Copas selecciones
Primaveras: Irlanda en Italia ’90
1989. Año donde el mundo tal como era conocido fue rediseñado hasta adquirir facetas irreconocibles. La caída de los principales socialismos del planeta, el cese del sistema en disputa bipolar, la desarticulación de la carrera nuclear, el fin de los años republicanos en los Estados Unidos, la caída en desgracia del Estado de Bienestar en Latinoamérica y la posición de las grandes esferas de poder de instalar una sociedad regida por las leyes de mercado. Había un nuevo predominio de la estética, el consumo y el deseo colectivo. Algún camarada trasnochado derrocharía entre cantos melancólicos que el romanticismo había sido expropiado por hombres de traje recién salidos de sus camas solares.
Uno de los epicentros de esos tiempos ocurría en el Reino Unido. Margaret Thatcher reposaba en su ostentosa silla de premier con sentimientos encontrados. Por un lado, saboreaba el asentamiento a nivel mundial del Consenso de Washington que craneó junto a su par estadounidense, Ronald Reagan. Estrategias mercantiles rigiendo a un mundo viudo de la capa socialista que supo sustentar ideologías, y que en aquel entonces se encontraba en una furiosa retirada. Pero por el otro lado, MT era consciente que sus tiempos estaban próximos a acabar, que Reagan ya se encontraba jubilado en su rancho, que la clase política británica exigía un cambio de mando y que su brazo se torcería si no iniciaba una serie de concesiones y reformas tras una década en el poder.
En este aspecto, la vecina República de Irlanda se vio algo relegada en la perspectiva histórica respecto al fin de los ’80 y comienzo de los ’90. Podemos nombrar algunos ministros que sucedieron a Thatcher, e incluso es sencillo dar en internet con recortes, archivos y material respecto a sus últimos días en el mando. Hay series, películas y demás bocetos de aquel tiempo. Pero, ¿alguien tiene idea de qué sucedía en suelo irlandés antes, durante y después de la caída del Muro, la Perestroika y los partidos políticos populares de nuestro país raptados por intereses corporativos? En simples términos, en la tierra de la birra Guiness se vivió una tumultuosa crisis económica y política. El resultado fue un monstruoso pico de desempleo, una caída abrupta en la calidad de vida y una inestabilidad en los mandatarios de la nación, que observó cómo entre 1981 y 1992 seis primeros ministros intentaron cambiar el panorama sin éxito notable. Algunos salían ejecutados de la residencia oficial habiendo cumplido poco menos de un año al mando.
Para comienzos de la década del ’90, la economía irlandesa observó cómo se desenvolvió en sus cimientos una refundación auspiciada y en gran parte costeada por una apuesta de la Unión Europea, sumada a una revisión de la política industrial, los acuerdos comerciales y la propia clase de políticos que nutrían las bases de la república, todo esto sobre el sostén de la imposición de impuestos altos. A la resurrección social, política y económica consecutiva a dichas maniobras se la llamó Tigre Celta, término usado para etiquetar a las decisiones que llevaron a Irlanda de la miseria a ser uno de los sitios más promisorios del Viejo Continente.
Sea el fútbol un reflejo del contexto social o se trate esto de meras coincidencias de balones que entran y otros que no, la Selección de Irlanda vivió sus mejores tiempos en sintonía con la estabilización de la situación en dicho país. La raíz de esto se encuentra a fin de 1985. El combinado irlandés acaba de caer de local por 1-4 ante Dinamarca, sepultando cualquier posibilidad de hacerse con un sitio en el Mundial de México. ¿Qué le hacía una mancha más al Tigre Celta? Jamás había calificado a una Copa del Mundo, así como también su ausencia era algo común en las Eurocopas.
El estrepitoso fracaso en las Eliminatorias rumbo al suelo azteca le costó el puesto al DT Eoin Hand, quien de cuarenta cotejos dirigidos, había perdido la mitad. Su sustituto sería un extranjero, más específicamente un inglés: Jack Charlton –hermano de Bobby- era el elegido para darle un sentido al conjunto irlandés. La convocatoria de dicho sujeto respondía a la necesidad de orden e identidad que el equipo nacional había extraviado, si alguna vez la había poseído. Esto conllevó un plan de Charlton que implicó la importación de tácticas y estrategias más afines al fútbol inglés –no en vano la mayoría de jugadores de la selección jugaban en aquellos pagos-, sumadas a la convocatoria de varios futbolistas nacidos en suelo británico, pero de nacionalidad irlandesa. Las críticas que surgían ante esta vuelta de tablero en las convocatorias eran disipadas por el entrenador. “Todo hombre que convoqué se percibe a sí mismo como irlandés. Si no nació aquí fue por las circunstancias económicas, que obligaron a sus padres o abuelos a partir a otro sitio. De no ser por ese motivo, hubiera nacido en este suelo”. El factor social juega su propio partido aquí.
De rebote a esta situación, el técnico se encontró con una fuerte resistencia desde la hinchada irlandesa a causa de su propio origen: “Go Home Union Jack” se podía leer en banderas que despreciaban su presencia durante sus primeros cotejos como entrenador del equipo. Su origen inglés era observado por algunos fanáticos nacionalistas como una usurpación a la esencia nacional.
El modo Charlton de ver las cosas prevaleció por sobre sus detractores, que se fueron disipando a medida que el conjunto pisaba fuerte en las Eliminatorias rumbo a la Eurocopa de Alemania Federal. El 11 de Noviembre de 1987 –a un año de la goleada de local padecida ante los daneses- el fútbol de Irlanda daba muestra de su resurrección al lograr colarse en el torneo europeo a disputarse en suelo germano, gracias a la victoria de Escocia por sobre Bulgaria, cotejo que le permitió hacerse ganadora del Grupo 7, causa de cuatro victorias, tres empates y una derrota.
En la Euro ’88, Irlanda desarrolló una performance dignísima. En su debut, hizo historia al vencer por 1-0 a Inglaterra. ¿Quién hizo el gol? Ray Houghton, irlandés de corazón pero británico en su biografía, ya que había nacido en 1962 en suelo escocés. Charlton sonrió complacido, su plan salió a la perfección.
Sin embargo, a la hazaña ante los ingleses le siguieron un empate en uno con la Unión Soviética y una raspante derrota por la mínima ante Holanda. Eliminación en fase de grupos. Esto no quita la imagen que los muchachos de verde habían dejado en los aficionados, la de que esta vez iban en serio.
Charlton se dedicó a pulir algunas carencias y a establecer que lo hecho en la Euro no era un mero One Hit Wonder, sino parte de un proceso. El desarrollo irlandés de cara a Italia 1990 fue impecable. Fue segunda del Grupo 6, a solo un punto de la puntera España. De ocho cotejos, ganó cinco, empató dos y perdió solo uno. Hizo diez goles y le convirtieron solo dos, racha hija de la destreza de su arquero Pat Bonner. El 15 de noviembre de 1989, en un mundo que revolucionaba la idea propia de revolución, Irlanda logró una victoria por 2-0 ante Malta, obteniendo de forma histórica un ticket para la siguiente Copa del Mundo.
Como dicen por ahí, los irlandeses pudieron comprar por primera vez en su vida figuritas con el rostro de sus jugadores para inmortalizar en el álbum. Y para quienes poseyeron dicha creación de Panini, era curioso observar cómo las dos páginas dedicadas a Ireland se encontraban altamente compuestas por jugadores nacidos fuera de la tierra verde, a saber: el arquero suplente Greg Peyton, los defensas Chris Hughton, David O’Learly, Mick McCarthy, Paul McGrath, los volantes Andy Townsend, Kevin Sheedy y el delantero John Aldridge eran ingleses de nacimiento, añadido al caso del mencionado Ray Houghton, nacido y criado en Escocia, por decir los apellidos más destacados. De los 22 nombres incluidos en la lista de buena fe, solo cuatro osaban desarrollar su carrera fuera de la liga inglesa: el guardameta Bonner y el defensa Chris Morris eran habitués del Celtic escocés, el atacante Aldridge jugaba en el Real Sociedad español y el desequilibrante John Byrne (nacido en Manchester) vestía los colores del Le Havre francés.
Los de Charlton quedaron ensartados, a priori, en un grupo difícil. Inglaterra, Holanda y Egipto eran sus compañeros de fase. El debut –como en la Euro ’88- fue ante los ingleses, logrando a veinte minutos del final el empate en uno gracias a un tanto de Sheedy. Sir Gary Lineker había puesto en ventaja anteriormente a los de Bobby Robson.
El segundo cotejo, ante los egipcios, debía finalizar en victoria si los de verde querían depender de sí mismos de cara a la recta final. Sin embargo, el empate en cero dejó las definiciones para la última jornada, en la cual Inglaterra venció por la mínima a Egipto e irlandeses y holandeses empataron en uno. Ruud Gullit mojó para los naranjas, pero el delantero Niall Quinn estableció las tablas. El panorama, entonces, dejó una extraña tabla final. Los ingleses se clasificaron punteros, pero Irlanda y Holanda habían quedado “igualados” en el segundo puesto, a razón de tener ambos tres empates, dos goles a favor y dos goles en contra. En el cotejo entre ambos, última escala para decidir quién prevalece sobre quién, el empate había diseminado cualquier ventaja. De repente en el que había sido el grupo más aburrido del Mundial surgía el azar para darle emoción al asunto. Un sorteo decidiría qué seleccionado iría con los respectivos rivales según segundo y tercer puesto. ¿Qué quiere decir esto? A uno de los involucrados le tocaría enfrentar a Alemania Federal, que venía de hacer una excelente campaña como líder del Grupo D (4-1 a Yugoslavia, 5-1 a Emiratos Árabes Unidos y 1-1 ante Colombia). El restante, se mediría ante la más discreta Rumania, segunda del Grupo B (2-0 a la URSS, 1-2 ante Camerún y 1-1 ante Argentina).
La suerte envió a los holandeses a ser despachados por los alemanes, de la mano de los tantos de Jurgen Klinsmann y Andreas Brehme. Los irlandeses, mientras tanto, poco pudieron hacer para quebrar el cero ante Rumania, abundando el juego defensivo y conservador desde ambas escuadras. El empate sin goles promovió los penales, donde los de Charlton harían historia. Al cierre de la tanda de cinco, Bonner le atajó la intención al volante Ion Timofte. David O’Learly ejecutó su pena máxima con precisión, su tiro fuerte y en diagonal fue al otro lado del arquero Silviui Lung. Se consumó la particular hazaña: Irlanda arribaba a los cuartos de final de la Copa del Mundo sin ganar un solo partido en los noventa minutos. Tan solo había anotado dos goles y su choque ante Rumania fue hijo de una circunstancia azarosa. Si la ausencia de tantos le daba mediocridad al equipo, la suerte y la épica de debutar en un Mundial trepando a cuartos le otorgaba la mística.
En dicha fase sería el Bota de Oro, Salvatore Schillaci, quien cercenara el recorrido irlandés por Italia. Victoria por 1-0 de los locales, que se enfrentarían con la Argentina de Carlos Bilardo. Irlanda caía derrotada pero de pie. A su manera, había hecho historia.
Charlton siguió hasta el año 1995. Si bien no dijo presente en la Euro ’92, sí estuvo en la Copa del Mundo de 1994, donde las circunstancias del pasado reciente se repitieron de forma increíble para los irlandeses. Debutaron dando la sorpresa venciendo por la mínima a Italia gracias al gol de… ¡el escocés-irlandés Houghton! Luego caerían por 1-2 ante México y proseguiría con un empate sin goles ante Noruega. ¿Alguna curiosidad? Por supuesto: mexicanos, irlandeses, italianos y noruegos quedaron igualados en cantidad de puntos, cuatro cada uno. Los centroamericanos quedaron como punteros por diferencia de gol, pero tanto los de Charlton como los de Arrigo Sacchi estaban igualados en tantos a favor y en contra. ¿Qué se hizo? A diferencia de lo sucedido en el ’90, esta vez sí se pudo tener en cuenta el resultado del choque entre los seleccionados involucrados. La victoria verde ante los azzurri permitió el avance como segunda a octavos de final, donde sería eliminada por Holanda, cual extraña revancha por aquel sorteo desfavorable cuatro años atrás.
- AUTOR
- Esteban Chiacchio
Comentarios