América
Que el árbol no nos tape el bosque
El seleccionado argentino de fútbol se ha clasificado a la final de la edición especial de la Copa América, conmemorativa de su centenario, que se disputa en los Estados Unidos de Norteamérica. El próximo domingo le espera el partido decisivo. La re-edición del enfrentamiento que le dio el título a Chile en la pasada edición de la competición, disputada el pasado año en tierras transandinas.
La ansiedad del universo futbolístico argentino, que busca el premio anhelado en la tercera final internacional en dos años -Copa del Mundo 2014 y Copa América 2015 con sendas derrotas-, ha crecido de manera inusitada detrás de los triunfos abultados obtenidos por el equipo de Gerardo Martino a lo largo de la Copa. La creencia de que ésta es la oportunidad más viable y segura de alcanzar un logro que no se cristaliza desde 1993, cuando el seleccionado absoluto obtuvo su último galardón a todo nivel en tierras ecuatorianas, cobró firmeza. Incluso parece colocarse por encima del análisis y tiende a crear un escenario peligroso ante cualquier resultado.
El recorrido argentino por esta Copa América no ha presentado mayores inconvenientes. El combinado nacional no ha dejado puntos en el camino, ha marcado 18 goles y sólo ha recibido dos en los cinco compromisos disputados. Una cosecha destacable sin lugar a duda. Sin embargo no existe demasiado margen para sacar conclusiones sobre el margen de mejora colectiva, y mucho menos pueden alabarse los rendimientos de un equipo que se enfrentó a cuatro adversarios sin el nivel individual ni colectivo suficiente para obstaculizar seriamente a nuestro representativo.
Sólo Chile en el debut, fue un rival a la altura de las circunstancias y Argentina ganó bien, sin que le sobre demasiado paño durante diversos pasajes del partido, en un cotejo con diversos matices donde el equipo se sintió más cómodo una vez conseguida la diferencia. Cabe destacar que los dirigidos por Juan Antonio Pizzi, al igual que en las últimas jornadas de Eliminatorias, demostraron la falta de rodaje del dispositivo táctico que intenta desarrollar el entrenador argentino. Pero esta situación fue reduciéndose gradualmente a lo largo del certamen, hasta arrojar actuaciones interesantes ante México y Colombia que auguran otra historia para la final.
Sin embargo Martino ha conseguido sacarle algún rédito tangible a esta Copa. Dividendos que no se miden por medio de los resultados ni deben esperar al ilegible análisis de un recorrido de bajo riesgo. Ha intentado variantes interesantes en la mitad de la cancha y en el proceso de creación. Ha comprendido que tiene un plantel versátil. Le ha dado rodaje a una defensa que, comodidad de por medio, parece afianzarse. Y ha podido generarle mayor comodidad a Lionel Messi para desequilibrar en los sectores donde debe hacerlo. Ahora deberá llevar estas virtudes al máximo nivel competitivo. Pero no hay dudas de que los ensayos son válidos.
Los tiempos de trabajo en conjunto que otorgan estas competiciones deben ser utilizados para mirar hacia adelante y no para conseguir un resultado a cualquier precio. Y en este sentido Martino ha dado un paso adelante, aplicando modificaciones más cercanas a sus pensamientos que a una continuidad de lo establecido.
Pero cuidado. No debemos caer en el facilismo. Esta Argentina no será una gran Argentina por ganar un título tras caminar un sendero tranquilo, ni se convertirá en el peor seleccionado de la historia si es que, una vez más, se queda a las puertas de la gloria. El exitismo tras las goleadas consecutivas ante Panamá, Bolivia, Venezuela y Estados Unidos, ha generado confusión. Ha hecho –en la opinión general- difusas las fronteras que uno debe trazarse en el norte, para cuando llegue el momento de la verdad mundialista. Y quién olvide revisar ese ideal pretendido caerá en el error de evaluar únicamente el resultado final.
Sea cuál sea la suerte del equipo el domingo próximo, la evaluación debe omitir el resultado final. Si se gana el margen para el recambio y la mejora mantendrá su amplitud. Si se pierde debe rescatarse lo positivo, seguir trabajando con un objetivo concreto y desterrar por todos los medios el ‘que se vayan todos’. Esa pésima costumbre argentina, tan fácil de un tiempo a esta parte en esta sociedad aparentemente llena de ganadores, donde el segundo puesto se convierte en sinónimo de fracaso.
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- AUTOR
- Nicolás Di Pasqua
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