América
Un hombre sin miedo
La historia del fútbol aglutina personajes inolvidables. Superadores. Nombres propios que exceden el mundo de la pelota para convertirse en referentes de una época, de una nación o de una ideología. Hombres cuya sabiduría desborda los campos de juego, ocupando un espacio grande en el recuerdo. Gente que la actualidad pide a gritos. Que deja un vacío enorme por cada lugar que ha pisado. Que es simplemente inigualable.
Para comprender la vida de Joao Saldanha conviene comenzar por el final. Un hombre que muere en su ley merece ser recordado por su batalla más heroica. ¿A qué podría temerle un ser humano que no titubea ante la misma parca? La Copa del Mundo de 1990 explica los exactos motivos por los cuales este autodidacta del periodismo y el fútbol fue denominado ‘Joao sin miedo’.
Tras interminables horas de vuelo desde su oriundo Brasil, un apasionado veterano pronto a cumplir 73 años arribaba a Italia con dificultades alarmantes. Tras un viaje que estuvo a punto de interrumpirse antes de adentrarse en el océano por su estado de salud, Saldanha bajó de la aeronave en silla de ruedas para comentar el que sería su último mundial. Pese a las advertencias médicas que le impedían la travesía, producto de un enfisema pulmonar en el único pulmón que le quedaba, el aventurero periodista enamorado del fútbol decidió costear su propio viaje para colaborar con la Red Manchete en la cobertura de la Copa. Una tarea que realizaría sin asistir a los estadios pero con la misma vehemencia que lo había caracterizado a lo largo de su carrera.
Su claro desafío a la muerte fue liviano enfrentado a su impresión negativa sobre el seleccionado brasilero conducido por Sebastiao Lazaroni. La era del Jogo Bonito que él mismo había inaugurado en 1969 había sido eliminada de un plumazo tras los fracasos mundialistas de Telé Santana -a quien en 1982 criticó por su “necedad táctica”- y sus muchachos en la década del 80. Brasil comenzaba un camino de pragmatismo con un violento golpe propinado por el seleccionado argentino, eliminando a la verdeamarelha en octavos de final. Teniendo en cuenta su visión del fútbol, probablemente se fue a tiempo. Aunque hubiera resultado imperdible un comentario suyo de la paliza alemana en Belo Horizonte.
Con su enorme valentía demostrada a partir de un final con las botas puestas, ocurrido cuatro días después de la consagración alemana ante la Argentina de Maradona, queda revisar el resto. Nada es casualidad. Saldanha había nacido en Tacuarembó, Uruguay. Sus padres habían dejado Rio Grande do Sul escapando de la guerra civil entre el gobierno federal –conocidos como ‘Chimangos’- y los ‘Maragatos’ revolucionarios, de ideología socialista, a la que pertenecían. Brasilero por elección y de regreso en su tierra prometida fue parte activa desde pequeño de los enfrentamientos bélicos –escondiendo armas y municiones bajo sus ropas, junto a sus hermanos mayores, con tan solo seis años de edad- y abrazó firmemente la doctrina socialista, formando parte de Uniao da Juventude Comunista y más tarde del Partido Comunista Brasileiro.
En sus diversas mudanzas detrás de tiempos de paz, Saldanha se enamoró de Rio de Janeiro, del periodismo y de Botafogo. Llevó su querido y ácido periodismo, sin pelos en la lengua, a la Segunda Guerra Mundial y a cada ciudad donde le tocó viajar, ya sea por el fútbol o por sus ansias permanentes de conocimientos. Visitó China invitado por la Federación Mundial de la Juventud Democrática, realizó cursos de formación política en Checoslovaquia y la Unión Soviética, recorrió Europa Oriental con la lapicera y la libreta para registrar lo que había ocurrido en los campos de exterminio nazi y conoció los secretos del marxismo y el leninismo en Francia.
Pero su ideología y su militancia permanente no pasaron desapercibidas puertas adentro de Brasil, donde fue perseguido y condenado a seis años de prisión sin derecho a juicio, además de recibir un disparo de arma de fuego y sufrir la destrucción de su departamento en Rio de Janeiro a finales de los años 40.
Joao no era un hombre de medias tintas. En sus crónicas y comentarios dejó frases como: «Es un idealista del fútbol, un soñador. Piensa que el fútbol debería ser como él piensa que es», sobre el periodista Armando Nogueira -aplicable a otros personajes del fútbol sin duda-. «El campo de juego no es un loteo. Nadie es dueño de un lote, de una posición fija«, «hay jugadores que juegan más para el contrato en dólares que para su propio equipo» o «si la concentración ganara partidos el equipo de la penitenciaría sería imbatible«. La presentación para cada una de sus comentarios era clara y concisa: «El comentarista que Brasil entero consagró». Definición exacta para un autodidácta que supo ser la referencia máxima del comentario futbolístico de su país.
Esa misma pasión que, entre crónicas, fábulas y definiciones históricas desarrolló por el periodismo, también la volcó al fútbol. No solo detrás de un micrófono o una lapicera. También con los botines puestos y el buzo de entrenador. Luego de un fugaz pasó por el primer equipo de su querido Botafogo, llegó a ser directivo de la institución y más tarde se hizo cargo, en 1957, de la dirección técnica de un equipo de ensueño que contaba con Garrincha, Didí –contratado por él mismo a Fluminense-, Quarentinha y Paulo Valentim como puntos más altos, ganando el Campeonato Carioca de aquel año mediante una cátedra de fútbol ante Fluminense en la final.
En la primera mitad de 1969, luego de una década sin dirigir, fue Joao Havelange quien creyó ver en Saldanha un conductor conveniente para una selección deshecha tras la participación lamentable –por lo propio y lo ajeno- en Inglaterra 1966. Uno de los principales críticos ya no elevaría su voz y sus colegas respetarían a su ex compañero de profesión, cayendo drásticamente los decibeles de las quejas y acercando al representativo al pueblo. Estas necesidades eran reales y compartidas por la dictadura que gobernaba Brasil, que pronto sería comandada por Emílio Garrastazu de Médici, ferviente admirador del fútbol. Pero la elección no terminaría siendo la más acertada políticamente.
Si bien el seleccionado volvió a tomar el camino ganador en las eliminatorias rumbo a México 70, logró ganarse la confianza del pueblo futbolístico y Saldanha construyó una buena parte del bloque que completaría Mario Zagallo para entonar una sinfonía futbolística en la Copa del Mundo, los conflictos en el seno del plantel y la popularidad adquirida por un referente de la izquierda política comenzarían a complicar las cosas. Más aun cuando uno de los apuntados por el entrenador era el mismísimo Pelé, siempre amigo del poder y crítico de las formas de su entrenador.
El desenlace era cantado. El propio carácter traicionó a Saldanha y cada conflicto era un empujón más hacia una salida preestablecida. Versiones de todo tipo hablaron de un complot, de la ausencia de Dadá Maravilha, delantero de Atlético Mineiro, pese a una expresa solicitud de Médici, del enfrentamiento con Pelé, de la anécdota arma en mano con Yustrich –entrenador de Flamengo y gran detractor suyo-, de sus comentarios ante el periodismo sobre la situación social de su país durante el período dictatorial. Alguna de estas causas o un cúmulo de todas ellas terminaron con Zagallo como director de una orquesta que nació de otra batuta.
Lo cierto es que pese a los reclamos de buena parte del plantel que pidió su continuidad, la presión externa y la omisión de apoyo de Pelé sentenciaron la cuestión. Zagallo supo mantener buena parte de las consignas de Saldanha, agregó algunas suyas y convocó a Dadá Maravilha como prueba de buena voluntad en su primera lista al frente del equipo. La idea ofensiva se sostuvo con alguna modificación defensiva y lo demás es historia. Pero la influencia de este hombre de mano firme y expresión al tono es innegable.
Saldanha dejó su huella allí donde se hizo presente. Fue referencia en el periodismo colocando en su palabra la visión propia de los hechos, sin filtros de contenido. Pasó por el fútbol dejando su toque de distinción en dos equipos que son parte de la historia grande del fútbol mundial. Fue fiel a su ideología en todos los ámbitos y contra quién se pusiera enfrente. Vivió la vida como quiso. Sin pelos en la lengua. Con la frente en alto. Con su verdad por delante de todo. Y murió desafiando a la muerte. Imponiéndole sus condiciones. Eligiendo el cómo y el cuándo. Por eso vale oro su mote. Porque verdaderamente fue un hombre sin miedo. Un personaje que hoy hace mucha falta.
- AUTOR
- Nicolás Di Pasqua
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