Copas selecciones
Rotura de paradigmas cruzados
Un 10 de enero de 2017, en medio de un calor insufrible que azotaba la capital del país con ánimos de voltear a los más débiles, la entidad más importante del fútbol decidía del lado norte del hemisferio que la Copa del Mundo ya no la jugarían 32 selecciones, sino 48. Así, sin más. Con sus inasequibles vestimentas, tan diferentes a las que uno suele ver en un estadio tanto dentro como fuera del campo, Gianni Infantino venía a romper un paradigma.
Cambiar el cupo de participantes en un Mundial es algo que genera un impacto monumental pues están modificando promedios de rating altísimos, merchandising, turismo, infraestructura, pero sin dudas que lo que más molesta (o no) a los futboleros es que los sacan de una zona de confort: 32 equipos, 8 grupos de 4, clasifican los primeros 2 a octavos de final y punto. Qué tan difícil. Bien. Lo que se decidió aquella tarde de enero fue romper el «comodómetro». Las razones por las que elevaron el número no vienen al caso, en definitiva lo hecho, hecho está y no muy claro quedó el porqué, pero sí que es interesante saber cómo se dieron los cambios abruptos anteriores porque -no se puede ser necio- desde 1930 a la fecha las ediciones han sufrido una metamorfosis destacable.
Uruguay 1930 fue el primero de 21 mundiales en la historia. 13 selecciones fueron partícipes, y el formato tuvo sus particularidades. Tres grupos de tres equipos y uno de cuatro y los primeros de cada uno accedían a la semifinal. Imaginen el nivel de desconfianza que se manejaba ya hace casi 90 años que el sorteo y las reglas se decidieron cuando los 13 contendientes se encontraban en tierras uruguayas, para evitar suspicacias.
Ya en 1934, al elevarse el número de 13 a 16, se modificó el formato de manera sustancial y la FIFA decidió hacer algo más sencillo (increíble, ¿no?). Cabezas de serie dispuestas de manera un tanto arbitraria, eliminación directa a partido único a partir de octavos y punto final. Un partido a todo o nada. Plata o plomo. Todavía resulta raro entender cómo las selecciones no europeas como Egipto o las sudamericanas permitieron realizar semejante movilización para jugar quizás solo un partido. En fin, en Italia estaba Benito Mussolini al pie del cañón, se harían las cosas como él quisiera y los demás respetarían. Así fue. En 1938, el formato se mantuvo pero la anexión de Austria al imperio alemán provocó la baja de una selección, por lo que clasificaron 15. El único sudamericano en participar fue Brasil, sin embargo lo más sorprendente fue que dentro de los 15 participantes se encontraban Cuba e Indonesia, hoy sin una selección competitiva.
La Segunda Guerra Mundial dejó huellas imborrables en el continente europeo y se diversificaron hacia el resto del planeta. La Copa del Mundo no quedó exenta de cambios. Vuelta a Sudamérica (esta vez Brasil), menos selecciones que en la última edición (sólo 13) y, lo más significante, certamen sin final. Claro, el famoso «Maracanazo» no fue una final, sino el último partido de una liguilla compuesta por los cuatro equipos vencedores en sus grupos. Uruguay, entonces, quedó primera en ese mini-torneo. Toda una rareza ya que fue la única edición que dispuso este formato sin una final a partido único.
Suiza 1954 sin dudas pareciera haber estado organizado por la FIFA del siglo XXI. Es complicado entender por qué decidieron utilizar un formato tan rebuscado, pero atención, porque puede que haya coincidencias con el que se utilice en 2026. 16 equipos, cuatro grupos de cuatro equipos, los primeros dos de cada grupo pasaban a cuartos. ¿Dónde está lo complicado? No jugaron todos contra todos en cada grupo, sino que se estableció un sistema de cabezas de serie elegidos a dedo, dos por grupo, que no se podían enfrentar entre sí. Además, se estableció el sistema de tiempo extra en la primera fase (algo que puede suceder nuevamente en 2026), pero con la particularidad de que si persistía el empate en los 120 minutos, el encuentro finalizaba igualado. Como decir, básicamente: «les doy 30 minutos más para ver si alguno gana, si no, queda el partido empatado». Una locura. Ante igualdad de puntos, se disputaba un partido desempate para definir al clasificado. En Suecia 1958, la configuración del torneo no sufrió modificaciones considerables, sólo se abandonó la elección de los cabeza de serie y se organizó, como hasta ahora, en los famosos bombos para agrupar a los clasificados. Entre 1962 y 1970, sólo se rehusaron al partido desempate e incorporaron el sistema de diferencia de gol, así los 16 equipos se aseguraban los tres partidos inamovibles.
En 1974, si bien se continuaba con el cupo limitado de 16 selecciones, se decidió cambiar el formato en segunda ronda. En vez de clasificar a cuartos de final, los ocho países en busca de la copa se agruparon nuevamente en dos grupos de cuatro equipos, donde los primeros disputarían la final, y los segundos el partido por el tercer y cuarto puesto. Esto modificó la cantidad de partidos que una selección necesitó para consagrarse, es así que Alemania, campeona en esta edición, puede regodearse con que campeonó «jugando los siete partidos». Argentina 1978, cuestiones políticas aparte, mantuvo la misma organización que el Mundial anterior.
Todo cambió para 1982. La FIFA dio el primer cimbronazo con la Copa más importante. 16 equipos parecían pocos teniendo en cuenta que ya había muchos países fuertes que quedaban sin un lugar. El número de selecciones participantes ascendió a 24, es decir que se agregaron ocho nuevas plazas distribuidas por todas las Confederaciones, a diferencia de esta nueva decisión de elevar en en un 50% la cantidad (de 32 a 48). Esta edición tuvo una particularidad, diferente a las subsiguientes a pesar de mantener el número de participantes (hasta 1994) y es que si bien se decidió implementar seis zonas de cuatro equipos cada una, la segunda fase volvió a disponer de tres grupos de cuatro equipos con los 12 clasificados, para luego determinar a los semifinalistas. En 1986, 1990 y 1994, la primera fase fue idéntica a la de 1982, pero se implementó la clasificación a la segunda fase de los mejores cuatro terceros, entonces 16 equipos serían los que avanzaran a octavos de final.
Ya para 1998, FIFA dio otro golpe. 24 eran pocos. Casi 200 países se jugaban un lugar. Era un hecho divino para algunos acceder a la máxima contienda. 32 era el número. Formato fácil de llevar a cabo, quizás con mayor lugar a especulaciones, pero accesible al fin, y con la particularidad de que en 1996 se había decidido implementar el gol de oro en los tiempos extra. Francia 1998 y Corea-Japón 2002 tuvieron esa novedad, buscando atrapar al público y llevando a una intensidad y nerviosismo insólito en los jugadores. Por suerte, en 2004 se dijo basta. Hasta 2018, el formato se mantiene tal cual lo conocemos. Ocho grupos de cuatro selecciones, clasifican a octavos las dos mejores por zona. Sin embargo, Rusia 2018 trajo consigo dos nuevas reglamentaciones que dieron que hablar: la primera, en menor medida, la implementación del cuarto cambio en los tiempos extra y, la segunda, muy polémica por cierto, fue la llegada del VAR.
Volviendo a aquel enero de 2017, en el que los genios de traje dispusieron una elevación de 16 equipos de un tiro, significó un antes y un después en el fútbol. ¿Es necesario ampliar el número? ¿Mantendrán el nivel futbolístico las 16 selecciones entrantes? ¿Será campeón alguno de los ciento y pico de países que no pertenecen al selecto grupo de ocho campeones del mundo? Todas preguntas que no tienen una única respuesta. Lo que sí es sabido es que cambiarán muchas cosas: proceso eliminatorio distinto ante la ampliación de cupos, nuevo formato de competición que aún no está definido, ampliación de clasificados por confederación, entre otras. Varios rumores acercaron la posibilidad de que este formato ya tendría lugar a partir de Qatar 2022, aunque aún no hubo parte oficial. Con seguridad estará implementado para 2026, certamen que se disputará por primera vez en tres sedes: Estados Unidos, México y Canadá. Será una transformación que a algunos les costará asimilar, otros la aceptarán sin más reparos y, otros tantos, la defenderán con uñas y dientes.
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- AUTOR
- Juan Podestá
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