América
Una eliminación que obliga a mirar hacia dentro
Así se tratase de una maniobra del destino, Argentina se despidió de la Copa América jugando su mejor partido. Asumió sus limitaciones y que enfrente tenía un rival superior, pero estuvo a la altura. Fue superior a Brasil y supo cómo neutralizar algunas de sus virtudes, aunque careció de acierto para finalizar las jugadas y de eficacia, ese factor del que su rival supo sacar el máximo provecho en dos ocasiones. La eliminación es, de cualquier modo, la manifestación más exacta de que es necesario poner fin a las decisiones de urgencia en torno al seleccionado, a la etapa de pruebas y ensayos. Es el momento de poner en marcha un proyecto que tome a la selección argentina como prioridad, partiendo de algunas bases que deja la competencia continental, y desde la contratación de un entrenador de jerarquía.
El plan dispuesto en el Mineirao quitó profundidad a Brasil. El equipo respetó su idea con un gran compromiso colectivo, sin ceder espacios entre defensores y centrocampistas, con ambas líneas muy cercanas una a la otra. Tuvo la intención de cortar los avances y lo logró, disminuyendo la incidencia de Casemiro y Arthur y merced a la gran tarea de Juan Foyth, que no dejó girar ni una vez a Everton. El juego brasileño por dentro no llevaba peligro y era Dani Alves, de prodigioso partido, el que iniciaba las jugadas y llevaba el balón a campo argentino. Gabriel Jesús se mostraba incisivo, pero las ayudas llegaban a tiempo sobre los laterales y la albiceleste no sufría.
Argentina era un bloque, Rodrigo De Paul y Marcos Acuña no permitían recibir al doble pivote del Scratch y, si bien no presionaba la salida adversaria, aprovechaba cualquier pase hacia atrás para lanzarse e intentar robar arriba. Sin embargo, la calidad de Alves para activar a sus compañeros y generar juego fue el detonante. Philippe Coutinho, que hasta ese momento no hallaba espacios para recibir, se sacó de encima a Leandro Paredes con un caño y cedió la pelota para el lateral del PSG. Paredes se jugó a todo o nada tirándose al suelo frente a Dani, que lo eludió y cedió hacia Roberto Firmino, tirado hacia un costado. Jesús ocupó la zona central y cerró, en el área chica, una jugada exquisita. Brasil no había podido dominar, pero construyó una acción con mucha dinámica, a partir de un marcador de punta cuyo entendimiento del juego es superior.
La desventaja obligó a cambiar la estrategia. El conjunto conducido por Lionel Scaloni precisaba ahora de una gran gestión del balón, para romper a un equipo que llega a la final sin haber concedido goles en contra. Los de Tité buscaban orientar la salida argentina hacia Nicolás Otamendi, que se mostró muy impreciso. Pese a que en un primer momento se trató de una circulación lenta y espesa, similar a la de partidos anteriores, pronto cambió mediante Lionel Messi, que levantó su nivel y jugó su mejor partido en la competencia, más allá no exhibir un rendimiento deslumbrante. Las conducciones del ‘10’ eran insostenibles para la contención verdeamarelha, que solo pudo frenarlo con faltas. En una de ellas, la colgó al área y Sergio Agüero cabeceó por sobre Alisson, pero la pelota pegó en el travesaño. En otra, activó nuevamente al Kun, aunque un bloqueo de Marquinhos evitó que la jugada llevase más peligro.
El control argentino se acentuó en el complemento. Las conexiones en corto entre Messi, Agüero y Lautaro Martínez daban frutos y Argentina se internaba en la frontal del área con bastante continuidad, aunque le faltaba precisión en la finalización (otro remate en el palo) y también amplitud. Es un problema que la selección argentina acarreó desde el inicio de la copa, sus recuperaciones no fueron tan altas y luego no hubo mucha gente a disposición del poseedor. Los laterales no desdoblaron por fuera y Argentina se vio obligada a machacar por dentro, aunque lo hizo con claridad. Paredes iniciaba, De Paul encontraba las espaldas de los volantes amarillos y había cohesión en el equipo, que igualmente debía contrarrestar factores del rival, como las salidas de Firmino de la zona central o las apariciones más continuas de Coutinho.
Pero aquello tuvo un corte a partir de los movimientos que dispuso Scaloni, al igual que ha sucedido en otros partidos desde que inició el torneo. El entrenador quitó a ambos interiores, de enorme despliegue, para dar ingreso a Ángel Di María y Giovani Lo Celso. El mediocampo se rompió, estaba compuesto por tres futbolistas que no sienten la marca. La evidencia de que el bloque ya no era tal y que la escuadra había quedado partida se notó en el segundo gol, anotado por Firmino pocos minutos después de ambas modificaciones. La jugada se originó en un penal no sancionado a Agüero -ni siquiera mediante VAR- y continuó con una excepcional jugada individual de Gabriel Jesús, que se llevó a la rastra a ambos marcadores centrales y asistió al atacante del Liverpool. Las intenciones que había edificado Argentina se vinieron abajo, justo en un contexto en el que podía ser propicia la igualdad.
Más allá de que el árbitro pudo haber sancionado otra infracción en el área, esta vez de Arthur sobre Otamendi, sobre el final del partido, Argentina perdió lucidez. Di María, que repitió pérdidas y tuvo muchas fallas en controles que podrían haberle permitido mejorar la siguiente acción, se mostró muy apático, al igual que Lo Celso. Los cambios no mejoraron ni un ápice el funcionamiento, y el infranqueable Alisson dijo presente en las ocasiones en que fue menester. Una de ellas, un tiro libre de Messi que buscaba ángulo. Brasil supo de primeras que no podría desarrollar su juego, pero tuvo en Alves, un crack que se disfraza de lateral pero conoce cada secreto del juego, a su motor. El hombre interpretó a la perfección cuándo ir por la banda, cuándo atacar como un interior, y cómo cerrar el partido con su pausa y la cadena de pases.
Quizá, la eliminación sea la muestra certera de que la ruta tomada hace tiempo no lleva a ningún destino, y que se antoja muy necesaria la realización de un plan acorde. La última parada, una de las semifinales, muestra hasta dónde podía llegar Argentina, por la forma de arriba al certamen. Fue de menos a más colectivamente, pero nunca tuvo una identidad constituida ni más de una variante de juego, como reflejan los cambios, que de todos modos no persiguieron un guión. La presencia de De Paul y Acuña, añadida a la de los dos delanteros, colaboró para hallar un equilibrio. No resultó suficiente y deberá conformarse con el encuentro que defina al tercer y cuarto puesto.
El seleccionado no es un sitio para aprender, en el que formarse, como Scaloni aceptó en la conferencia de prensa previa al partido ante Brasil. El cargo de entrenador debe ser un punto de llegada, nunca de partida, y para acceder a él deben existir los méritos suficientes. El DT actual fue un manotazo de ahogado para la AFA, aún a sabiendas de que debía preparar el terreno para el día después. Con algunos nombres, como Foyth, Paredes, De Paul, Acuña, Lo Celso y Lautaro Martínez, el seleccionado tiene una plataforma, aunque deberá crecer desde una idea y una conducción de jerarquía desde el banco. Es tiempo de mirar para adentro.
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- AUTOR
- Nicolás Galliari
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