América
Radiografía del Vélez de Heinze
El estadio José Amalfitani comienza a abrir sus puertas en una fresca tarde de lunes. Los hinchas de Vélez ingresan entusiasmados a las tribunas, para disfrutar de un nuevo espectáculo. Se nota en cada uno de los rostros la algarabía de una temporada promisoria, que podría condecorarse con una victoria ante un mezquino Rosario Central, que tiene la cabeza puesta en la final de la Copa Argentina. Es el último partido de local y el público lo hace notar con cánticos que perdurarán hasta dentro de unos meses, cuando la redonda vuelva a rodar. El anhelo del fanático es que su equipo termine por desplegar el fútbol que lo caracterizó durante todo el año, al mando del excéntrico entrenador Gabriel Heinze, protagonista principal de este proceso futbolístico, y en gran parte también de la notoria ilusión del fortinero. El partido -que poca importancia reviste en estas líneas- finaliza con una victoria muy trabajada del conjunto local por 2-0, aunque lo más destacable no es el triunfo en sí, sino la reacción de aquellos hinchas eufóricos que acudieron a ver el espectáculo y rezan: “que de la mano, del Gringo Heinze, todos la vuelta vamos a dar”. Una canción que no suele escucharse salvo en contadas ocasiones, y que demuestra un poco las ganas del público velezano de volver a la gloria. Lejos está de ello en relación con los puntos obtenidos, sin embargo, la idea propuesta por el técnico, desplegada en el campo de juego por los intérpretes, enamora a propios y ajenos. De ello nos encargaremos en esta nota, de cómo llegar a ser reconocido sin haber ganado nada.
Heinze arribó a tierras fortineras a fines del 2017, al mismo tiempo que el flamante presidente Sergio Rapisarda tomaba las riendas de la institución. Como primera medida, el entrerriano adelantó el inicio de la pretemporada para poner a punto a todo el plantel, situación que trajo una polémica agravada, por las severas reglas de convivencia en las concentraciones, que fueron virales en los medios de comunicación. Es así que el Gringo ya daba que hablar cuando aún faltaban varios días para que se reiniciara la Superliga. Con Pablo Cavallero en el nuevo puesto de mánager del club, Vélez abrió el mercado de pases de verano con una buena cantidad de refuerzos, en su mayoría de buen rendimiento hasta la actualidad.
Llegaron los defensores Joaquín Laso, proveniente de Argentinos Juniors, el peruano Luis Abram, una de las revelaciones en el fondo y, por último, se dio el frustrante regreso de Marco Torsiglieri. En la mitad de la cancha, la dirigencia apostó por Guido Mainero, mediocampista ofensivo proveniente de Instituto de Córdoba, y Jesús Méndez, mediocampista central ex Boca con pocos minutos en cancha. Por último, la delantera, a priori el sector con más déficit, mejoró por la llegada de tres jugadores: Luis Amarilla (arribó seis meses antes), delantero central paraguayo que, al igual que Mainero, fue traído como una apuesta; la llegada de Rodrigo Salinas, de gran pasado en Chacarita, y la vuelta estelar del –hasta ese momento- ídolo del mundo Vélez, Mauro Zárate, recibido por miles de hinchas en el aeropuerto de Ezeiza.
Con un plantel súper renovado, Heinze comenzó a trabajar su estilo de juego, a grandes rasgos con salidas limpias desde el fondo, juego de posesiones largas y explosión en 3/4, con dos extremos bien definidos y un nueve que desempeñara su labor de espaldas al arco rival, participando activamente del ataque. Lo cierto es que, sin entrar en tanto detalle, el inicio no fue el esperado, ya que a pesar de notar buenas intenciones, aún no se vislumbraba un engranaje ideal entre los jugadores, que además sentían el rigor físico luego de una pretemporada aniquiladora. Fue así que en el partido debut, Vélez se impuso a Defensa y Justicia por la mínima, con un gol de penal de Amarilla en el primer tiempo, y luego tuvo que aguantar con uñas y dientes el arco en cero, en aquel momento defendido por César Rigamonti.
Los duelos siguientes coincidieron en su totalidad con el primero, con la diferencia de que los resultados fueron negativos. En aquel momento, el entrenador fue muy cuestionado por los simpatizantes velezanos, que veían a un equipo sin respuesta en los segundos tiempos, con un Zárate que aún no estaba en el equipo titular y con errores defensivos que costaban muy caro, pagados con derrotas sin atenuantes ante Patronato como local y Chacarita, hundido en el descenso.
El partido bisagra fue aquel triunfo 1-0 ante River, por la fecha 17 de la Superliga 2017-2018, partido que le cambió la cara al equipo, ya que desde aquel 24 de febrero Vélez no volvió a perder de local. Contando aquel juego hasta la actualidad, los dirigidos por Heinze disputaron 13 encuentros en el Amalfitani, con ocho victorias y cinco empates, un promedio que le permitió (y aún persiste) hacerse fuerte en su cancha, demostrando su estilo de juego. River también tomó esta derrota como un atenuante, ya que luego de aquella fecha, no volvió a perder en los 32 partidos siguientes, contando todas las competiciones.
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Aquel equipo disponía del arquero César Rigamonti, que pasados los partidos fue mermando en su rendimiento hasta abandonar la institución a mitad de año. La línea de cuatro defensores contaba con el descubrimiento del lateral derecho Hernán Delafuente, surgido de las inferiores y con gran proyección a futuro, un jugador con gran despliegue por la banda y llegada hasta el área rival, pero con alguna dificultad en el retroceso y en la marca, que terminó por depositarlo en el banco de suplentes, reemplazado por el actual capitán Gastón Díaz. La zaga central, compuesta por el inamovible peruano Abram, un central zurdo de baja estatura pero con buen juego aéreo y muy sacrificado en la marca, y las alternaciones entre Laso, Fabián Cubero y Torsiglieri, siendo el primero el que terminó ganándose el puesto, gracias a su buen pie en las salidas y su claridad en pases de corta y mediana distancia. Por último, la improvisación –con creces- de Francisco Ortega como lateral izquierdo, cuando toda su carrera en inferiores la había hecho como extremo por esa banda; un jugador que dejaba hasta el último suspiro para colaborar con la marca, algo a lo que no estaba acostumbrado, cumpliendo con su labor más destacada de atacar en línea recta por izquierda, en sociedad con Lucas Robertone y Matías Vargas.
En la mitad de la cancha, la figura de Santi Cáseres dejaba perplejos a todos con sus actuaciones notables como dueño del mediocampo, recuperando, cortando, tocando, una máquina que poco tiempo duró en “El Fortín”, ya que el Villarreal no dudó un segundo en poner los 10 millones de euros para llevárselo. A su lado, tenía a dos compañeros y amigos, también surgidos de la cantera de Vélez: Nico Domínguez, interno por derecha con gran despliegue, y Robertone, pieza fundamental en el equipo de Heinze por sus desdobles en defensa-ataque, sorprendiendo en el área rival y aportando algún que otro gol. Adelante, se sumaba la calidad del Monito Vargas, extremo por izquierda que con sus amagues a pierna cambiada hacía descaderar a más de un defensor y, por el otro lado, Agustín Chiqui Bouzat colaboraba tanto en ataque como en defensa, con un desgaste enorme en la recuperación de la pelota en 3/4, haciendo un trabajo de hormiga a pedido de Heinze. De “9”, completaba ese equipo el indiscutido Zárate, en aquel momento muy querido por todos los velezanos, que con su calidad innata y goles importantes guió al Fortín a desaparecer de los puestos del descenso. Sin embargo, una supuesta mala relación con el DT, sumado a la seducción desde Boca de disputar la segunda parte de la Copa Libertadores, provocaron que sus dichos se los llevara el viento, y así fue como abandonó el club del cual es hincha.
Ya asentado en el cargo, con el promedio aún impidiendo la soltura pretendida por el míster, la comisión directiva decidió escuchar los pedidos del entrenador, de cara a una nueva temporada, la primera con Heinze comenzando un torneo local desde cero. Con la condición de no gastar en demasía, Rapisarda y compañía decidieron cumplirle algunos caprichos, y es así que arribaron cinco jugadores de su gusto. Comenzando por el arco, Heinze insistió con la llegada de dos arqueros que se manejaran bien con los pies. Así fue que arribaron Alexander Domínguez, arquero de la selección ecuatoriana, y Lucas Hoyos, que terminó arrebatándole el puesto en esta última etapa, luego de varios fallidos del moreno; mientras, Rigamonti y Aguerre dejaron el club para irse a Belgrano y Newells respectivamente, en busca de continuidad. El sector defensivo fue el que menos se transformó en cuanto a contrataciones, sin embargo, el espectacular rendimiento de Braian Cufré como lateral izquierdo, luego de una lesión de Panchito Ortega, más el asentamiento de Díaz como referente y dueño del lateral derecho, comenzaron a configurar una defensa casi inamovible, aún con Poroto Cubero como soldado preparado para entrar a la guerra, rozando los 40 años y apoyando desde el banco de suplentes para ser llamado cuando el Gringo lo dispusiese.
En la mitad del campo, se dio uno de los fichajes revelación de la temporada en todo el fútbol argentino: la llegada de Gastón Giménez cambió por completo al equipo. Ocupando la misma posición que Cáseres, pero con características bien distintas, Tonga enamoró a todos con su claridad para distribuir la pelota, convertirse en eje clave entre la defensa y el ataque, muchas veces ocupando un lugar entre los centrales para ser primer pase, y también sorprendiendo a más de uno con sus pisadas elegantes. Sencillamente, un jugador de galera y bastón. Tan así es que Lionel Scaloni, entrenador de la selección argentina, posó sus ojos en él y lo convocó a la gira de amistosos frente a México, al igual que Vargas.
Ya Robertone y Domínguez habían entendido la labor que les exigía Heinze en cada entrenamiento, con sus desesperados gritos en busca de la perfección. Ambos jugadores son claves en el sistema 4-3-3 que ensaya día a día el DT, siendo el primero interno por izquierda con llegada al área rival en línea recta, asociándose con Giménez, Vargas, y el 9 de turno. Las funciones que debe cumplir son varias, desde la recuperación hasta la definición, pero el recorrido que hace no permite el entorpecimiento o el abultamiento de varios jugadores en un mismo espacio, ya que Robertone cumple un rol sin pelota y otro con pelota (más importante es verlo correr sin pelota y apareciendo por sorpresa en el área). Su socio preferido es Vargas, con quien se entiende de tal manera que han logrado destrabar partidos ellos dos solos. Y, por supuesto, las subidas de Cufré no deben quedar de lado, siendo siempre una opción de ruptura por los costados, buscando mayor amplitud. El otro interno, de quien es preciso remarcar su trabajo silencioso, es Domínguez: la recuperación está básicamente a su cargo, y el desgaste que hace es asombroso. Donde hay un hueco, aparece el Principito, con esa melena rubia inconfundible. Debería jugar con un pulmotor al lado de tanto que corre y, como si fuera poco, hasta a veces se da el lujo de sorprender merodeando en el área, cazando algún rebote o llegando desde atrás (cuando el oxígeno se lo permite).
Pablo Galdames, otra de las incorporaciones, todavía espera contar con más minutos, aunque sirve como rueda de auxilio ante el cansancio de los mediocampistas de ataque. El chileno ya fue convocado a la selección mayor de su país, cuando en el banco dirigía Juan Antonio Pizzi. Finalmente, en la delantera, aún permanece el sacrificio de Bouzat y la elegancia de Vargas, de quienes ya nos hemos ocupado anteriormente. Para cerrar la lista de refuerzos, está el centrodelantero uruguayo Jonathan Ramis, ex Godoy Cruz, que de espaldas al arco aguanta la pelota y descarga hacia los costados o hacia atrás en busca de apoyo, aunque tiene un serio déficit con el arco de frente. Para ello, está la nueva joya del Fortín, un pibe descarado nacido en Fuerte Apache, con todo el potrero envuelto en su frágil cuerpo. Se trata de Thiago Almada, el Guayo, un enganche-delantero con un futuro más que alentador, con apenas 17 años. Con él, Heinze mejoró uno de los puntos débiles en su estadía, el hecho de llegar hasta el fondo y terminar las jugadas. Guapo, pide todas y encara al jugador que se le ocurra quitarle el tesoro más preciado. De frente al arco, se transforma en delantero romperredes, confirmando la teoría de varios aficionados que balbucean desde la platea norte: “este pibe no nos va a durar un carajo, hay que aprovecharlo al máximo”. Puede desempeñarse de 9 de referencia, o bien moviéndose en todo el frente de ataque, recorriendo el campo de lateral a lateral, siendo opción siempre para finalizar las jugadas, con un tiro de media distancia o encarando y dejando de lado a los rivales.
No obstante, seríamos necios si dijeramos que todo es color de rosas en el Vélez de Heinze. Se pueden ver partidos del Fortín con una posesión que se arrima al 70 por ciento, pero que a veces peca de poca profundidad. Además, si bien el porcentaje de pases correctos es alto (segundo, por debajo de Racing), el hecho de fallar en determinadas zonas del campo hace que el equipo quede descompensado y sufra en los retrocesos. Con el tiempo, esta problemática fue mejorando, aunque todavía quedan expuestos en partidos de gran relevancia, como por ejemplo el 0-3 en la Bombonera, o las dos derrotas ante «La Academia» en el Cilindro de Avellaneda.
Es muy difícil no ver a un Vélez superior desde la propuesta inicial ante cualquier rival, aunque la falta de jerarquía en varios puestos provoca que un partido casi perfecto desde lo táctico quede manchado o con sabor a poco por la falta de gol y algunas desatenciones defensivas. Sería desatinado afirmar que, con jugadores de mayor renombre, esto mejoraría, ya que es de público conocimiento el duro carácter de Heinze en los entrenamientos, algo que no cualquier jugador podría soportar. Por nombrar solo un caso, en la previa del partido ante Temperley en la Superliga 2017-2018, el entrenador decidió apartar de la concentración a Santiago Cáseres por una supuesta mala conducta (nunca trascendió el verdadero motivo), lo que demuestra que la disciplina en el grupo está entre los primeros estamentos. Quizás el hecho de exigir tanto en cada práctica produce un desgaste emocional en el jugador, punto que no interesa demasiado en las altas esferas del periodismo argentino de la actualidad, pero que sin dudas marca también la forma de trabajar de los entrenadores en el día a día.
La euforia de una buena porción de los hinchas tiene su explicación en el afán de sostener una idea de juego. “El equipo volvió a jugar a algo”, expresan con los brazos abiertos y los ojos saltones. Claro, reconocen que hay un trabajo en la semana, que hay una idea más allá del resultado, que se puede criticar porque, obviamente, no todo sucede como se espera. Eso genera Gabriel Heinze, una especie de amorío adolescente, donde un día son inseparables y al otro nada tiene sentido. Ahora se avecina un nuevo mercado de pases, en el que primará la mezquindad por sobre el despilfarro, sosteniendo la base que se viene consolidando desde hace un año. Los cánticos de banca al DT se hicieron desear, pero forman parte de un agradecimiento al trabajo y una devolución de optimismo que el mismo Heinze pregona, con sus virtudes y defectos antes mencionados.
La dirigencia, los empleados y los jugadores deberán seguir lidiando con sus locuras hasta, al menos, mediados del año siguiente, cuando las opciones sean la renovación (complicada, por cierto) o un destino que lo haga crecer como profesional en otra liga del mundo, algo que coincide con sus intenciones. Lo cierto es que, mientras continúe gestualizando, haciendo muecas irreproducibles, chiflando, dando una indicación atrás de la otra, habrá gente detrás que lo banca, y eso es mérito propio del míster.
- AUTOR
- Juan Podestá
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