#Rusia2018xCR
Una paliza que multiplica las dudas
Jorge Sampaoli cedió. Sin apartar su filosofía futbolística, dejó de lado cuestiones del juego que demandan tiempo de trabajo, un bien del que hoy carece. Asumió con una doble presión, canalizar la mentalidad de un grupo agobiado que se veía contra las cuerdas en la Eliminatoria y lograr la clasificación a Rusia 2018. Lo logró con aquella noche pletórica de Lionel Messi en Quito, aunque poco a poco fue plantando semillas en el equipo de su concepción del fútbol. Lo hizo sin contar con un funcionamiento definido, claro, pero con una idea de fondo a la que se le nota la armadura e introduciendo nuevos nombres.
Ahora bien, entre las dudas y certezas con que arribó a la última fecha FIFA, al entrenador casildense las cavilaciones lo sacuden. Es menester, y clave, no ingresar en el fatalismo que supone una histórica goleada en contra frente a España. Sucedió en un amistoso, no en Eliminatorias como el partido en la altura de La Paz con Bolivia ni aquel del Mundial de Suecia 1958 ante Checoslovaquia, cuando se repitió el mismo marcador de Madrid. Pero hoy las dudas se multiplican, y la lista definitiva hacia el Mundial se cerrará sin partidos amistosos que jugar previamente. Lo que le queda, previo al desembarco en el búnker de Bronnitsy (a 50 kilómetros de Moscú), es una despedida del país y un amistoso en Tel Aviv ante Israel que tiene más de económico y cabulero que de competitivo.
Aún así, precisamente allí se encuentra la dicotomía. Los partidos extra oficiales que le quedan a la Argentina de ninguna manera tienen que ver con los encuentros a los que se expuso en Manchester y Madrid. La victoria ante Italia fue meritoria y dejó entrever que el equipo había profundizado en sus maneras, pero no dejó de ser un enfrentamiento ante una selección sin el tamiz de antaño. Frente a España, Argentina se expuso. Sampaoli sabía que no era necesario jugar frente a una selección tan consolidada ante la cercanía del certamen global, pero el calendario así lo dictaba y su plan estratégico no fue el acertado. De hecho, suena ilógico que vaya a repetir en lares rusos el mediocampo que formó en el Wanda Metropolitano.
Lo sucedido en el estadio de Atlético Madrid fue una paliza absoluta de un equipo cuya idea está más que sólida ante otro que sigue probando afinar su ideal cuando el objetivo queda a la vuelta de la esquina. Cierto es que faltaron Messi, Ángel Di María y Sergio Agüero, y que el entrenador no pudo probar esas sociedades que tanto lo desvelaban, pero ese no debe ser el punto de partida del análisis. Argentina sufrió un cachetazo, según las palabras del director técnico, por la falta de jerarquía ante su rival y porque no pudo hacerle frente a la adversidad. Acabó derrumbándose.
Si en el primer tiempo apostó por jugar de igual a igual, intentando discutir la posesión del balón y sacando la pelota con mucha pulcritud desde abajo en algunas ocasiones, pronto se dio cuenta que nada había que hacer ante el juego de posición español. Este equipo de Julen Lopetegui es más dinámico que aquel campeón de Vicente del Bosque, puede dañar dominando a partir del balón o mediante el contraataque. Con una presión que abarca todo el campo y un equipo que juega corto en no más de 20 metros, encierra al contrario hasta límites inimaginables. Fue imposible encasillar a cada futbolista en una posición, y siempre hallaban líneas de pase en cualquier dirección y sentido para trascender.
La albiceleste jugó ante uno de los máximos candidatos a alzarse con el trofeo, pero la serenidad con que intentó salir al segundo tiempo pronto se transformó en una frustración colectiva y absoluta, traducida en la decantación de goles. Lucas Biglia, Ever Banega y Javier Mascherano generaban una superposición en la mitad del campo y, así como ninguno de los tres tenía claro quién debía saltar por la presión hacia terreno contrario, ninguno pudo generar una línea de pase detrás de los volantes españoles. Sólo Giovani Lo Celso aportó su imaginación y creatividad, acompañado por el talento y la rebeldía del local Maximiliano Meza. El partido pudo cambiar si Gonzalo Higuaín convertía la chance clara del inicio del juego, pero el propósito no es viajar hacia tópicos hipotéticos.
En solo 90 minutos -relativamente menos, ya que el partido estaba definido a los 75’-, quedaron desnudas las debilidades de una federación argentina que empezó a desovillar el hilo a final del Mundial de Brasil entre un sinfín de idas y vueltas. Los cambios de entrenador, el vacío del equipo olímpico de Gerardo Martino, la votación impar que arrojó un resultado de igualdad, la intervención o una clasificación in extremis chocaron de frente contra la gestión española. Lopetegui rejuveneció al seleccionado ibérico, que desfiló en Eliminatorias y llega muy aceitado y con diversas variantes a la gran cita.
Sampaoli cedió desde el comienzo de su ciclo. Y eso no está mal, al contrario, él mismo aceptó que sus ideas comenzaron a ser flexibles cuando se encontró con los futbolistas. El periodista Diego Torres, del diario El País, escribió que fue el propio Messi quien lo convenció de jugar con línea de cuatro en el fondo. El ‘10’ sostenía que la línea de tres hacía poblar el medio y le quitaba tanto zona de influencia para tener contacto con el balón como líneas de pase hacia adelante. De ahora en más, deberá trabajar en silencio, ante el descreimiento generalizado, y convencido de que es mejor que este traspié haya sucedido ahora.
Aquellos signos reconocibles de su equipo no se deben alterar, al igual que una convicción que, de cualquier modo, no alcanza de ninguna manera aquella con la que juega España actualmente. Mientras otros seleccionados tienen un once de partida y sus últimas cuestiones de fondo pasan por definir qué jugadores cierran el grupo de convocados, Argentina sufrió un sacudón del que será difícil salir ileso. En cuestión de horas, el cuerpo técnico deberá atravesar el tramo nebuloso de la ruta, y pensar en más de un plan para adaptar al seleccionado.
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- AUTOR
- Nicolás Galliari
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