#Rusia2018xCR
Ordem e progresso também têm fim
Roberto Baggio se para frente a Taffarel. Toma unos cuantos pasos. Mira al árbitro, luego a la pelota. Patea. Afuera. Brasil conquista su cuarta Copa del Mundo. Su capitán no era ni Romario (el mejor del aquel Mundial) ni Bebeto, era Dunga. Sí, un jugador más físico que técnico en el país creador del «jogo bonito» era el encargado de levantar la Copa.
¿Por qué este recuerdo? Porque es imposible explicar la derrota de Brasil frente a Bélgica sin ver las actuaciones de la Canarinha en los últimos siete mundiales disputados. Aquella Brasil que superaba a sus rivales desde el juego asociativo y de toque fue enterrada en EEUU para dar paso a otro estilo de juego, basado más en la fortaleza defensiva que en su ataque letal.
Ojo, que no se tome esto como una acusación ni una crítica moralista. Brasil fue el primero en entenderlo y aplicar ese cambio a su estructura y, viendo los resultados, tan mal no les fue. Dos de las últimas 7 Copas del Mundo acabaron en sus manos. Por eso, después de un paso sin mayor éxito de Dunga y Luiz Felipe Scolari por el banco brasileño, Tite tomó el mando. Su objetivo era claro: cada jugador debía cumplir una función bien específica. Arrancaba, nuevamente, una etapa basada en el «orden y progreso». Este plantel quizás haya sido, junto al de Alemania 2006, el que más prometía. Sin embargo, Bélgica fue quien acabó con el sueño mundialista de Neymar y compañía.
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La derrota de Brasil se explica en gran parte debido a que Casemiro no estaba en cancha. Su participación en el equipo es clave, era el que daba orden a toda la estructura. Fernandinho, su reemplazante, tiene características parecidas, pero no fue lo mismo.
Los constantes desajustes a la hora del contraataque belga se vieron desde el principio. El tempranero gol en contra de Fernandinho acabó por complicar aún más el partido. Aún así, Brasil jugó en ataque uno de sus mejores encuentros. Eso convirtió a Thibout Courtouis en figura. Si en el primer tiempo debió salvar a su equipo dos veces, en el segundo acabó siendo el responsable para que Brasil no consiguiera la remontada.
Sin embargo, el equipo dirigido por Roberto Martínez tampoco se quedó de brazos cruzados. Planteó un gran partido centrado en la baja de Casemiro y causó estragos en la defensa brasileña en cada contra que montaba Eden Hazard o Kevin De Bruyne. Aquel primer gol belga los ayudó a que Brasil se estableciera bien arriba y, en ocasiones, quedase con grandes espacios libres para atacar. El gol de De Bruyne acabó siendo una consecuencia de esos errores.
Ya en el segundo tiempo, Tite salió al campo con un cambio. La entrada de Firmino por Willian prometía darle aire a un equipo que necesitaba una respuesta inmediata en el resultado. Poco exhibió el delantero del Liverpool, quien se mostró incómodo todo el tiempo.
En cambio, la apuesta de Douglas Costa por Gabriel Jesús fue todo lo contrario. El extremo de la Juventus se ubicó por derecha y causó algún que otro problema ante un rival que cada vez se replegaba más en su campo.
Pero el gol seguía sin llegar y, cuando parecía que los comandados por Neymar se quedaban sin fuerzas para seguir, un magnífico centro de Philippe Coutinho que conectó el recién ingresado Renato Augusto le puso suspenso al partido. Pero ya era demasiado tarde. Bélgica pasaba a semifinales. Brasil se quedaba en el camino.
Y si tendríamos que explicar la derrota del Scratch, seguramente no la encontremos. Se puede hablar del bajo rendimiento de Gabriel Jesús, de Paulinho en uno de sus partidos más pobres o que Neymar no se inventó una genialidad. Pero va más allá de eso. El equipo hizo todo para ganarlo, pero en tiempos donde el «orden y progreso» se sobrepuso al «jogo bonito», no tener a Casemiro es perder algo más que un jugador.
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- AUTOR
- Bruno Scavelli
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