Historias
Un D10S mortal
La historia es conocida. Maradona, el Diego, D10S, el que todo lo podía (cuesta utilizar el pasado hablando de él), nunca ganó la Copa América; o mejor dicho, Argentina nunca pudo ganar el trofeo con Maradona. El dato frío puede servir para afilar los colmillos de sus detractores, o para el morboso juego periodístico de quienes comparan a Lionel Messi y Maradona todo el tiempo con números y estadísticas vanas. Pero, ¿cómo fue realmente ese Maradona?. ¿Fue mortal y terrenal o jugó sólo e inmolado por la carente jerarquía de sus partenaires? ¿Quiénes fueron sus compañeros y cómo eran sus rivales como para que el mejor jugador de todos los tiempos no pueda ganar un trofeo tan mundano? La verdad es que el derrotero de Diego por las tres Copa América que pudo jugar tuvo de todo. Como particularidad, hay que destacar que a cada una de ellas la Selección Argentina llegó como vigente campeona del mundo y ni así pudo estar cerca de refrendar en la lucha continental lo que había logrado ante el resto del mundo.
En la Argentina de 1979, el técnico Cesar Luis Menotti eligió un mix, como muchas veces ocurría en la vieja Copa América que funcionaba más bien como banco de pruebas para armar equipos para las futuras Eliminatorias o mundiales. A los campeones del ’78, Daniel Passarella, Américo Gallego y José Daniel Valencia, se le sumaron Diego y varios jugadores muy importantes en esa época como Enrique Bochini, Julio Falcioni, Pedro Larraquy, Juan Carlos Bujedo, Juan Barbas, Eduardo Saporiti, Miguel Bordón, Jorge Gáspari, Patricio Hernández o Hugo Coscia, y otros menos conocidos que se unieron a la lista como una apuesta del técnico para empezar a definir al equipo de cara al Mundial de España.
Ese año, la Confederación Sudamericana de fútbol había decidido que la Copa se jugara entre los meses de julio y diciembre sin sede fija, en tres zonas de tres equipos que jugarían de local y visitantes en sus respectivos países y con Perú, último ganador del torneo, esperando en semifinales. A la Argentina le tocó compartir grupo con Bolivia y Brasil. Ya de movida la zona era durísima porque el equipo brasileño contaba con grandísimas figuras como Sócrates, Falcao y Zico; además de la altura de La Paz, claro.
En ese contexto, Maradona hacía el debut absoluto en la selección mayor en un torneo oficial. Con la número 6 en la espalda como curiosidad y el peso de ser la gran promesa, como mínimo, del fútbol argentino. Diego no defraudó a pesar que el camino de ese equipo fue solo de espinas. Si bien el primer partido en la derrota en La Paz frente a Bolivia no lo jugó, contra Brasil en Río de Janeiro debutó como lo que casi siempre fue, genio y figura.
Dueño de los ataques y los tiempos del equipo, fue el que inició la jugada del empate parcial y posterior derrota. Ya en ese momento los relatores y comentaristas brasileros sucumbían ante la inmensidad de su zurda y en cada jugada lo ponderaban regalándole elogios de todo tipo. Brasil acumulaba hombres destinados a la marca de este chico del que todos hablaban, pero aún desconocido, y Maradona los limpiaba o con un toque de primera, o con enganches del mejor Diego de unos cuantos años después, o con un taco o un sombrero. Aquel Maradona todavía era demasiado Pelusa. Un poco tímido en sus expresiones, no tan opulento en su andar pero siempre distinto cada vez que le llegaba la pelota.
El partido frente los bolivianos en el estadio de Vélez Sarsfield fue la única victoria que contó Argentina en esa Copa y tuvo el primer gol de Diego, el tercero de un 3-0, en un torneo oficial con la selección mayor. Otra vez él, dueño de la pelota y cabeza al frente. En posición de “ocho” inició el ataque con un pase vertical a Fortunato, quien recibió saliendo de la medialuna del área y de primera la abrió a Coscia, quién desbordó en el área en posición de wing derecho, envió un centro atrás rasante para que Maradona, en posición de 9, la junte a un palo. Golazo del equipo argentino seguido de un sonido estremecedor que quizás bajaba por primera vez de las tribunas del pueblo argentino: Maradoooo, Maradooo, Maradooo.
El último partido del grupo era otra vez con Brasil en el estadio Monumental, un 23 de agosto, y Diego ya no jugó ni formaba parte de aquel plantel. Estaba a miles de kilómetros a la espera del debut en otro torneo. El de su explosión definitiva como futbolista mágico e irrepetible. Dos días después de la eliminación de la Copa América en el empate en dos con los brasileños, Maradona jugaba el primer partido en el Mundial juvenil de Japón con el equipo inolvidable que hizo madrugar a toda la patria futbolera. Como anécdota de ese torneo, mientras nuestro héroe bajaba del avión con la Copa del Mundo en sus manos y convertido en un proto-Dios, la Copa América todavía estaba en curso en Sudamérica. Torneo que finalmente ganó Paraguay en un tercer partido definitorio frente a Chile en el estadio Amalfitani. Finalmente, Argentina fue eliminada en zona de grupos con solo tres puntos y en el octavo puesto de una tabla de diez selecciones.
En el trayecto entre 1979 y 1987, la siguiente Copa América que Maradona pudo disputar, a Diego le pasó una vida. El pase a Boca y su incipiente idolatría se convirtió en algo difícil de ejercer. El traspaso a Barcelona, la lesión, la cocaína, la desilusión catalana, el pase a Napoli, de Jorge Cyterszpiller a Guillermo Cóppola, el primer Scudetto en la Serie A, la locura de los napolitanos, el Mundial de México, la ascensión a las alturas y así aterrizó en Buenos Aires. Vino a ganar ese trofeo. No había excusas. Con él todo era posible después de ver lo que hizo en México y en Nápoles, pero pasaron cosas.
La mayoría de ese plantel era el que se había consagrado en el Mundial de 1986, más otros nenes como Claudio Caniggia, Juan Gilberto Funes, Oscar Dertycia, Oscar Acosta, José Percudani, Hernán Díaz, Darío Sivisky, Roque Alfaro y Sergio Goycochea. No había margen, todas figuras en sus equipos que llegaban para darle otra alegría a la gente en un contexto de país demasiado complicado. Ese torneo fue caótico por donde se lo mire para la organización. El país pasaba por una crisis política y económica difícil de encauzar y las afueras de los estadios eran verdaderos campos de batalla, donde las distintas hinchadas del fútbol argentino tenían vía libre para pelearse entre ellas y robar a quienes tenían la mala suerte de toparse en su camino. No solo las calles, en las mismas tribunas se vieron imágenes vergonzantes imposibles de imaginar hoy en día.
Yendo al fútbol y a Maradona, Argentina debutó con el bagaje de ser el candidato máximo al título. Casi que no había que jugar los partidos y la Selección solo pasaba a retirar el premio. Para colmo, hacía apenas 40 días que D10s había llevado de las narices al Napoli a ganar su primer campeonato de la historia y se esperaba que llegue envalentonado a jugar al Monumental. Pero todo fue muy distinto. El empate 1-1 en el debut contra Perú fue tan solo una muestra de lo que ofrecería la Selección Argentina y todo el torneo. Partidos trabados, feos. Pierna fuerte y árbitros permisivos donde se jugaba poco y la pelota estaba más parada que en movimiento. Así y todo, Maradona marcó el gol contra Perú, pero arrastraba una lesión en el aductor que no lo dejó tranquilo en todo el torneo.
Contra Ecuador, en el segundo partido y victoria por 3-0, hizo dos goles, uno de penal y el otro un tiro libre magistral al borde del área con un ángulo ideal, pero obligado a que la pelota tenga una trayectoria casi imposible. Diego lo hizo una vez más. En la apertura del marcador con el gol de Caniggia ya había tenido participación estelar con una brillante habilitación picando la pelota entre dos jugadores para iniciar la jugada. A pesar de que Maradona no fluía como en el pasado cercano, influía de una forma determinante para que Argentina pueda pasar a la fase final de ese torneo.
En semifinales y con Uruguay, Argentina quedó afuera sin merecerlo y jugando mal. Si bien el encuentro fue un concierto de infracciones, muchas de ellas mal intencionadas, la Celeste se encontró con un muy buen gol de Antonio Alzamendi y se defendió como lo dejaron. En ese contexto Diego hizo poco. Se lo notaba cansado como días después declararía al diario Clarín: “Esto no tuvo nada que ver con lo que dimos en México. Las causas habrá que verlas. A mí me parece que vinimos todos mal a esta Copa América. Claro que decirlo ahora después de haber quedado afuera puede parecer un poco más fácil, pero es la verdad. Yo estaba con más ganas de tomarme vacaciones”. Sin saberlo, Maradona iba a tener su última oportunidad de ganar la competencia continental en tierra hostil dos años después.
«A mí me parece que vinimos todos mal a esta Copa América»
Brasil esperaba como suele esperar siempre y más en esa época, plagado de estrellas y buen fútbol. En gigantes estadios repletos de siluetas ensombrecidas por la escasa iluminación, con campos grandes como estancias, donde la pelota parecía no salirse nunca del límite y con los famosos teléfonos atrás de los arcos. Ganar en esos monumentos que fueron las canchas hasta su remodelación para el Mundial de 2014 era poco menos que una quimera. El equipo y su capitán iban a hundirse una vez más en el pantano. La Selección compartió un grupo de cinco con Uruguay, Chile, Ecuador y Bolivia.
El plantel estaba formado por un lado, por gran parte de los jugadores que habían ganado el Mundial anterior y por otro, por el que un año después llegaría a jugar milagrosamente y gracias una vez más a la lámpara del genio, una final del mundo. Los únicos sin mundiales que fueron a ese campeonato fueron Carlos Alfaro Moreno, Julio Falcioni y Néstor Gorosito. En el juego tampoco estuvo lejos de ser ese equipo apagado y falto de ideas en donde solo el 10 y la frescura de Caniggia sobresalían de una medianía descendente. Únicamente la solidez del sistema defensivo hizo que Argentina termine como primera de grupo, solo con dos goles a favor convertidos por el Cani y que a la postre serían los únicos dos goles de la Selección en esa Copa. Demasiado poco como para pretender tener nuestra propia versión del “Maracanazo”.
Maradona, quien un mes y medio antes había conquistado con el Napoli la Copa de la UEFA, llegó como máxima estrella mundial y con un incipiente pero evidente sobrepeso. También estaba tocado (como casi siempre) y nuevamente estresado por la acumulación de partidos con su club. Fue el más terrenal de todas sus versiones en Copa América, aunque gracias a sus destellos Argentina tuvo segunda fase. Un pase a Caniggia para que este convierta el gol de la victoria a Uruguay y participación en el primer gol frente a Chile. Pero le costó tener el protagonismo que se le exigía en el equipo. También las críticas bajaron hacia Carlos Bilardo por mantener al jugador en cancha cuando se veía que su aporte era escaso y su sufrimiento mayúsculo.
Así y todo Maradona se las ingenió para hacer los mejores partidos del torneo en la fase final, donde los dos clasificados de la primera fase se juntaban en un grupo final enfrentándose todos contra todos. Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay. El equipo de Bilardo perdió los dos primeros partidos, justo los clásicos, y empató en cero contra los paraguayos. Para el recuerdo queda un precioso tiro de media cancha contra los charrúas que voló por el cielo del Maracaná y se estrelló en el travesaño con un arquero totalmente vencido, la expresión de asombro de miles de brasileños como banda sonora de una jugada que pudo haber cambiado el desarrollo del torneo y un enorme partido jugado frente a los locales, donde se rebeló ante la adversidad de un equipo flojo de expresiones creativas y el contexto de un fútbol mundial que hacía años se ahogaba en un mar de pierna fuerte y mala intención.
Solo luego del pitazo y la derrota contra Brasil con dos goles premonitorios de Bebeto y Romario, Diego agachó la cabeza y encaró a saludar estoicamente al árbitro uruguayo Juan Cardellino. Se abrazó con Alemao, compañeros en Italia, y lentamente caminó hacia el vestuario. Sin darse cuenta había ofrecido su última función en una Copa, que al igual que Pelé y hasta ahora Messi, tampoco pudo levantar. El tercer partido por nada frente a Paraguay ya no lo jugó. En resumen, fueron 12 partidos jugados repartidos en tres Copa América y cuatro goles. Los números a veces no sirven para nada.
- AUTOR
- Horacio Ojeda
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