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Ritual de lo casual
Un golpe de color. Un estallido cromático en medio de esa luz tenue, tan típica de las islas del Reino Unido aún en momentos de pleno sol. Eso fue el advenimiento de los “casuals” (con pronunciación con acento en la primera “a”) dentro de la inmensa paleta contracultural británica. Juega el Liverpool y es 1977, algunos Skinheads hacen esquina en un pub cercano a Anfield, miran de reojo a todo el mundo, toman cerveza y fuman de costado. La mayoría de los transeúntes son hombres que apuran el paso para entrar a un estadio casi completo desde temprano, y es que el equipo es una maquinita y sigue firme en la Copa de Campeones de Europa que en poco tiempo ganará.
Hace unos meses, unos chicos raros andan rondando las tribunas del mítico recinto de los Reds. Son hijos de la clase obrera al igual que los punks que ahora mismo inundan todo el Reino Unido, y es que están en pleno auge debido a la reciente edición de Never Mind The Bollocks, disco debut y despedida de los Sex Pistols. Pibes que se tienen que conformar con un trabajo mal pago, o a veces ni siquiera eso. A los cuales la crisis económica que abruma a Inglaterra castiga sin piedad. Igual que los souls boys o que los mismos skinheads, y que los mods.
Nadie sabe a ciencia cierta como aparecieron, pero es claro es que sobresalen. Se visten tan bien, con tanto estilo, que parecen más preocupados por su apariencia que por el partido, aunque no sea cierto, o quizás sí. Es un nuevo grupo que parece prepararse especialmente para ir ver a los Reds. Al principio fue el pelo. La influencia que siempre tuvo David Bowie en los jóvenes británicos, ahora se trasladó a las tribunas. En este año, el «Duque Blanco» editó Low, un LP rupturista en lo musical y en lo estético, y su peinado de la tapa del disco, inquietantemente ambiguo para la época, comenzó a replicarse entre los hinchas más jóvenes. No sólo eso. Aparecieron en las gradas los jeans que al principio eran Levi’s o Lois y que suplantaron a los típicos pantalones de vestir como así también a las zapatillas deportivas, preferentemente Adidas.
De a poco el paisaje fue cambiando en las tribunas. Cada vez eran más los chicos con cabezas rapadas que mutaron a los mismos chicos, pero con el pelo más largo y prolijo y ropa nueva para formar parte del selecto grupo que revoloteaba los alrededores, ya no solo de Anfield sino también de Goodison Park y en todo Merseyside. Así, el término “scallie” para nombrar a esta nueva costumbre terminó por imponerse para reconocer a esta incipiente subcultura que se estaba gestando. Cerca de Liverpool, en Manchester, estaba ocurriendo paralelamente algo similar con los seguidores del United. Los grupos de hinchas más jóvenes se dejaban ver con una marca que prevalecía ante el resto, la de Fred Perry, seguramente heredada de los mods y skinheads de finales de los ’60 que ya desde hacía tiempo eran mayoría en los fondos de Old Trafford. Por eso a los de esa ciudad se los conoció como “Perry boys”.
Pasaron los meses y llegó el invierno, con el inminente arribo del nuevo año, 1978. El frío se mete en lo profundo del ser y la lluvia es una tortura persistente. Hay que abrigarse, y por eso los “scallies” pusieron manos a la obra y abrieron el abanico de la indumentaria para tener el mismo charme que en el verano, pero a la vez, estar bien cubiertos. Los distintos tipos de prendas de abrigo irrumpieron esta vez en las canchas. Pilotos, rompevientos, camperas, cada producto tenía que ser de una marca particular y un modelo específico. La cosa se empezó a complejizar. Por ejemplo, si alguien usaba sweater, ese debía ser marca slazenger y escote en V. El rompe vientos Adidas ST2 azul con las tres tiras hasta el final y bolsillos adelante, de ser posible rojos por dentro y con capucha desmontable. Todo tenía una opción B, pero muy pocas la C.
La ropa se volvió una obsesión, donde la competencia por ver quien estaba un paso adelantado en el outfit que marcaba la tendencia y la mirada del otro tomaban un protagonismo exagerado. El “casualismo” o la cultura “casual” se sometía a rápidos cambios y adquiría sus propios códigos, con la diferencia de que en lugar de engendrarse en los suburbios de Londres con la música como estandarte y principal conducto de conexión por delante y los demás intereses comunes detrás, esta surgía en las tribunas de un estadio de una ciudad muy particular como Liverpool y eso era motivo de orgullo para sus integrantes, siempre a la sombra de las noticias de la capital.
Sus miembros crearon un portfolio de vestuario que se fue sofisticando de manera constante, con la intención de crear un grupo de pertenencia con fuertes lazos reconocibles solo por ellos. Cuanto más costosa era la prenda mejor, y si la misma era una edición limitada mucho más. Cuanto más costaba conseguirla, incluso si había que recorrer varios kilómetros para ello e investigar dónde se podía encontrar por ejemplo el último modelo de Puma, ya era el sumun y el nivel de respeto en la comunidad aumentaba. Si las Adidas samba ya habían adquirido demasiada notoriedad y las tenía todo el mundo, entonces mejor era tener las Adidas Forest Hills, que eran una verdadera joya de colección para los primeros “scallies”, ya habían entrado al país menos de 500 pares.
Al mismo tiempo, nuevas marcas aparecían y se sumaban al selecto grupo de aceptación de portabilidad. Llegó un momento en que las tiendas no alcanzaban a reponer la mercadería y ya el objeto de deseo de los “scallies” había cambiado. Todo demasiado rápido para chicos de una clase donde el dinero no sobraba, en medio de una recesión económica aplastante, y por eso a la violencia hooligan que iba en aumento a principios de la década del 80 se sumaban, con cada pelea de pandillas, los robos de camperas y zapatillas. Porque, si bien no todos los que se sumaban a esta nueva cultura hablaban el idioma de las piñas, ya la mayoría de los chicos rudos de las diferentes «firms» de la ciudad (pequeños grupos organizados para pelear con las firms rivales) sí se habían cambiado a esta nueva forma de ver el fútbol.
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Mientras tanto la pelota corría. El campeonato inglés y las respectivas copas se jugaban a estadios repletos, al borde del colapso y no tardó en llamar la atención en otras ciudades esas hordas de desquiciados muy bien vestidos que bajaban desde los trenes provenientes del norte. En Londres, los primeros en notarlo y apuntarse fueron los del Tottenham y los del West Ham. A partir de ellos, el casualismo se regó por toda la isla. En Yorkshire los del Leeds y los de Sheffield. En Birmingham los del Aston villa y hasta los escoceses, principalmente del Aberdeen y Motherwell. En el sur, los de Portsmouth fueron los principales exponentes. Cada uno fue creando su propio estilo y variantes del movimiento. Obviamente, con la ropa como estandarte principal. Si en Upton Park los del West Ham preferían las camperas aviadoras, quizás los del Arsenal se vestían con ropa deportiva y los del Tottenham con los camperones cagoule. También en cada lugar la denominación cambiaba. Mientras en Liverpool se autodenominaban “scallies” y en Manchester “Perry Boys”, en el sur del país se los llamó “Dressers”
El año 1980 fue el de la gran expansión y mientras eso pasaba, llamó la atención lo que ocurría en los courts de tenis. El Grand Slam de Wimbledon gozaba de una de las épocas más prolíficas en cuanto a interés y competitividad. Los grandes duelos entre los mejores tenistas del momento, muchachos llenos de dinero, fama y por supuesto excelentemente vestidos, hicieron que los jóvenes cultores del casualismo, que a esa altura ya estaban diseminados por toda la isla, se fijen en las nuevas firmas que patrocinaban a John Mc Enroe, Bjon Borg, Guillermo Vilas o Jimmy Connors. Principalmente la francesa Lacoste y las italianas Ellesse, Fila, Diadora y Sergio Tacchini. Marcas desconocidas, hasta el momento, en las islas británicas y que eran imposibles de acceder a ellas en el Reino Unido, lo que las hizo más apetecibles aún.
También fueron años dorados para el fútbol inglés en cuanto a resultados. Los equipos de ese país eran protagonistas de todas las copas europeas (cualquier similitud con la actualidad es pura coincidencia). Salvo en las finales del ’76 y el ’83, entre 1974 y 1985 siempre algún club inglés fue campeón o finalista de la Copa de Campeones. Coincidiendo con los años de desarrollo del nuevo movimiento casual. Cuenta la leyenda que, en los viajes de los hinchas por las distintas ciudades europeas, grupos de chicos ingleses arrasaban de forma literal, es decir sin pagar por lo que consumían, los locales de estas marcas en Milán, París o donde les tocara jugar y volvían a Inglaterra repletos de novedades.
La ropa deportiva y colorida empezó a ser la vedette de esta sub cultura y comenzó a llamar la atención del resto de la sociedad. Es que ya su pavoneo no se suscribía sólo a las tribunas, sino también a los bares y discotecas, donde los hooligans se mostraban después de los partidos. Tal es así que, en 1983, la revista especializada en moda “The Face” publicó el primer reportaje que hace mención a un grupo de chicos amantes del fútbol que se visten con lo último y marcan tendencia. Por primera vez se los mencionó como “CASUALS”.
A muchos no les gustó la nueva denominación. Lo vieron como una intromisión del afuera a algo que les pertenecía solo a ellos y la banalización que generalmente hacen los medios cuando intentan hablar de lo que no conocen ni comprenden. Con la evolución también se profundizaron las diferencias regionales y la preferencia por algún tipo de indumentaria según de dónde eran las pandillas. Esos años estuvieron marcados por las políticas de la Primer Ministro Margaret Thatcher, en contra de las clases menos favorecidas, que hicieron que creciera drásticamente la desocupación y así miles de jóvenes quedaron con mucho tiempo libre. Y qué mejor lugar para descargar su frustración que en los campos de fútbol.
Así como la desesperanza fue en aumento, también lo fueron los incidentes dentro de los estadios. Primero, con grandes desmanes o peleas entre distintos grupos de hooligans antes, durante y después de los partidos. Incendios de recintos, con muertos y varios heridos, como lo fue el de la tragedia de Valley Parade, estadio del Bradford, el día en que se jugó la final por el ascenso en la Tercera División frente al Lincoln F.C., donde murieron 56 personas en 1985.
Enfrentamientos, especialmente violentos, donde las ciudades eran tomadas por asalto por grandes grupos de muchachos alcoholizados y que requirieron una intervención total del estado para controlar lo que estaba descontrolado. Ya estos grupos potencialmente peligrosos fueron seguidos más de cerca por la policía y las estrategias para las peleas cambiaron. Ya no iban en masa a las canchas. Se juntaban en pequeños grupos para atacar en los pubs donde se congregaban los grupos rivales y las hinchadas empezaron a ser imposibles de controlar para las autoridades.
El punto de inflexión fue la tragedia de Heysel. Aquella final de Copa de Campeones de Europa que enfrentó a la Juventus y al Liverpool donde más de 25 mil ingleses viajaron a Bélgica y que terminó con la muerte de 39 personas. Significó la prohibición a los clubes ingleses de participar de las copas europeas por cinco años y sirvió como excusa del gobierno de Thatcher para iniciar un proceso de expulsión de las clases populares de los estadios de fútbol. Las entradas se fueron encareciendo llegando a ser imposibles de pagar para un trabajador con salario básico, y mucho menos para un desocupado que cobraba su seguro de desempleo mes a mes. También comenzó la paulatina modernización de los estadios y el remplazo de las viejas gradas por asientos, y el de las personas que los frecuentaban.
Por fuera del fútbol, otros procesos culturales estaban forjando cambios profundos en las costumbres de la sociedad. Desde Estados Unidos cruzaba el océano un nuevo estilo influenciado por la música electrónica nacida en Europa, pero filtrada en las fábricas y galpones abandonados de Detroit. El House llegaba al Reino Unido apuntalado por Tony Wilson, personaje mítico de los suburbios de Manchester, productor musical y dueño de The Hacienda, una de las discos más emblemáticas de la ciudad. Allí y en otros locales donde los nuevos héroes de las bandejas hacían bailar a la multitud, se congregaban también los viejos “casuals” desencantados con la imposibilidad de seguir viajando para ver a su equipo. Si antes era ir a la cancha y después a divertirse, a partir de 1985 se los empezó a ver solo en la noche. El interés del movimiento por el fútbol quedó adormecido o reprimido y los boliches ingleses se vieron atestados de chicos con ropa Adidas, Kappa, Fila, que movían sus cuerpos al ritmo de los DJs del momento.
Muchos de los que antes se buscaban para pelear, ahora se encontraban en las discos y compartían cervezas y una nueva droga de moda: el éxtasis. Tal fue la influencia de los “casuals” en el ambiente que muchas bandas mundialmente conocidas empezaron a copiar su estilo. Stone Roses, Happy Mondays y las bandas del llamado movimiento “Madchester”. También las gigantes como Oasis o Blur solían vestirse a la moda casual. La evolución del movimiento siguió su curso, pero esta vez por afuera de la pelota, aunque siempre bajo un velo de exclusividad que logró que se mantenga encapsulado en Gran Bretaña. Nuevas marcas como Armani o Stone Island aparecieron siempre con la premisa de que el que estaba un paso adelantado a la moda era el más respetado del condado.
Ya en el nuevo milenio, la aparición de películas como Awaydays o Green Street Hooligans le abrieron las puertas a la masividad al movimiento. Siempre en la versión más sensacionalista posible, hicieron que el mensaje llegue muchas veces distorsionado al resto de los países. Hoy la sub cultura casual tiene adeptos en toda Europa. Las redes sociales contribuyeron a la expansión y hay todo un negocio multimillonario detrás. Las casas de ropa emparentadas, sacan cada vez más diseños exclusivos.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo y por qué empezó todo. Existe poca información confiable al respecto. Quizás el trabajo más serio escrito en español es la tesis del historiador Cesar Rodríguez Blanco: “Los orígenes de la cultura casual: hooliganismo y moda en Gran Bretaña”, y algunos libros escritos en inglés por protagonistas directos de la escena como Phil Thornton y su libro “Casuals. Football, fighting and fashion, the story of a terrace cult”. Pero darse una vuelta por YouTube o por Instagram da una idea de hasta qué punto llegó el casualismo en nuestros tiempos en cuanto a la obsesión por obtener un artículo exclusivo. Existe en los últimos años un revival que intenta traer a nuestros días esos años maravillosos del fútbol, perdidos por la descontrolada mercantilización, pero todavía el movimiento casual se mantiene como un elegante secreto oculto.
- AUTOR
- Horacio Ojeda
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