América
Nuestros muertos en el placard
Hay quienes dicen que lo más lindo de una gran celebración es su previa, eso que también podemos llamar víspera. Quizás no es espacio este para describir esa sensación, la cual es bastante abstracta y personal. Podemos acercarlo a ese cosquilleo que nos recorre cuando vamos al almacén de la esquina a comprar las bebidas que acompañarán a nuestro ágape, o cuando recibimos un mensaje confirmándonos que a la noche hay planes para olvidarse por un tiempo de las obligaciones. Mieles pausadas durante estos turbios tiempos de cuarentena.
Una Copa del Mundo es un evento celestial, una ruptura en el espacio tiempo cotidiano, en donde nuestro día a día se ve hermosamente teñido por los partidos, noticias, especulaciones, joyas y curiosidades que nos arrojan los equipos en competencia, pertenecientes a todas las latitudes del planeta. Sin embargo, hay un placer alternativo a esta cita, y es su preparación. El magnífico plano de clasificaciones de todos los continentes, cuando titanes del fútbol, así como naciones ignotas, buscan su lugar en el Mundial, y de paso nos enseñan una inigualable clase de geografía.
En dicho suceso, uno de los escalafones finales para obtener dicho ticket es el repechaje entre equipos de diferentes confederaciones. En base a la posición que determine el reglamento de las eliminatorias de una determinada confederación para acceder a la repesca, estos dos combinados se enfrentan, ida y vuelta, con el ganador global obteniendo pasaje al mayor de los eventos, y el derrotado quedándose a las puertas del mismo.
Argentina disputó esta fase en 1993, cuando con un global de 2-1 derrotó a Australia, logrando acceder al Mundial del año siguiente. La isla oceánica tomó protagonismo también en 2002 y 2006, cuando enfrentó a Uruguay en el play-off. En el primero, los sudamericanos alcanzaron la victoria, pero de cara a Alemania 2006, lograron dar el golpe y dejar sin torneo a La Celeste.
El repechaje, por supuesto, también abarca protagonistas de otros continentes, más allá del que habitamos. Y esto puede tomar un valor agregado cuando los protagonistas son dos combinados sin experiencia mundialista, y a cuyas naciones representadas nos tomaría un largo rato identificarlas en el mapa.
Es el año 2005, y a las puertas del mundial en suelo germano, Trinidad y Tobago, país isleño cuya porción yace en el Mar Caribe, y Bahréin, ubicado en Medio Oriente y compuesto por un archipiélago repartido entre islas naturales y artificiales, tenían un duelo, primero en las Antillas, y luego en suelo asiático, en lo que aspiraban a que fuera su primera participación mundialista.
Los trinitenses componen, geográficamente, un país un poco más grande en superficie que la Isla Gran Malvina. Los bareiníes, por su parte, se acomodan entre una serie de islas, en donde la mayor tiene la extensión de la ciudad de Avellaneda. Pequeños territorios, gigantescas expectativas. Pero hay que retroceder un poco para encontrar otro dato interesante, respecto a cómo el team de la lejana arabia llegó a dicho plató.
Mas de dos meses antes del repechaje, la clasificatoria asiática aguardaba al poseedor del ticket rumbo a dicha fase, a disputarse entre el mencionado Bahréin y Uzbekistán. Los primeros, terceros en un grupo en el que Japón e Irán, primero y segundo respectivamente, ya tenían ambos pies en Alemania. Los uzbekos, misma posición, por debajo de los ya mundialistas Arabia Saudita y Corea del Sur. El ganador del duelo obtendría la posibilidad de jugar contra el cuarto en la calificación de la CONCACAF, en aquel entonces disputándose entre Costa Rica, Guatemala y Trinidad y Tobago.
En el atardecer de Asia Central, el 3 de septiembre de 2005, el local Uzbekistán y Bahréin se midieron en el cotejo de ida. Mirjalol Qosimov, de forma tempranera, adelantó a los dueños de casa, manteniendo la diferencia mínima hasta casi el ocaso del encuentro. Sin embargo, aún faltaba un puñado de minutos para el final cuando una infracción defensiva en el área de la visita empujó al árbitro japonés Toshimitsu Yoshida a decretar pena máxima para los locales. Chance inmejorable para la ex república soviética de comenzar a liquidar el asunto. El propio Qosimov ejecutó el penal, que finalizó en gol. Sin embargo, Yoshida señaló que había invasión de área en la jugada, ergo anuló el tanto. ¿E indicó que se pateara nuevamente, como lo indica el reglamento? Increíblemente, no. Confirmó, de forma insólita, tiro libre para los de Medio Oriente.
Rápidamente, la incredulidad se apoderó del césped. Todos los presentes descreían de lo que veían. Un referí sin saber aplicar las reglas de juego. Como se pudo, entre un ambiente enrarecido y crispado, el match llegó a su fin, culminando en la victoria 1-0 de Uzbekistán. Sin embargo, a su término tocaba otro cotejo, el que tendría a la FIFA como protagonista a través de las denuncias contra el árbitro, debiendo descubrir qué hacer con la injusticia que había atentado contra la suerte uzbeka.
En un principio, se requirió que se decretase la nulidad del partido, brindando una victoria vía default por 3-0 para los afectados. Bahréin, viendo que esto era básicamente el fin de sus esperanzas de llegar al repechaje, deslizó que el hecho de que el referí no supiera aplicar el reglamento no tenía porqué significar adosarle dos goles automáticamente a la derrota que padeció. La FIFA terminó compadeciéndose con este último reclamo, no así con Yoshida, que fue borrado del mapa internacional. ¿Y el partido? Declarado nulo: debía jugarse de vuelta.
Con la vuelta a vivir de Bahréin y el sabor a poco de Uzbekistán, el replay terminó en empate a uno, con los de arabia yéndose con una mueca de satisfacción, gracias a la ventaja del gol de visitante, y al hecho de haber pasado de padecer dos, o hasta tres goles en contra, a saber que, de mantener el empate en cero en la vuelta, lograría alcanzar la repesca.
Y así fue como sucedió. Tres días más tarde, en Manama, capital del país, y con el arbitraje del importado desde Gran Bretaña, Graham Poll, los bahreiníes mantuvieron el empate sin goles y alcanzaron un puesto en el play-off contra el cuarto de la CONCACAF, en este caso, Trinidad y Tobago.
Sin embargo… los trinitenses no venían con un historial limpio de especulaciones y comentarios por lo bajo, tampoco. Porque mientras en Asia, Bahréin agradecía que los popes de la FIFA le borraron una derrota de un plumazo, en el Caribe un partido definitorio entre, justamente, la isla y México, generó ciertos rumores de amaño entre propios y extraños.
Última fecha. Trinidad y Tobago recibía a la escuadra comandada por Ricardo La Volpe. De ganar, alcanzaba un lugar en el repechaje. Pero la derrota aproximaba dicho sitio para los guatemaltecos. Ya clasificados al Mundial, los norteamericanos formaron con un equipo alternativo, y si bien iniciaron con una ventaja por la mínima -mediante un tanto de Jaime Lozano-, los locales revirtieron el asunto con un doblete de Stern John, que hizo delirar a toda una nación. Estaban a una victoria global de llegar a su primera Copa del Mundo.
Aquí entra en escena un argentino, agente que no podía faltar para que este relato ya tuviera de todo. Es el propio La Volpe quien, años más tarde, develó que efectivamente su equipo había apostado a sacar el pie del acelerador y, amén de la ventaja deportiva entre un equipo y otro, “habilitar” cierta ventaja para los caribeños, que eventualmente los llevara a la victoria y a la repesca.
“Al último partido fuimos… para no tener problemas” explicó el ex arquero. ¿Acaso tanto poder tenía un país sin historia futbolística, limitado hasta entonces a ver el Mundial por televisión? Bien cabe decir que, en aquel entonces, el presidente de la CONCACAF era Jack Warner, trinitense y ex presidente de la federación de fútbol de su país. El mismo Warner que hoy, a sus 77 años y a casi una década de haber abandonado sus funciones, se encuentra en libertad bajo fianza, al ser, junto con sus dos hijos, uno de los pesos pesados que cayeron tras el FIFAgate.
En un partido de anónimos para el universo de la redonda, Bahréin y Trinidad y Tobago se vieron las caras en ambos escenarios, con sus polémicas y claroscuros atiborradas en el cajón del pasado. Los caribeños, gracias a un global de 2 a 1, alcanzaron un sitio en el Mundial del 2006. Y, recién ahí, comenzó la historia que todos conocemos.
- AUTOR
- Esteban Chiacchio
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