América
Recordando goles históricos: Ronaldinho a Seaman
Corría el mes de junio del año 2002. Los futboleros recordaremos ese año por la Copa del Mundo, como solemos hacer para cualquier situación de la vida. Todo lo que nos suceda en la vida tendrá su punto de referencia en un Mundial. “Me lesioné un mes antes de Francia 98”, o “me casé justo un mes después de la final de Alemania 2006”, o “el equipo de mis amores salió campeón en el torneo que justo coincidía con el inicio de Italia ’90”. Pero ese Mundial, celebrado en Corea y Japón, contaba con un aliciente especial, una situación que probaría al máximo el status del futbolero promedio. ¿Por qué? Simplemente porque se desarrolló exactamente al revés de nuestra realidad, si acá era de día, allá era de noche -mejor dicho- de madrugada. No sólo eso, sino que además, ambos países anfitriones se destacaban por sus imponentes estadios, con una infraestructura y tecnología dignas de naciones futuristas. Era todo nuevo, también por el hecho de jugarse a tan larga distancia con el occidente, por primera vez en toda la historia en el continente asiático. Como dato destacable, se puede agregar que existía, ya desde Francia ’98, el sistema de gol de oro (anotación en el alargue que significaba la victoria de manera automática), que la FIFA terminó por abolir en 2004.
21 de junio de 2002. Ya se estaban jugando los cuartos de final por aquel momento, con los argentinos disfrutando el certamen, como podíamos, eliminados hacía rato. Se enfrentaban en la ciudad de Shizuoka, Japón, a las 15:30 hora local (3:30 de la madrugada en nuestro país) Inglaterra y Brasil. Era difícil elegir a uno de los dos como ganador, no por sus características futbolísticas, claro, sino por una rivalidad histórica con ambos países. Brasil iba en busca del penta, e Inglaterra, que nos había hecho pasar un mal trago en fase de grupos, buscaba su segunda conquista mundialista.
Aquel día sucedieron varias cosas que son dignas de analizar pero, esta vez, nos vamos a detener en una jugada específica del partido. Desandaba el minuto cuatro de la segunda parte con el partido 1-1, gracias a la apertura del marcador de Michael Owen a los 23 del primer tiempo y el empate de Rivaldo sobre el final del mismo. Paul Scholes, histórico mediocampista del Manchester United, le comete una infracción a Kléberson a unos 40 metros del arco, del lado derecho del campo en que atacaba Brasil. Fue una patada innecesaria, puesto que el volante brasileño se encontraba de espaldas al arco, sin opción clara de pase más que alguna descarga hacia atrás. Sin embargo la arremetida del colorado fue contundente para que el árbitro pitara la falta. Luiz Felipe Scolari, en los encuentros previos, se había decidido por Juninho Pernambucano en lugar de Kléberson. Cosas del destino, o quizás no, si estaba Juninho en el campo el dueño de la pelota parada no hubiese sido otro que él. Pero no fue así. Allí estaba Ronaldinho Gaúcho, con la 11 en la espalda, de camiseta color azul oscuro, como acostumbra a usar la Canarinha en algunas ocasiones.
Acomodó la pelota donde le indicó el árbitro mexicano Felipe Ramos Rizo -en aquel momento sin aerosol 9.15- y levantó la mirada buscando a sus compañeros dentro del área. Allí lo esperarían preparados para la acción cinco jugadores con altura, entre ellos Roque Júnior, Lucio, el propio Kléberson, entre otros. Esperaban nada menos que la precisión del crack gaúcho, un centro que tuviera la comba perfecta para que cayera en el punto penal y alguno impactara de cabeza. Tengamos en cuenta que, generalmente, el encargado de ejecutar de ese lado del campo es un futbolista zurdo, para complicar la tarea de los defensores y arquero rival.
No obstante, la realidad fue otra, bien distinta. Quedará en la consciencia de Ronaldinho si su intención fue tirar el centro o patear al arco. La realidad es que David Seaman estuvo siempre bien ubicado dentro del área chica, aguardando una posible salida para descolgar. La comba que agarró esa pelota fue digna de una película con incontables premios Oscars, una verdadera delicia. En el aire, Seaman notó que lo que parecía un centro más de los cientos que le habían tirado en toda su carrera, se transformaba en desolación y entrega. El retroceso hacia el arco en busca de lo inevitable fue tan torpe que no hizo más que quedar en ridículo ante las miradas atónitas de los presentes en el Ecopa Stadium, hasta del mismo Ronaldinho. Aquel balón ingresó al arco en el último cuadradito de red del segundo palo, ese lugar donde es casi imposible colocarlo, desafiando la contextura del palo y el travesaño.
Disponemos de una simple ayuda que nos hace pensar que Ronaldinho eligió patear ahí, y es que Felipe Ramos no había terminado de pitar que ya la pelota se encontraba en el aire, sin siquiera haber levantado uno de los brazos para indicar alguna acción preparada. Fue una reacción inconsciente. Eso sólo lo pueden lograr los distintos, los elegidos, y este muchacho es uno de ellos. La magia del 11, ese día, fue más que todo. Muchos podrán decir que Seaman tuvo alguna responsabilidad, pero crean que jamás un arquero podría pensar que un ser humano fuera capaz de colocar la pelota ahí. De hecho, 14 años más tarde, en un partido benéfico celebrado en Old Trafford, Seaman y Ronaldinho se volvieron a ver las caras y recrearon aquella jugada, entre risas, y la historia terminó como todos preveían: la pelota alcanzó a llegar a la cuarta bandeja de palcos que se encuentran detrás del arco, para que algún fanático se la llevara a su casa como recuerdo.
Volviendo al partido que nos compete, lo sucedido después de ese majestuoso gol sólo sirvió para condecorar esta historia, ya que cinco minutos luego, Dinho arremetió con una plancha descalificadora al central inglés Danny Mills y vio la roja directa, dejando con diez a los suyos por más de 40 minutos nada menos que en cuartos de final de una Copa del Mundo. En otro momento, discutiremos si realmente mereció la roja. Por suerte para él, para el equipo y para los casi 200 millones de habitantes del Brasil, ese día no pasó nada más que dejara boquiabiertos a todos, y fue así que los dirigidos por Felipao Scolari allanaron su camino hasta que, finalmente, se alzaron con el pentacampeonato.
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- AUTOR
- Juan Podestá
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