#Rusia2018xCR
Rusia siempre estuvo a la altura
Adaptarse a los contextos que una competición como la Copa del Mundo presenta no es una virtud de la que muchos seleccionados gocen. Menos, cuando el talento no sobra en el plantel. Aún con sus limitaciones, Rusia plantó cara como anfitriona y estuvo a la altura. Superó las expectativas iniciales, que indicaban una rápida eliminación teniendo en cuenta los más de ocho meses sin triunfos antes del debut en el estadio Luzhniki. Pero la dinámica se alteró y los pronósticos cambiaron, más allá de un grupo en el que no hubo rivales de gran peso y en el que cayó por goleada ante Uruguay, favorita desde el primer juego a quedarse con el primer puesto de la zona.
Stanislav Cherchésov, ese hombre que tiene una amistad con Vladimir Putin, de aspecto severo, semblante serio y al que casi nunca se lo vio taciturno, se exhibió carismático siempre que clamó por el aliento popular desde las tribunas. Rusia sacó gran provecho del empuje que brinda ser anfitrión, aunque a ello le agregó convicción en su plan y la capacidad de llevarlo a cabo incluso con modificaciones, tanto en nombres como en la altura de la defensa. Los dueños de casa respetaron su libreto, matices de por medio a partir de los adversarios de turno. De esa manera, consiguió situarse entre los ocho mejores, quedando por delante en la tabla definitiva del certamen de varios combinados poderosos.
La lesión de Alan Dzagoev en el primer juego pareció ser uno de los mayores contratiempos, aunque se adaptó con una variante que incluso mejoró el funcionamiento ofensivo. Aleksandr Golovin, llamado a ser el próximo líder de su selección, centró su posición en la línea de mediapuntas y, desde allí, fue más peligroso que por una de las bandas. El cambio de posición del ‘10’ se mantuvo durante la Copa, por dentro aportó desequilibrio y su pausa característica. Además, la entrada de Denis Cheryshev dio un salto de calidad en el equipo, no sólo en ese primer juego en que despachó a la débil Arabia Saudita.
También fue definitivo en el equipo el ingreso de Artem Dzyuba, el hombre clave de Rusia en su travesía por el Mundial. Fue su mejor arma y ya no salió del equipo una vez ingresó y convirtió en la presentación (anotó también ante Egipto y España). Capaz de descargar cualquier balón enviado desde la defensa, se transformó en el principal recurso colectivo para asentarse arriba. Dzyuba se imponía en lo alto, apoyaba y el bloque subía en paralelo. El conjunto comenzaba a jugar en pocos metros en campo rival, e inmediatamente presionaba arriba una vez perdía la pelota. Así, lograba disimular sus defectos, presentes en la salida de balón y el retroceso en transiciones defensivas.
Con el paso de los partidos también creció la figura de Mario Fernandes, el lateral brasileño al que la nacionalidad le salió en tiempo récord dado que la selección lo necesitaba. Sin mucha influencia desde los primeros metros, se ofrecía al espacio para el envío de pases largos en diagonal desde la mitad del campo. Representó otra vía para subir. Si bien al equipo le faltaba progresión entre líneas, conseguía pararse en tres cuartos de cancha con sus recursos. Ya en esos sectores, aparecían las condiciones de Golovin y Cheryshev, o las conducciones de Aleksandr Samedov.
Rusia jugó siempre partidos similares, aunque diferentes por las pequeñas introducciones tácticas que fue introduciendo. La influencia de Dzyuba tuvo su funcionalidad en todo momento, pero sus repliegues bajos, graníticos y férreos, le permitieron llegar a cuartos de final y arrastrar hasta la serie de penales la definición ante Croacia. Frustró una y otra vez a España, la selección de Fernando Hierro que rompió el récord de más de mil pases dados en 120’ pero que nunca supo cómo usar eficientemente el balón. Parado en 5-4-1, los de Cherchésov rara vez se desplegaron en ataque, pero tuvieron en Ilya Kutepov y su doble pivote los puntos altos para cerrar líneas de pase y obturar los carriles.
Precisamente los dos volantes centrales merecen un párrafo aparte. Dieron significado al equilibrio desde el día uno, sobre todo Roman Zobnin, barriendo el ancho del campo, relevando a cada compañero y haciéndose espacio para atacar el área. Sus laderos variaron en la medular, fue primero Yuri Gazinsky y luego Daler Kuziaev, y ambos entraron en la sintonía del futbolista dueño de la mitad del campo.
Existieron ciertas deficiencias en la defensa del área, junto a una última línea que quedó muy expuesta cada vez que le tocó defender a campo abierto, y los reemplazos de los laterales no dieron el resultado esperado (Igor Smolnikov por derecha, y Fedor Kudryashov en la banda opuesta, en lugar de Yuri Zhirkov). Igualmente, Rusia respetó su plan y, además de poner fin a aquella racha sin victorias en el día inaugural, fue prolija en sus intenciones.
Millones de hinchas festejaron el pase a octavos de final y, cómo no, la clasificación a cuartos de la mano de Igor Akinfeev, que tapó el penal decisivo de la serie. Los hinchas del país más grande del mundo salieron a la calle con el bigote de cotillón que homanejeaba a su entrenador, algo que también se vio en los principales programas de televisión rusa. Vladimir Putin quería realizar un Mundial perfecto que borrara del imaginario global la mancha del dóping de estado en los Juegos Olímpicos de Invierno de hace cuatro años, aunque seguramente no imaginó el gran renidmiento que fuera a tener la selección del país que preside desde el inicio del presente siglo.
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- AUTOR
- Nicolás Galliari
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