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Somos campeones otra vez
Ocho y media de la mañana del domingo. Facundo Martins se levanta luego de una noche de escaso sueño y se dirige al baño, quedando inmóvil y mirando hacia un punto fijo del espejo durante varios minutos. Los ojos rojos del insomnio no coinciden con los de su pasión. La camiseta de Racing puesta desde anoche, ya arrugada por cierto, refleja un fanatismo inigualable. «Hoy es el día», piensa. Sin embargo, aún manifiesta un pequeño temor y un cierto fastidio, ese que te invade cuando estás tan cerca de conseguir algo y a la vez tan cerca de que se escape como arena entre los dedos.
Decidió llamar a su padre, que vivía en San Miguel de Tucumán desde hacía unos años, cansado de las injusticias porteñas, para preguntarle cómo se sentía, cómo se vería dentro de 12 horas, y recibió la respuesta esperada: «Hoy somos campeones, hijo». La seguridad y convicción que llevaban esa voz ronca en el teléfono difícilmente pudieran tener algo que ver con la realidad, pero a cientos de kilómetros de distancia, y siendo la primera definición de un torneo separado de su hijo, lo llevaron a confirmar algo que (por aquel momento) no estaba definido y que muchos no quieren decir por miedo a que suceda lo contrario. Pero el padre sintió que, de alguna manera, debía estar con su hijo ahí.
Facundo pasó el día como la gran mayoría de los hinchas de Racing. Almorzó como pudo unos ravioles de caja y enganchó en la televisión algún que otro partido de fútbol europeo, con la esperanza de que los relatores no se refirieran al gran plato de la tarde. A la hora del partido, se juntaría con otros tres amigos, con picada de por medio, para sufrir. Mismo calzoncillo, misma camiseta, para quien solía decir que no creía en las cábalas. El gol de Augusto Solari lo vivió con una emoción sin precedentes. Le hacía falta un abrazo, un grito en el oído. Pero bien sabía que allí, en el norte de nuestro país, la alegría era la misma y estaba compartida.
Terminado el partido, con el sufrimiento que caracterizó a este equipo durante todo el torneo y esperando que a Defensa y Justicia no se le ocurriera reproducir otra de las tantas victorias épicas sobre el final, Facundo y sus amigos se fundieron en un abrazo eterno y gritaron CAMPEÓN. El final de esta película de 25 fechas no podía ser mejor. El que más ganó, el que menos perdió, el que más goles hizo, al que menos le convirtieron. No lo dudaron un segundo y emprendieron viaje hacia el centro de la ciudad, donde ya había unas decenas de fanáticos festejando alrededor del Obelisco.
¿Qué podía salir mal esa tarde? Si Racing había hecho casi todo bien durante el torneo. Aprovechó su propia eliminación de la Copa Libertadores para meterse de lleno en el certamen local. Con Lisandro como bandera dentro de la cancha, goleador incansable y sacrificio puro con 36 años. Con Diego Milito desde la secretaría técnica, aportando su grano de arena y reconvirtiendo a Racing desde las infantiles hasta la Primera, dejando de lado el papel de ídolo inmortalizado para calzarse el traje de laburante. Con los miles de hinchas a lo largo y a lo ancho del país, fieles como pocos, confiando en un entrenador nuevo con sus locuras como el Chacho y, finalmente, el plantel completo que posibilitó y justificó su jerarquía. Sabían que no podían fallar y no lo hicieron. 21 fechas punteros, con el Halcón de Varela tocándole la espalda hasta el final. No podía terminar de otra forma, y así fue. Quedará para otro momento el análisis exhaustivo de este Racing campeón, aunque hoy, lunes primero de abril de 2019, todos pueden contar su historia, como la de Facundo, con mayores o menores detalles, pero todas ellas con el mismo desenlace. ¡Salud!
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- AUTOR
- Juan Podestá
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