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Zidane en 2006, una despedida ajena a su magia
Corrían 109 minutos de partido. Tiempo suplementario de una final de Copa del Mundo. Los pases son latidos, la pelota pesa una tonelada y las piernas parecen transitar solas. Italia y Francia empatan en uno. Los penales se avecinan. Hay leyendas trotando a lo largo y ancho en la cancha. Gianluigi Buffon, Claude Makelele, Fabio Cannavaro, Andrea Pirlo, Thierry Henry, rostros símiles a lo divino en torno a la redonda que buscan hacerse con la competición definitiva de este deporte. Pero hay un sujeto que se lleva las miradas de forma primordial. Zinedine Zidane está jugando sus últimos minutos como futbolista profesional, y busca concluir su magistral carrera dándole a su Francia una segunda Copa del Mundo.
Algo ocurre en el césped cuando el fatídico minuto 109 sigue en pie, recién buceando los treinta segundos de vida. Hay un jugador en el suelo. Es Marco Materazzi, defensor italiano y autor del tanto para los de Marcello Lippi. No se trata de un tirón por fatiga. El jugador se toma el torso y ronronea desorientado. Hay confusión y expectativa. El referí Horacio Elizondo recurre a su asistente Rodolfo Otero para esclarecer la situación. Pero él tampoco vio lo sucedido. Todo está por ahogarse en la inexistencia hasta que una voz ibérica desde el fondo del plató dice tener la respuesta al enigma: “Horacio, yo lo vi…”.
“Cansancio psicológico”. Con esa expresión, Zidane vaticinó su adiós al fútbol. Los resultados esquivos del Real Madrid y la presión previa a un Mundial eran motivo suficiente para que ZZ buscara nuevos desafíos por fuera del campo de juego. Una vez concluida la experiencia en Alemania, colgaría los botines. Si bien el francés dictaminó que dicha decisión respondía a confirmar su salida con tiempo para que los dirigentes del club madrileño pudieran encontrar su reemplazo y reordenar la plantilla, lo cierto es que él no quería despedirse de la actividad dejando como último recuerdo mundialista la penosa eliminación de los azules en primera ronda durante Corea-Japón 2002. Tras el mal trago de la Eurocopa 2004, donde Francia fue eliminada en cuartos por Grecia, Zizou buscaba el irse en paz mediante una reivindicación. Cansancio psicológico era el detonante, donde la resistencia física y moral de un futbolista se entremezcla con la vulnerabilidad del ser humano. Zidane era una máquina capaz de hacer magia con un balón en sus pies. También podía tornarse en un inminente estallido. Y mejor una detonación controlada que estallar en algún rincón azaroso del caprichoso libreto que la existencia nos tiene deparados. En el caso del diez francés, su siguiente destino era suelo germano, y su último gran desafío sería nada más y nada menos que la Copa del Mundo.
La Selección de Francia de cara al 2006 contaba con componentes en el momento exacto. Muchos de sus referentes superaban los 30 años y reconocían la cita venidera como una oportunidad final para participar en primer nivel con su combinado nacional. No solo por Zidane, sino también para otros habitués como Fabien Barthez, Lilian Thuram, el mencionado Makelele, Patrick Vieira y David Trezeguet. En cuanto al protagonista de este post, su sociedad en ataque estuvo compuesta por dos jóvenes talentos del fútbol francés: Frank Ribery y Florent Malouda, en rotación con el franco-argentino y Sylvain Wiltord. Era una Francia más lenta y que confiaba en las individualidades del astro del Madrid para combinar junto con sus dos pares en el mediocampo ofensivo, y colaborar con el tacto goleador y la propia habilidad de Titi Henry.
Francia fue de menor a mayor durante el desenvolvimiento de Alemania 2006. Su participación en fase de grupos fue mediocre. Empató en cero con Suiza y luego en uno con Corea del Sur. En la última jornada, debía vencer a Togo y esperar que los surcoreanos no derrotaran a los suizos. Esto quiere decir: Francia estuvo cerca de ser –nuevamente- eliminada en la primera ronda. Su victoria por 2-0 ante los africanos –y el simultáneo triunfo por el mismo resultado de los europeos sobre los asiáticos- le dio el pase a octavos de final en el segundo lugar. En aquel cotejo ante togoleses, Francia también debió medirse con la Zizou-dependencia: El volante ofensivo estaba suspendido y observó desde afuera el enfrentamiento.
El equipo se rearmó de cara a la fase siguiente. Reincorporó el cálculo en frío y la pausa hábil de Zidane, más dedicado al control de la pelota y crear espacios para los atacantes. El privilegio de ZZ era contar con un mediocampo de contención magistral que le permitía recuperar la pelota y crear las situaciones que Henry o Ribery podían intercambiar por chances claras de gol. En simultáneo, supo identificar las debilidades de sus rivales y permanecer alerta ante ellas. Superó a España por 3-1, accedió a cuartos de final donde despachó al candidato Brasil con un triunfo por 1-0 y pasó a la final tras vencer por el mismo resultado a Portugal. En este tridente de partidos, Zidane fue vital. Anotó el tercer y definitivo gol ante los españoles, así como también cambió un penal por gol ante los portugueses, manteniendo un alto nivel en ambos matchs. Pero su opera prima fue el partidazo que hilvanó ante los cariocas, donde vulneró a la defensa de los de amarillo y ejecutó desde un tiro libre lateral la asistencia perfecta que dejó a Henry sólo frente al gol, con la complicidad de un adormecido Roberto Carlos. Esto, claro, condimentado con una destreza incontrolable del jugador de origen argelino. Brilló ante un derrotado Brasil, trasnformando a Francia en una candidata seria.
Aquel equipo jamás hubiera llegado al séptimo partido de no ser por Zinedine. Contra todos los pronósticos que condenaron la performance del conjunto en fase de grupos, habían dejado atrás a candidatos de peso y ahora habían de buscar un lugar en la historia frente a los italianos. El partido final del diez fue intenso. Intercambió un penal por gol con suspenso, haciendo picar la pelota, por poco superando la línea de gol tras impactar en el travesaño. Los italianos empatan a posteriori. La igualdad no se quiebra. Los penales parecen ser el final ineludible. Zidane sabe que la chance de irse en grande sigue latente.
Algo ocurre en el césped cuando el fatídico minuto 109 sigue en pie, recién buceando los treinta segundos de vida. Hay un jugador en el suelo. Es Marco Materazzi, defensor italiano y autor del tanto para los de Marcello Lippi. No se trata de un tirón por fatiga. El jugador se toma el torso y ronronea desorientado. Hay confusión y expectativa. El referí Horacio Elizondo recurre a su asistente Rodolfo Otero para esclarecer la situación. Pero él tampoco vio lo sucedidó. Todo está por ahogarse en la inexistencia hasta que una voz ibérica desde el fondo del plató dice tener la respuesta al enigma: “Horacio, yo lo vi…”. Es Luis Medina Cantalejo, el español que oficia de cuarto árbitro, que dice saber el motivo por el cual Materazzi se retuerce en el piso. El responsable es nada más y nada menos que Zinedine Zidane.
Esta pareja en dicho contexto tiene un albor curioso. Ambos son los autores de los goles por los cuales sus seleccionados empatan. Y eso es lo único que los hace equivalentes. Zidane es un habilidoso volante ofensivo, una leyenda entre mortales, brilló en cada sitio en donde estuvo y es uno de los pilares del Real Madrid. Se regodea en la élite tras haber iniciado de cero. Si alguien debía verse intimidado ante esto, era Materazzi, uno de los defensas responsables de contener el impulso creativo que ZZ podía desenvolver con el balón dominado (o incluso sin él). El italiano era un defensor rústico alejado de los primeros planos, perteneciente a un Inter opacado por la Juventus y el Milan, en tiempos donde el escándalo de las apuestas aún no había hecho que el club turinés ingresara en un prolongado ocaso.
Materazzi sabía que sus entradas violentas y su cuerpo utilizado como ariete no iban a ser suficientes para detener a Zidane. Jamás creyó que la manera de quitarlo definitivamente del campo de juego sería en una charla azarosa. Hay un agarrón de camiseta por parte del italiano al francés en una jugada ofensiva. Zizou le recrimina algo. MM sube la temperatura minimizando al diez. Parloteo va, parloteo viene. Materazzi hace mención de manera ofensiva a la hermana de Zidane. Es un comentario hiriente. Desprestigio y ofensa son asuntos que sobrevuelan la calva del francés. Cansancio psicológico. Ese detonante que había promovido el anuncio del retiro de Zidane. El astro hace unos pasos y se voltea. Materazzi peina el metro noventa y cinco, por lo que le lleva casi diez centímetros a él. Agacha su cabeza e impacta de lleno en el pecho del italiano, que cae desmoronado. Incluso sus botines se entrecruzan con los de Zizou.
Instantes luego, una vez delatada su infracción, Elizondo corre hacia el francés con la tarjeta roja en su mano. Final del juego para ZZ, quien se aleja en silencio y consternado. Incredulidad en el público. El propio Gennaro Gattuso, mediocampista italiano testigo directo de la decisión del referí, se quedó boquiabierto al ver al argentino determinar la salida del campo de juego de Zidane. Momentos luego, los italianos están dando la vuelta olímpica en Berlín, con el trofeo en las manos del capitán Cannavaro. Zidane, en algún rincón del vestuario, es notificado de que el Balón de Oro otorgado al mejor jugador de la copa continúa la poco grata tradición de premiar a un futbolista que perdió la final. En el 98’, fue Ronaldo. En el 2002, Oliver Kahn. 2006 implicó el turno de Zinedine Zidane, a partir de entonces ex futbolista.
- AUTOR
- Esteban Chiacchio
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