Bundesliga
Oliver Kahn, el héroe de guantes de oro
El fútbol es muy ingrato. Son fracciones de segundo que pueden virar el rumbo de un destino proclamado, a una mancha imborrable. Es sencillo, del estrellato a quedarse con las manos vacías. Un mal pique, un rebote, una carambola, todo vale en este deporte, y su manera impredecible de contarte las cosas puede que sea una de las razones de su incomparable belleza.
Cada cuatro años hay un evento que hace que el planeta avance en modo slow motion, los mundiales son así, son la cara y la cruz de la moneda, un azar peligroso pero seductor. Al final todos quedan en el camino, menos uno.
Aquí vamos a invertir en recordar a uno que, nunca mejor dicho, escribió su propia historia con las manos. Uno que dejó el traje de partenaire para competir mano a mano con el mejor, y así fue. Eran ellos dos, tan antagónicos como protagonistas, tan contemporáneos, tan animales de la redonda, capaces de transformar en los medios una final mundialista en un encuentro personal. Puede que la historia no deje mentir, habrá lugar para la subjetividad, una gran amiga del fútbol de café de barrio, del periodismo y de los propios intérpretes.
Oliver Kahn vs Ronaldo. El Titán vs O Fenómeno. El mejor arquero del mundo vs el mejor delantero. Quién no querría ver semejante choque con la frutilla de coronar en Corea-Japón un nuevo campeón del mundo. Pero esta rivalidad no tendría el peso que se merece si no supiéramos cómo el alemán se fue transformando en una figura excluyente.
Corría el año 2001 y, con el Mundial a la vuelta de la esquina, Alemania marchaba a paso firme, las eliminatorias estaban por terminar, pero una ingrata sorpresa le dio suspenso. La goleada en contra ante Inglaterra como local por 1-5 resultó un baldazo inesperado, de esas derrotas que te marcan y obligan a levantarte rápido. De esas que pueden destruir o rearmar, son los puntos de inflexión donde todo puede cambiar.
Y así fue, porque el posterior empate en la última jornada ante Finlandia obligó a la por entonces tricampeona mundial a dirimirse el pasaje a Corea y Japón en un duelo mano a mano ante Ucrania. Tras empatar en Kiev, la revancha con victoria por 3-0 oxigenó a un equipo que no encontraba respuestas. Una goleada en Múnich lo depositó en tierras asiáticas.
Pero, como dijimos, así es el fútbol, y sin caer en frases trilladas el boomerang se lanzaba a la ilusión y desarrolló una parábola casi perfecta. A la cabeza de este viaje que comenzó un 1° de Junio de 2002, Alemania debutó en el grupo E ante Arabia Saudita, un rival inferior que no iba a presentar oposición. Sinceramente, si vamos a hablar de héroes, puede que sea la única vez en este escrito que Oliver Kahn no se erija como tal. Un apabullante 8-0 no da lugar a demasiado análisis.
Tras el debut, antes de seguir debemos contextualizar. Alemania era un equipo ordenado tácticamente, con muy buenos jugadores y figuras excluyentes cómo Thomas Linke, Michael Ballack y Miroslav Klose. El fútbol que desplegaba no era muy vistoso, quedaba expuesto y le llegaban con facilidad cuando no tenía la pelota. Tal es así que, luego de la presentación, una selección de segundo orden como la irlandesa complicó en más de una ocasión el arco de Kahn. Su histórico goleador, Robbie Keane, quedó desairado en tres ocasiones ante el ‘1’ de Die Mannschaft hasta poder doblegarlo en la última jugada del encuentro y empardar el marcador.
¿Cómo un arquero puede llegar a ganar el Balón de Oro en un Mundial? La actuación ante Irlanda llevó a Kahn a tapas de diarios. Pero la última jornada de la fase de grupos iba a traer alimento para la bestia blonda… Alemania venció a Camerún por 2-0, aunque los africanos, sueltos, rápidos y atrevidos, contaron con muchas chances de convertir. Se encontraron con un arquero que estaba en el mejor momento de su carrera. Cinco tapadas brillantes y el pase a octavos de final como ganador de grupo.
Keane y su afortunado rebote iba a ser la última decepción para su valla, por lo menos hasta el encuentro decisivo. Selló su arco. Si esto hubiera ocurrido en la época del meme, muchos ocurrentes le hubieran borrado el arco a las imágenes. Porque Paraguay en octavos intentó, intentó y buscó un histórico pase a cuartos de final que nunca llegó por toparse con un sitio blindado. La paridad en el duelo ante un tal José Luis Félix Chilavert se quebrantó porque, a poco del final, Oliver Neuville lo fusiló tras un centro atrás. Fue 1-0 y a otra cosa.
A los dirigidos por Rudi Völler no les sobraba nada, pero bastaba con hacer un gol para sacar pasajes a la siguiente instancia. Ante Estados Unidos en cuartos, un joven Landon Donovan iba a probar a la figura de la selección de Alemania, pero otra vez el titán con guantes decía que no. Ballack, cerca del cierre de la primera parte, puso de cabeza el gol que les dio la clasificación a semifinales.
Corea del Sur llegaba de vencer a España en un polémico encuentro. A la Furia le anularon dos goles y terminó cayendo por penales. Se habló mucho de la localía del elenco asiático, que no sólo era complicado por ser local sino por la velocidad de sus extremos. En un encuentro chato, las dos llegadas claras de dueño de casa encontraron un denominador común, la soberbia actuación del arquero del Bayern Múnich. Fue otra vez Ballack en modo consagratorio quién convirtió tras un rebote el gol del pasaje a la final.
Como un cuento, Kahn fue gestando una monumental actuación en toda la Copa del Mundo. Ya lo miraban con asombro, Alemania estaba por jugar una final mundialista gracias a él, y eso no estaba en foco de discusión para nadie.
En la final con Brasil, apareció un villano de turno, casi como una historia de Marvel. Ronaldo era el mejor jugador del mundo, el “Gordo” estaba en un momento fantástico y lo acompañaba un equipo de lujo. Cafú, Roberto Carlos, Rivaldo, Ronaldinho y un naciente Kaká, entre otros, ponían de rodillas a cualquiera. Pero los flashes de las cámaras en el saludo entre los equipos apuntaron a ellos dos, el hombre de rostro serio y gran auto-exigencia vs el del flequillo de moda y mirada sonriente. En tres ocasiones pudo adelantarse Brasil en los pies de Ronaldo, Kahn siempre dijo que no. El Scratch fue superior al elenco germano (no contaba con Ballack por suspensión) y dispuso siempre de las mejores chances de concretar.
De cualquier manera, tenía que suceder así. Como muchas grandes historias, tenía un drástico giro para las últimas páginas. Un débil remate de Rivaldo encontró una floja respuesta de Oliver Kahn y Ronaldo aprovechó para poner el 1-0. Con la ventaja a su favor, Brasil se soltó, jugó mejor y volvió a pegar. Una rica jugada colectiva derivó en un estupendo pase a Ronaldo, que la paró y definió con exquisitez al rincón, donde no llega ninguno. Ni siquiera él.
El resto es historia conocida. Alemania no pudo, Kahn no pudo. La imagen final es de él apoyado en uno de los palos buscando explicaciones. Caminó hasta el centro del campo tratando de hallar consuelo y volvió a su arco para recoger sus guantes… que ya no estaban y que nunca encontró.
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Pese a la tristeza y a la mancha final, el Mundial de Corea y Japón fue testigo del único balón de oro de la historia que usaba las manos para jugar al fútbol y que fue tan grande que la condenatoria final no fue tal. Kahn, un héroe de guantes de oro.
- AUTOR
- Alex Cellillo
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