América
Un hombre como Velasco
La proximidad temporal de una nueva edición de los Juegos Olímpicos, en plena pretemporada del fútbol mundial, nos abstrae por un rato del deporte más convocante del planeta para acercarnos a otras realidades deportivas. Así llegan a nuestros oídos diversos testimonios de cada una de las disciplinas que componen el universo olímpico a través de los medios. Algunos solo constituyen un mero relleno para aquellos espacios libres que deja el fútbol en estos descansos anuales. Otros dignifican cada segundo de aire. Lo convierten en enseñanza. En un sendero probable hacia el éxito. En un audiolibro aplicable a múltiples escenarios.
Entre estos últimos y minoritarios testimonios aparece una palabra autorizada dentro y fuera de su actividad. Un hombre que ha convertido su forma de conducción en sinónimo de éxito, consagrando sólidos caminos con resultados admirables. Que se forjó bien abajo para llegar a la cima. Que no perdió la humildad. Que no modificó su semblante. Que esconde su gran personalidad detrás de un manto de cordialidad y sabiduría. Ese señor no es otro que Julio Velasco, el actual entrenador del seleccionado argentino de voleibol.
Nacido en La Plata el 9 de febrero de 1952, Velasco se aferró al voleibol en momentos difíciles. Rechazado por el fútbol y eludiendo los embates de la dictadura militar -que lo había desterrado de su cargo de preceptor en el Colegio Nacional- se dedicó al trabajo y comenzó la carrera de entrenador de vóley para iniciarse en la profesión en el club Defensores de Banfield. Sin chances de retornar a la carrera de filosofía por su orientación ideológica, Velasco emigró de su ciudad natal para tomar un cargo en Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires y dedicarse definitivamente a entrenar. Así formó parte de una notable trilogía de maestros en la época de oro de Ferro Carril Oeste junto a Carlos Timoteo Griguol (Fútbol) y León Najnudel (Básquetbol), iniciando una brillante carrera que lo llevaría por Italia, República Checa, España e Irán, e incluso al mundo del fútbol -contratado para trabajar en el cuerpo directivo por Inter y Lazio-, antes de retornar a la Argentina en 2014 tras tres décadas de exilio.
Los triunfos se sucedieron pero el rumbo siempre fue el mismo. El trabajo, la humildad, el estudio de los escenarios, el reconocimiento de las debilidades y el aprovechamiento de las fortalezas, son valores significativos de un hombre que prefiere evitar las excusas desde el sillón de la autocrítica. De un conductor que cree en la búsqueda permanente de la superación por encima de los nombres y los resultados. Que hace del trabajo de conjunto un arte. Que vuelca en la superación propia la llave principal hacia el éxito. Y que pese a todo lo que sufrió en épocas lamentables de la realidad nacional, posee un sentido de pertenencia que lo coloca hoy, decenas de victorias más tarde, ante su máximo desafío: representar a su país.
En tiempos donde la Asociación del Fútbol Argentino busca desordenadamente quien quiera hacerse cargo de la Selección Nacional, girar la vista hacia el vóley puede ser una buena idea. No para considerar a Velasco entre la incoherente legión de candidatos al cargo, sino para tener en cuenta los principales preceptos predicados por un tipo que prioriza la búsqueda de los mejores caminos al éxito sin fundamento. Esos valores deben moldear el ideal para el cargo. Deben convertirlo en el zapato de cenicienta. Un zapato que no debe adaptarse a los candidatos y le debe calzar perfecto al elegido.
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- AUTOR
- Nicolás Di Pasqua
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