor Ninrod Medina, titular en cinco de los seis partidos; o bien Danilo Turcios, mediocampista que militaba en Pumas de la UNAH, que también era un estandarte al lado de Guevara.
El 13 de julio, alrededor de las 19.00 horas, el micro con la delegación hondureña arribó al Atanasio Girardot de Medellín escoltado por las fuerzas de seguridad súper reforzadas para garantizar estabilidad. La selección jugaría su primer partido ante Costa Rica. Los expertos en datos y estadísticas deberán revisar si hubo o hay algún antecedente similar, en el que dos selecciones de una confederación se enfrentaran entre sí en el certamen de otra. Si bien es común que países de otros continentes como Japón, Catar o Jamaica sean invitados a participar de la Copa América, no es común ver a dos selecciones medirse en una competencia que no es la suya.
En esta polémica edición, tres selecciones de CONCACAF dijeron presente, ya que a estos dos países se sumó México, habitual contendiente del certamen. Lo cierto es que aquella noche, abrumados quizás por la vertiginosidad de la historia y por tratarse nada menos que del clásico centroamericano, los hondureños cayeron por 1-0 ante los ticos. Gracias a la inobjetable calidad de Guevara, Honduras tuvo chances de ponerse por encima en el marcador, aunque tuvo falta de puntería desde la cabeza de Saúl Martínez en el primer tiempo. En el complemento, luego de un centro que cayó desde el costado derecho, Paulo Wanchope ganó en las alturas entre medio de los centrales y, con un cabezazo certero al medio del arco, venció la resistencia de Valladares, quien poco pudo hacer. Sin embargo, Maradiaga y compañía aún no habían demostrado nada de todo lo que tenían, las cartas se conservaban debajo de la manga y la magia estaba por suceder. Este recién era el comienzo, el primer capítulo que suele aburrir y crear pocas expectativas.
Para el segundo capítulo, Honduras se jugaba la última chance de pasar a cuartos de final, y enfrentaba al rival más flojo del grupo, Bolivia. Aquella noche, a Amado Guevara lo tocaría la varita mágica y se convertiría en el actor de reparto más elogiado. Dos goles suyos le dieron el triunfo a Honduras sobre la selección del altiplano. El primero de ellos, a los ocho minutos de la segunda parte, llegó gracias a un derechazo desde afuera del área que venció al arquero Carlos Arias y se incrustó en la red bien al lado del palo derecho. Ese gol le daría cierta tranquilidad a la “bicolor”, que 15 minutos más tarde ampliaría la ventaja con otro tanto del capitán tras un doble error de Arias, quien primero le dejó la pelota servida en el pie a su rival y después, en su desesperada reposición para salvar el remate, se trastabilló y terminó revolcándose de manera poco ortodoxa para evitar el desastre, que claramente sucedió. Ya con Bolivia sin ideas claras, la H aguantó el resultado hasta el final y terminó llevándose la victoria por 2-0, poniendo toda su atención y la del pueblo hondureño en el último partido de fase de grupos ante Uruguay. Este sería el partido, a priori, más importante de la copa para los dirigidos por Maradiaga, que llegaban con un Guevara enchufado, un Saúl Martínez expectante por marcar un gol y una defensa férrea con el joven Valladares detrás, comandándola.
El tercer capítulo tuvo como protagonistas a la H y a la Celeste. El conjunto comandado por el inolvidable Víctor Púa estaba conformado en su gran mayoría por futbolistas del medio local, tan solo dos de los 22 jugaban en el exterior; ellos eran Javier Chevantón (en Lecce) y Carlos Morales (en Toluca). Además de ellos, Uruguay contaba con el arquero Gustavo Munúa, Sebastián Eguren, Diego Pérez, Fabián Lolo Estoyanoff, y Richard Chengue Morales como figuras destacadas. Nuevamente el Atanasio Girardot fue el estadio designado para este tercer partido por fase de grupos. Para esta última jornada, Uruguay y Costa Rica llegaban punteras con cuatro puntos, y Honduras si quería acceder a la próxima instancia debía ganar sí o sí, ya que los ticos se habían enfrentado unas horas antes a Bolivia y habían conseguido un triunfo por 4-0 inapelable, asegurándose el primer puesto del Grupo C con siete puntos. El empate quizás le alcanzaba a Honduras para quedar como mejor tercero, aunque sinceramente, ningún catracho estaba dispuesto a hacer cuentas a esa altura del certamen.
Las más de 20 mil almas que fueron a presenciar una victoria uruguaya sin mayores inconvenientes, se toparon con una sorpresa no grata: Guevara convirtió el único gol del partido al minuto 86, con la garra charrúa más a flor de piel que nunca, puesto que jugaban con nueve por las expulsiones del capitán Joe Bizera y el inoxidable Eguren. El gol fue una verdadera obra de arte: comandó el ataque Guevara, quien se asoció con Martínez mediante un pase con cara externa tres dedos; Guevara continuó su carrera hacia adelante en forma vertical buscando el espacio de cara al arco y Martínez, muy astuto, la controló y de zurda habilitó al capitán que encaraba hacia el arco como un animal feroz. Cuando se topó mano a mano con Adrián Berbia, colocó la pelota a un costado con un derechazo incómodo, pero que terminó por darle el triunfo a Honduras y su pasaje a cuartos de final de la Copa.
Ya de por sí el hecho era histórico, pero haberlo hecho con un gol como ese le otorgó un respeto mayor al que ya venían construyendo los catrachos a lo largo del certamen continental. En cuartos se vendría Brasil. Sí, nada menos que el último bicampeón de América (en 1997 con Mario Zagallo y en 1999 con Vanderlei Luxemburgo como entrenadores). Es cierto que para el 2001, el nuevo técnico Luiz Felipe Scolari eligió llevar un plantel con mayoría de futbolistas de segundo orden, aunque cualquiera de estos sin lugar a dudas contaba con mayor jerarquía que cualquier jugador hondureño, como por ejemplo el exquisito Juninho Pernambucano, Denilson, Belleti, Juan, entre otros.
¿Cuál habrá sido la verdadera sensación del pueblo hondureño ante este cotejo de tal magnitud? Cuando uno piensa en todo lo que el fútbol engloba, muchas veces no advierte que lo que para unos es un partido más, para otros quizás es la chance de quedar en la historia. Esto suele suceder cuando equipos de gran categoría se enfrentan a otros de menor clase. Para los primeros, el hecho de perder puede acarrear más de un dolor de cabeza, mientras que para los segundos ganar significaría la gloria eterna. En estos cuartos de final la cosa fue más o menos así. Felipao Scolari había tomado el control del Scratch semanas antes del inicio de la Copa, y desde el vamos fue muy criticado por la prensa amarillista brasileña y, por decantación, por una buena parte de la sociedad. No podían entender cómo después de haber obtenido las últimas dos Copas América con planteles plagados de superestrellas, el gaúcho citara a un plantel tan pobre. El destino luego le jugaría una a favor, al ganar el quinto Mundial en Corea-Japón el año siguiente, pero lo de aquella noche del 23 de julio de 2001, en el Estadio Palogrande de Manizales, fue un dolor de cabeza. Enfrentaron a una selección hambrienta de gloria, encolumnados con el pueblo catracho detrás, una fuerza que terminó siendo insostenible para Brasil.
El encuentro fue de todo menos apasionante. Analizándolo hoy, si pusiera a una persona que pasó toda su vida encerrada en una habitación mirando cualquier otra cosa que no sea fútbol a ver el partido, éste hubiese jurado que Honduras era el poderoso y Brasil un equipo que jugaba a pasar el rato. Los hondureños jugaron con alegría y tranquilidad. También con respeto, pero un respeto que con el correr de los minutos se disipaba ante la no respuesta de los de amarillo. En el segundo tiempo, a los 12 minutos Julio de Léon ingresó con la pelota al área, enganchó para su pierna hábil, la zurda, y dejó sentado nada menos que a Emerson; tiró el centro y el número 18 de Honduras, el goleador y emblema Saúl Martínez, anticipó al arquero Marcos y cabeceó la pelota que se estampó en el palo derecho. Belleti, desesperado, quiso rechazarla y lo único que logró fue anotar un gol en contra. 1-0 y las 25 mil personas que se acercaron a Palogrande quedaron perplejas.
La hazaña se podía dar. Brasil fue en busca del empate, ahora sí con más ahínco, buscando el gol que le permita pensar en dar vuelta el resultado. Habían ingresado los dos Juninhos del equipo al inicio del segundo tiempo: Pernambucano y Paulista, y minutos después del gol Scolari agotó las modificaciones al hacer ingresar a Jardel. Imaginen lo que fue el primer tiempo de Brasil para que un técnico gaste dos sustituciones en el entretiempo teniendo solamente tres a disposición. Lo cierto es que Honduras aguantó y, sobre el final, la Canarinha atacó desesperada y regaló espacios atrás. En una contra ya en el minuto 95, Limberth Pérez condujo por derecha, asistió al gran héroe de la noche Saúl Martínez y éste, ante la alocada salida de Marcos, definió de derecha al segundo palo para ponerle punto final a una jornada tan soñada como épica.
En algún punto esto se transformó en algo inconmensurable. Qué hacía allí, en semis, una selección que había llegado para cubrir el lugar de otra, muy pocos lo sabían. Pero había un punto clave que Maradiaga aclaró desde temprano y era que no iban a pasear, y no solo no fueron a hacerlo, sino que encima ya habían entrado en la historia viva de la Copa. Un tanto incrédulos, se encontraban entre los cuatro mejores del continente. Llegaba el turno de verse las caras nada menos que con el local y organizador del torneo, Colombia. El encuentro, programado para el 26 de julio nuevamente en Manizales, esta vez tendría condimentos extra que lo harían un partido especial: Colombia nunca había ganado una Copa América, era la chance de lujo para muchos políticos de darle una alegría a una sociedad golpeada por los enfrentamientos sociales. Para Pastrana y sus seguidores más acérrimos era la oportunidad de levantar la imagen positiva y el fútbol, como siempre, sería la víctima. Pasaba en Colombia y pasaba en todo el mundo, y a día de hoy continúa pasando. Ese partido poco tuvo para analizar, si se tiene en cuenta que Honduras, la cenicienta, la actriz principal de esta novela, cayó sin atenuantes por 2-0 ante casi 45 mil almas manizaleñas.
La línea de cinco en el fondo con Guevara no fue suficiente para detener el vendaval colombiano, que contaba con Oscar Córdoba, Iván Córdoba, Gerardo Bedoya, Mario Yepes, Fabián Vargas, Giovanni Hernández y muchos otros jugadores de gran calibre que fueron demasiado para los catrachos y detuvieron las ilusiones de seguir causando estragos. Sin embargo, ya con la selección cafetera en la final, a Honduras aún le quedaba un partido, el ambiguo tercer puesto, para muchos sin sentido pero para otros la oportunidad de cerrar una cita magnífica. La H apostó por dejar una imagen aún mejor que con Brasil, y se encomendaron a cuanto Dios existiera para ganar ese último partido. El rival era más que conocido, Uruguay había caído con México en la otra semifinal por 2-1, por eso en el ambiente se olía cierta actitud de revancha de aquel encuentro por fase de grupos.
Aquella tarde en el Campín de Bogotá, Honduras entendió por completo que habían logrado estirar su estadía hasta el final de la Copa. Mientras que la mayoría de sus colegas disparaban a distintas ciudades del mundo a descansar para encarar la temporada que se venía, ellos seguían concentrados en terminar lo más alto posible. El escenario les era favorable, el estadio estaba repleto y el público local, obviamente, hacía fuerza por el más débil, con el agregado de la algarabía de los colombianos que sentían este encuentro como un espacio de descarga de emociones en la antesala de la final del día siguiente, en esa misma ciudad y en esa misma cancha. Hinchar por Honduras era un acto de demostración de afecto a una selección que se había ganado el corazón de todos. Antes de los 15 minutos, un pelotazo largo a Martínez lo dejó mano a mano con la defensa uruguaya. Controló de derecha, corrió hacia adelante sin un relevo que lo acompañara, enganchó para su pierna zurda ante la marca de Gonzalo Sorondo e impactó un zurdazo a quemarropa que venció al arquero Berbia. Así, el encuentro se ponía 1-0. Siete minutos más tarde, Bizera igualó el partido con un cabezazo tras un centro desde la derecha de pelota parada.
Nuevamente, Honduras buscó el gol que volviera a darle la ventaja, y lo encontró también tras un tiro libre por el lado derecho, con la exquisita pegada de Guevara que encontró solo por el segundo palo al defensor Junior Izaguirre, quien con un cabezazo débil puso el juego 2-1. Lejos de cuidar el resultado, tres minutos más tarde y casi culminando el primer tiempo, otro tiro libre desde el centro terminó con la jugada embarrada dentro del área y Andrés Martínez puso las cosas 2-2. Show ultra garantizado para aquellos que no esperaban mucho de un partido por el tercer puesto. El resultado, con cuatro goles en 45 minutos, indicaba que para ambos esto no se trataba de un partido más y el público así lo entendió. Lamentablemente, el segundo tiempo no tuvo goles, aunque sí mucha tensión y, tras los 90 minutos reglamentarios, por primera vez en la historia de la Copa América, el juego por el tercer lugar se definía por penales. Como si faltara un condimento más, Maradiaga debía escoger a sus mejores cinco pateadores para lograr el ansiado triunfo.
Arrancaba Uruguay, las estadísticas marcan que el que arrancó pateando tiene las de ganar, porque le mete presión al rival que siempre tiene que ejecutar sabiendo lo que hizo el otro. Sorondo, gol. 1-0. Reinaldo Pineda, mascando chicle y con aires de superioridad, igualó la serie y tras el gol se tiró adentro del arco directo contra la red a modo de festejo. Turno de Carlos Gutiérrez, atajó Henry Enamorado. Sí, ese partido no jugó Valladares, sino que Maradiaga le dio la oportunidad al arquero suplente de lucirse. Bueno, lo estaba logrando. Pero claro, el goleador Martínez tenía que ratificar el penal anterior, y con un derechazo potente arriba, puso la serie 2-1. Julio Rodríguez la igualó, Ricky García continuó dejando a Honduras en ventaja con un buen impacto y el delantero Lemos volvió a empatar la serie en tres. Allí, en el cuarto penal de la serie, fue Ninrod Medina quien con un remate lento a un costado puso las cosas 4-3 y dejó a los catrachos a tiro de la historia. Debía errar Rubén Olivera, el número 10 uruguayo, quien se perfiló para patear con pierna zurda y en la mitad del recorrido cambió para impactar con la derecha, empleando un tiro potente al medio del arco que dejó la serie empatada en cuatro.
Todo quedaba en el pie diestro de Izaguirre. De él dependía todo lo que Honduras había construido a lo largo de sus tres semanas en Colombia. El Campín se enmudeció por varios segundos mientras él acomodaba la pelota. Miró atentamente a Berbia, tomó una carrera larga, pasando la medialuna, aguardó la orden del peruano Gilberto Hidalgo y pegó un par de saltitos hasta entrar al área grande y acelerar la marcha. Al llegar el momento del impacto, abrió el pie derecho y la pelota se elevó con una leve inclinación a su derecha. Berbia ya estaba vencido, había elegido el otro costado, pero el balón seguía ascendiendo. Y finalmente sucedió lo que millones de hondureños esperaban, la pelota rozó la parte de arriba de la red y en el mismo acto, Izaguirre comenzó a saltar y gritar desaforadamente. Se sacó la camiseta y esperó la llegada de los suplentes que estaban cerca. Se sumó Enamorado y últimos llegaron sus compañeros que aguardaban en el círculo central. Honduras lo había hecho. El tercer puesto era realidad, y el grito efusivo que salió del Campín de Bogotá llegó a Tegucigalpa y se extendió por San Pedro Sula, La Ceiba, Puerto Cortés, El Progreso, y cualquier otro lugar recóndito de esta nación.
- AUTOR
- Juan Podestá
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