Historias
Seguidores absortos
Un oasis en medio de la catástrofe. El 24 de abril de 1915, dos días luego del comienzo de la segunda Batalla de Ypres, una sangrienta saga de combates llevados a cabo en Bélgica durante la Primera Guerra Mundial, Old Traford albergaba la final de la FA Cup 14/15. Un Sheffield United, de entonces tan solo 25 años de trayectoria, se coronaba campeón por tercera vez del torneo de fútbol más antiguo del mundo. En el posteriormente llamado «Teatro de los Sueños», un Chelsea humilde, no poseído por magnates rusos, perdía por 3-0 y se tendría que conformar con un subcampeonato.
A mediados de 1914, una vez declarada la Primera Guerra Mundial, se pensaba que el conflicto iba ser una cuestión de un par de meses solamente. A pesar de ello, las muertes aumentaban al mismo tiempo que avanzaban las tecnologías bélicas. Apenas estalló esta contienda mundial, la federación de rugby suspendió los partidos. De la misma manera, la temporada de cricket no se jugaba desde el mes de septiembre de 1914. No obstante, aquel 24 de abril de 1915, en los hinchas que viajaron desde Yorkshire hasta Manchester primaba la euforia, eran campeones otra vez.
Entonces, aquel iba a ser uno de los últimos partidos de fútbol en Inglaterra, hasta que terminara la Gran Guerra, cuatro años después. La presión de autoridades e intelectuales ajenos al fútbol y la creación de un batallón de futbolistas forzaron la paralización de la pelota. Más de cien años han pasado y, nuevamente, en Inglaterra, se produce un oasis. Corría el minuto tres de alargue de los octavos de final de la Champions League y la épica del técnico del Atlético de Madrid, Diego Simeone, tambaleaba. El 2-0 de Roberto Firmino le otorgaba la clasificación al Liverpool y, una vez más, los dirigidos por Jurgen Kloop lograban la hazaña. El You’ll never walk alone se entonaba más fuerte que nunca.
Los tres mil hinchas del Colchonero agonizaban. El viaje al Reino Unido estaba costando caro sin el pase a cuartos de final. La burocracia del aeropuerto, los controles por el coronavirus y el uso de mascarillas… no parecían valer la pena. Sin embargo, la épica llegó. Un Marcos Llorente iluminado anotó por dos, y asistió en el tercero y consagrador gol, de una remontada de los madrileños. La algarabía era total: el Cholo corrió por todos lados, los hinchas se amontonaron en la popular visitante y una nueva noche mágica de Champions quedó en la historia.
La odisea, con vuelta a Madrid, iba a ser un recuerdo feliz. Nada importaba. Ni siquiera la recién llamada pandemia que atentaba contra Europa y el pedido del gobierno español de no viajar. No cabían espacios para cuestionarse por qué en Valencia, donde se disputaba otra de las llaves de octavos de final del torneo europeo, se jugó sin público y en este caso no. Probablemente, al momento en que el delantero del Atleti Álvaro Morata, mediante un gol resolvió la eliminatoria, los pocos que aún tuvieron puesta alguna mascarilla la tiraban al cielo. Nada importaba.
Pero al momento de aterrizar en la capital española, chocaron con la realidad. Al ver los televisores del aeropuerto y, el poco flujo en él, se dieron cuenta del calvario que estaba viviendo la ciudad. Solo en la comunidad de Madrid, los cómputos matutinos registraban, el 12 de marzo, 1024 contagiados y 31 fallecidos por culpa del Covid-19. Las cuentas se sacaban solas, no solo había sido una gran noche mágica de Champions, sino que iba ser la última. Quizás se veía venir, no había que ser un profeta para vaticinarlo. Era cosa de volver en el tiempo 72 horas: se había suspendido la final de la Copa del Rey entre la Real Sociedad y el Athletic de Bilbao, las próximas dos fechas de La Liga española se iban a jugar sin público, y el duelo de vuelta del Barcelona contra Napoli -también por la Champions- se iba a disputar en un Camp Nou vacío.
Aun así, aquel miércoles 11 de marzo, 54 mil personas se congregaron en una de las catedrales del fútbol. Era inminente. En dos días más, ya se iban a encontrar suspendidas La Liga, la Premier League y los torneos UEFA, o sea, la Champions League y la Europa League. Pero ya era muy tarde, Liverpool amaneció con diez posibles casos de contagio de coronavirus. Las autoridades de la ciudad inglesa culpaban al gobierno británico y a la UEFA. El alcalde de Liverpool, Joe Anderson, declaró como extraño que hinchas que no tenían permitido ir a su estadio, entraran a Anfield y se pasearan por las calles de su ciudad.
John Ashton, exdirector regional de la salud pública en la ciudad inglesa, tildó de patética la estrategia para combatir el virus en su país. Ashton, hincha de los Reds y abonado en Anfield, decidió no ir al partido una vez que supo que iban a asistir hinchas del Atleti. Era probable un rebrote de contagios. Cuesta creer que haya seguidores del Atlético que se arrepientan de asistir a esta proeza de su equipo. También, cuesta imaginar que aquellos fanáticos del Sheffield United no hayan pensado en sus compatriotas en las trincheras mientras goleaban al Chelsea. Fueron seguidores absortos en momentos de crisis. Por algo Eduardo Galeano reflexionó: “¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”.
Hubo mucha creencia y hubo mucha desconfianza. Pero, al fin y al cabo, principalmente hubo pasión: mientras los casos de coronavirus no paraban de aumentar, en Inglaterra, durante un par de horas, hubo abrazos, llantos y risas. En fin, hubo amor en los tiempos del cólera.
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- AUTOR
- Rodrigo Bello
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