#Rusia2018xCR
Una eliminación con lógica
La lógica no suele imponerse muchas veces en el fútbol a corto plazo, sin embargo en un momento dado desnuda falencias que acarrean años. Eso, ni más ni menos, es el resultado consecuente al camino trazado. Argentina llegó a la Copa del Mundo sin plan ni idea asentada, con fallas que nacen desde los estratos más altos de la conducción y desde allí se derivan a un cuerpo técnico que se mostró incompetente y un grupo de jugadores que ya no pudo barrer la mugre bajo la alfombra. La eliminación ante Francia no es más que un resultado lógico, y la demostración más cabal que una década tirada a la basura podría ofrecer.
Sólo este grupo de futbolistas maquilló los desequilibrios de una federación que nunca estuvo a su altura. Exclusivamente el talento de una generación acercó a la selección a un título, más allá de no poder consagrarse. Llegó el momento en que la estructura no pudo mantenerse de pie, y se asoma el final de etapa de muchos de ellos. Un grupo que muchas veces optó por la autogestión, al no ver estabilizado proyecto alguno en la selección, y por el que nunca existió un recambio de jerarquía. El descuido de los seleccionados juveniles hizo que pocos jugadores se asienten actualmente y el futuro sea una incógnita.
La realidad dicta que Argentina llegó a Rusia 2018 por la prodigiosa actuación de Lionel Messi en Quito, se mantuvo en el Mundial por el gol in extremis de Marcos Rojo, y ya no pudo sostenerse cuando enfrente tuvo a una selección de mayor calidad y categoría. En los dos partidos en que el combinado argentino jugó ante equipos con jugadores en la élite, se llevó siete goles en contra. Esta vez, más allá de la aceleración final que hubiese obrado nuevamente de milagro tras el gol de Sergio Agüero, todo quedó en evidencia. No se podía aspirar a más, ni siquiera con la presencia de Messi, que solo pareció rebelarse ante Nigeria y no escapa al bajo nivel general. Seguramente, abandone su periplo con la camiseta albiceleste sin que algún entrenador haya creado un escenario que lo potencie.
Quince equipos distintos paró Jorge Sampaoli durante su travesía como DT del equipo. Pudo entenderse bajo las urgencias de las eliminatorias, entre pruebas, aunque de ninguna manera tras un mes de pruebas previas al desarrollo de la Copa. Argentina arribó al debut sin una alineación titular, y a partir de allí los cambios constantes fueron moneda corriente. Aquellas pequeñas sociedades de las que tanto hablaba el entrenador, para hallar fluidez y alcanzar la progresión del juego, fueron arrojadas por la borda. La lesión de Manuel Lanzini desarticuló en primer lugar esa idea que se imponía en un principio, con el del West Ham juntándose por dentro con Messi y Giovani Lo Celso. El incomprensible doble pivote del comienzo puso fin a lo que se había ensayado, y así se entró en una espiral que no se terminó hasta el último día.
Lo Celso no disputó ni un minuto en Rusia, cuando había llegado como titular. Su presencia se hizo necesaria en los cuatro partidos que disputó Argentina, pero Sampaoli eligió otros caminos, como juntar dos delanteros centro o volantes centrales que se multiplicaban en sus labores. La dinámica que podía aportar el hombre del PSG hubiera sido clave desde el primer minuto para un conjunto lento y previsible, que se partió ante la mínima adversidad. Sólo hubo 45 minutos -los iniciales ante Nigeria- de los ocho tiempos que jugó la Albiceleste en que Messi no debió bajar hacia el mediocampo para que la pelota le llegue con precisión y en ventaja. Durante todo el tiempo restante, al colectivo le costó llevar la pelota y desarmar al rival.
De un juego a otro, las incesantes modificaciones del entrenador terminaron por hacer colapsar al equipo. Podía imponerse la continuidad de los once que consiguieron el triunfo en San Petersburgo, pero nuevamente existió un cambio de idea para enfrentar a Francia. Argentina misma propició el mejor escenario para que Francia se despliegue, con un planteo que hizo que el equipo nunca pudiese encontrarse con pelota en terreno adversario y que cada pérdida de pelota se transformara en un suplicio. El trámite se fue haciendo incontrolable demasiado rápido, y los dirigidos por Didier Deschamps respondieron con aplomo y la mejor versión de su talento. Había dicho Sampaoli que saldrían a buscar el partido desde el comienzo, a imponer condiciones, pero de ninguna manera es posible cuando se abusa de los pases horizontales ante la ausencia de ruptura, junto a una defensa desorganizada y sin coordinación en repliegue.
Sin realizar un trabajo defensivo de excelencia, Francia evitó las recepciones de Messi por dentro y que Ever Banega o Enzo Pérez generaran líneas de pase. Ni siquiera el cambio de roles entre el ‘10’ y el hombre de River produjo algo diferente, y N’Golo Kanté se impuso una y otra vez en una actuación a tono con su nivel en lo que transcurrió de la Copa. Paul Pogba jugó con soltura y muchas veces giró con demasiada comodidad ante la inexistente presión, y los laterales Benjamin Pavard y Lucas Hernández pasaron de controlar sin sobresaltos a Ángel Di María y Cristian Pavón (uno obstinado en sus conducciones y otro con fallas técnicas evidentes para desbordar y centrar ante jugadores de élite), a ser claves en fase ofensiva. El plan de Deschamps fue coronado por el excelso rendimiento de Kilyan Mbappé, siempre predispuesto a hacer un daño irreversible a los espacios.
Argentina entró en su estado de frustración tras la rápida igualdad del juego, sin que pudiera asentarse tras la ventaja conseguida. La responsabilidad volvió a estar en sus manos y, si en un momento cada pase era muy medido y no conllevaba riesgo por la amenaza rival, en la segunda parte no existieron sociedades y todo era apuro. Fue una eliminación previsible, demasiado lejos llegó el seleccionado si se tiene en cuenta la manera en que se presentó en la competencia. Alguna vez habrá que arrancar de cero. Algún día se apuntará a que la lógica corresponda.
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- AUTOR
- Nicolás Galliari
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