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Panenka: la fama por un penal
Antonin Panenka es el hombre que revolucionó el mundo con un acto de rebeldía, desfachatez y para nada improvisado. La imagen es testigo de la locura, el hombre definió de la manera más descabellada, en el momento menos pensado, una final de Eurocopa.
Meses después del golpe que cambiaría para siempre la historia de Checoslovaquia, nació el hombre que le daría a los ciudadanos su única alegría futbolística. En febrero de 1948, se había producido el reconocido «Golpe de Praga», mediante el cual los comunistas tomaron el poder de un país que había sido liberado tiempo atrás del gobierno nazi comandado por Adolf Hitler. Para fin de año, más precisamente el 2 de diciembre, un nuevo niño llegaba al mundo, a quien llamaron Antonin.
Su padre, un hombre dedicado a las carreras de motos, pero amante del fútbol, fue quien lo orientó en el mundo de la redonda. Acompañó al pequeño a cada uno de sus entrenamientos con el equipo de Bohemians 1905, el tercer equipo en escala de jerarquía de Praga, durante su etapa de crecimiento. De hecho, tal era el deseo de que su hijo sea jugador profesional, que un día presenció una práctica de la cual el futuro jugador y estrella de la selección de Checoslovaquia no había sido notificado.
Con el apoyo de su familia, su talento y filosofía de ver el fútbol como un arte, Antonin llegó a jugar en el primer equipo de los Bohemians y se proclamó ídolo después de defender los colores del club durante 23 años. Su deuda más grande en el fútbol también tuvo lugar en la institución con sede en Praga, porque dos décadas no fueron suficiente para poder consagrarse campeón, y sólo consiguieron el tercer puesto en ocasiones. Llámese casualidad o mala fortuna, el único título en la Liga llegó apenas Panenka se había marchado a jugar al Rapid Viena de Austria.
En su carrera jugó en menos equipos de los que debería haber jugado por su talento, ya que en esas épocas los fichajes en el fútbol de Checoslovaquia se manejaban por permisos y no por dinero. Con 22 años, el joven mediocampista recibió el llamado para dar lo que significaba un gran paso en su corta edad. Del otro lado del teléfono se encontraban los dirigentes del Sparta Praga preguntando por él, pero en el Bohemians no lo dejaron ir, excusando que lo liberarían a cualquier club menos a su clásico de la ciudad. Temporadas después, bajo el mismo pretexto, le ocurrió algo similar cuando los que ansiaban con disponer de su fútbol eran los del Slavia.
Con 28 primaveras en el documento, llevó a la selección nacional de Checoslovaquia a jugar la Eurocopa de 1976 de Yugoslavia. En ese momento, la Euro no era lo que conocemos hoy, sino que se jugaban los clasificatorios de ocho grupos con cuatro equipos, de los cuales el ganador pasaba a disputar un duelo de play-off para conseguir un lugar. Por ende, las rondas finales las disputaban sólo cuatro equipos en el país designado como sede.
Belgrado, una de las ciudades que albergó la competencia, fue el lugar en el que Panenka se consagró a nivel internacional. En la final de la copa enfrentó a Alemania, que vivía su época dorada ya que en 1972 se había consagrado campeona de Europa y dos años más tarde habían conquistado la Copa del mundo. El temible equipo de Gerd Müller, Franz Beckenbauer, Uli Hoeness y Gunter Netzer llegó como favorito, pero del otro lado estaba la dura y elegante Checoslovaquia. El partido terminó empatado en uno, aunque Panenka se encargó de que la definición por penales sea más pintoresca que una victoria en los 90 minutos.
Hoeness había fallado su tiro, y si Panenka convertía, Checoslovaquia ganaba su primer título a nivel selección. Un acto de rebeldía, inspiración y talento sorprendió a todo el estadio. Sabía que frente a sus ojos se encontraba Sepp Maier, un campeón del mundo, probablemente el mejor arquero de la época, pero él, en ese entonces jugador de Bohemians, tenía la receta para marcar. Definió de una manera inédita, nunca antes vista. Impactó la pelota bien abajo, disparando de manera bombeada y al centro del arco. Más sencillamente, como diríamos en el barrio, la picó. El resultado: uno de los goles más recordados en la historia de las Eurocopas.
No era la primera vez que el mediocampista utilizaba su infalible recurso, sino que en la liga nacional lo había efectuado, pero la escasa globalización del fútbol (aún no existía la tele a color y no llegaban imágenes desde Europa), le permitió definir con su sello sin que el arquero estuviese al tanto. Años después, en la revista española que lleva su nombre, aseguró que no se le había «cruzado por la cabeza patear de otra manera» y que todos sus compañeros sabían que lo haría así. De hecho, el arquero de la selección y compañero de cuarto en las concentraciones, le había jurado que no lo dejaría entrar a la habitación si lo fallaba.
Después de ese gol, su vida cambió. Pasó a ser «el hombre del penal de Belgrado». La repercusión que tuvo y su talento para jugar lo llevaron a fichar por el Rapid Viena, algo que no podría haber pasado antes porque la Asociación Checoslovaca no lo permitía, pero cambió desde el logro del ’76. Desde entonces, sólo podrían emigrar los jugadores mayores de 32 años y con más de 80 partidos en primera.
Ahora, es habitual ver un penal al «estilo Panenka», pero él reconoce que lejos está de ponerse celoso, sino que cada vez que ve a alguien utilizar su recurso, le genera orgullo y se siente homenajeado. Si ven a alguien definir así, no se olviden de aquel hombre que hace 41 años sorprendió al mundo con su ocurrencia.
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